Amar a Dios y al prójimo, meditación de Adviento

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Amar a Dios y al prójimo, meditación de Adviento


Tres pensamientos, entre otros mil, pueden ocupar puesto de privilegio en los momentos que dediquemos durante el tiempo de Adviento a meditar en Dios, en nuestros prójimos y en nosotros mismos.


Tres pensamientos, entre otros mil, pueden ocupar puesto de privilegio en los momentos que dediquemos durante el tiempo de Adviento a meditar en Dios, en nuestros prójimos y en nosotros mismos:

Primero, el amor de Dios y a Dios Padre, Hijo y Espíritu que nos llama a vivir en su intimidad, mientras esperamos o recibimos al Mesías, Hijo de Dios encarnado.

Segundo, el amor a los hombres que sufren: niños, padres, enfermos, víctimas de hambres, injusticias y guerras,  que no atisban horizontes de esperanza.

Tercero, el amor a la reflexión y celda interior que nos transforme y que, poniéndonos de rodillas ante el portal de Belén, nos lleve a reconocer lo que somos en nuestra pobreza y lo que debemos ser como personas e hijos de Dios.

Amemos a Dios, pues de Él somos amados

El párrafo que a continuación transcribimos está tomado del Diario espiritual de un venerable obispo y fundador de nuestro tiempo, don José María García Lahiguera, arzobispo que fue de Madrid.

A juzgar por la página que copiamos, sirviéndonos de los Boletines por los que se difunde su espíritu y obras, la espiritualidad de don José María era eminentemente trinitaria, y con cada una de las Divinas Personas se sentía muy unido en su vida.

En Adviento, Navidad y en cualquier otro tiempo litúrgico, el lector creyente y piadoso hará bien en leer y meditar una y otra vez las expresiones de fe y amor que brotan de un corazón humilde y sincero y de una mente rendida al misterio de Dios.  Si su espiritualidad trinitaria nos sirve de espejo para que refleje la nuestra, acaso nos de vergüenza de nuestra frialdad y rostro. Así de sencillas y tiernas son las almas grandes, como la de don José María.

“Dios es amor.

Y como Dios es Uno y Trino,  el Padre es Amor, el Hijo es Amor, el Espíritu Santo es Amor. Mis tres son Amor. Mi amor es Amor.

Y el amor ama

Ama el Padre. Ama el Hijo. Ama el Espíritu Santo. Mis Tres aman. Mi Dios me ama.

Dios amor me ama

Me ama el Padre. Me ama el Hijo. Me ama el Espíritu Santo.
Mis Tres me aman. Mi Amor me ama.

Dios me ama con amor eterno, infinito.

Dios me ama infinitamente desde toda la eternidad.
Eso lo digo del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Y lo mismo de mis Tres.
Mi Amor me ama infinitamente desde toda la eternidad.

Santidad es unión con Dios por el amor.

¡Qué alegría tuve cuando supe que la Santidad es unión con Dios por el amor!
Santidad-Unión con Dios-Amor. Hasta transformarme. Hasta identificarme.
Y como Dios al hacerse hombre mediante la encarnación del Verbo, se convirtió en mi modelo ejemplar, mi santidad consiste en ser como Él por Amor.

Mi ser es amor, mi vida es amar.

Poco a poco fui llegando a la conclusión de que mi ser es amor y mi vida es amar.
Así seré como Él, que es Amor  y ama.
Pero he de amarle a Él, que me ama a mí.
Sí. El Amor es el ser de mi vida,  y la vida de mi ser es amar.

Sea todo amor.

Ciencia del amor. Vida del Amor. Amor del amor.
Y como el amor requiere silencio, necesito soledad.
¡A solas con Él sólo...! ¡Con Él, que es amor, porque es Dios...!"

¡Señor!, que el Adviento sea amor; que la Navidad sea amor.

Amor con los hermanos que sufren

Nosotros somos quienes hacemos que millones de niños, amados por Ti, sufran las consecuencias del desamor : desamor que se expresa en odios, egoísmos, apetitos desordenados de poder y gloria.

Nosotros somos quienes fabricamos bombas, pero hacemos que el pan y la leche de cada día, el afecto familiar y la cultura social, y la educación en el amor y la paz, no formen parte de la mochila escolar de muchos niños débiles y faltos de amor. 

¡Qué triste debe ser nacer niño o niña en un país y en un tiempo en que los mayores dejan su casa y se matan en guerras, y dejan sin sembrar los campo, y a las madres no les llega el sobre de un salario familiar mínimo...!

¿Cómo les diremos, Señor, a esos niños y niñas que en Adviento y Navidad viene a nosotros un Dios amor?

Dios mío, tú eres amor y das amor.

Pero nosotros quienes hacemos que las torres caigan y que sobre la tierra de Palestina, Afganistán, Eritrea, Somalia ..., se precipite una lluvia de metralla que revienta los cuerpos, desola las ciudades, desertiza los campos, siembra el pánico y multiplica el hambre...

Tú querías, Señor, que unos hombres fuéramos ángeles custodios de otros hermanos enfermos, desvalidos, ancianos, mujeres encinta; pero muchos de nosotros, en vez de ayudarles, huimos de su lado. Porque nos aterra el tronar de unos motores que anuncian desolación y muerte. Sólo algunos voluntarios, héroes del amor, te oyen.

¡Si pudiéramos hacer, Señor, que en Adviento y Navidad las fraguas del mal se apaguen, y que las fábricas no sirvan bombas sino trabajo, amor, paz ...!

Pero, ¿ por qué te hablo, Dios mío, sólo de otros insensatos?

Si yo mismo, y muchos más conmigo, afortunados del "primer mundo"  (que no vamos  a la guerra, ni fabricamos bombas, ni nos olvidamos de dar un poco de pan, de cuando en cuando, a los hambrientos) , sufrimos también de desamor en nuestros hogares, pueblos y ciudades?

Sí; lo hacemos, cuando cedemos al hambre de drogas, a pasiones sin freno, al loco afán de consumo, y nos vemos como náufragos en la miseria e indignidad humana, víctimas de la irreflexión, desequilibrio y violencias.

Mira, Señor; en nuestro cielo no se descargan bombas para batir la tierra, pero nos falta luz, discernimiento, paciente perseverancia en los compromisos , hambre de Ti, amor a Ti.  Tus hijos, obra de tu amor, morimos de frío, soledad , de incomunicación en el espíritu; y así no podemos ser ángeles custodios de los demás.

Haz, Señor, que nuestro Adviento y Navidad sean camino para el reencuentro con el hombre nuevo, hecho a tu imagen y semejanza.

Dios mío, tú eres amor y das amor, pero he decirte una verdad.

Aquí, en Occidente, entre gente más o menos culta, y entre frívolos sabihondos que no callan, he caído en tanto desamor que comienza a darnos vergüenza de sentir y decir que Tú eres la Verdad y Amor, que Tú eres la gran Verdad salvadora de un mundo en crisis y el gratificante Amor que infunde amor y pide amor.

Que ¿por qué nos pasa eso?

Tal vez porque en la calle se habla mucho de justicia, del hambre y  de nuevo orden en el mundo, pero la mayoría  no quiere oír hablar de Ti;

o quizá porque -según dicen los sabihondos- resulta anacrónico, en un mundo que no necesita de Dios,  hablar de Ti con persuasión y calor;

o también porque se piensa que creer de verdad en Ti y amarte requiere mucha honestidad y virtud, y esto abunda muy poco .

Todo es confusión y cobardía, Señor, porque no amamos de verdad.

Te ruego, pues, que en este Adviento y Navidad nos hagas ver y sentir  dos cosas en lo más íntimo de nuestra fe:

-que vivir en la esperanza de un Mesías para un pueblo enfermo no es "volar por la nubes y perder de vista al planeta tierra" sino amar y amarte;

-y que adorar en el portal de Belén a un Dios que se hace niño no es burla ingenua de quienes auguran que nuestro dios y destino es regresar al polvo que pisamos, sino sabiduría suprema que enseña a vivir aquí para pervivir en el más allá, a tu lado, en gloria.

Meditación del pobre que no entró en su celda interior

Me pesan, Señor, los años que ya se me han ido.
En las cuentas de mi rosario hay ya muchos Advientos y muchas Navidades, pero no me han dejado el alma sosegada, en paz.

Si enumero los años, veo multiplicadas mis debilidades.

Señor, me siento pobre en tus manos.

Si miro atrás, creo que se han perdido muchas flores en el jardín de mi vida.

Si pretendo avizorar el futuro, tengo en frente más nieblas que horizontes.

Para consolarme, me digo a veces , queriendo engañarme, que al cuerpo lo he cansado con trabajos, que he regado con sudor  la tierra, que he alargado  –con una flor- mi mano a otras manos más débiles que la mía.

Pero no me convenzo, Señor, tú lo sabes.

Porque si he transitado por muchos caminos, y si he fatigado mi cuerpo con pesada carga, he malgastado también innumerables dones, viviendo como hijo pródigo, irreflexivo y necio, lejos de la casa de mi Padre.  

No he construido mi celda interior donde el Espíritu habla en medio del silencio, con palabras de Verdad; no he edificado sobre roca con piedras de virtudes que hacen al hombre intensamente solidario de los demás; no me he plantado como árbol de amor en la tierra fecunda de la humildad; no he subido del río del pecado al puente, que es Cristo, para abrazar sus pies clavados, para beber su sangre en el costado, para besar sus labios y fundirme en su amor.

Mi irreflexión, Señor, el vivir fuera de mí mismo, el no reconocer una y mil veces que no soy nada sin ti, me ha tenido, como a tantos mortales, en el portal de un Adviento que espera poco, en la celebración fugaz de una Navidad que no es anonadamiento, encarnación, y en el fluir de los acontecimientos cuyo mensaje no arraigó en mi interior.

Cambia, Señor, mi mente y mi corazón en este Adviento y Navidad.

Hazme reflexivo, buscador y discernidor de la verdad.

Ayúdanos, a mí y a otros muchos conmigo, a entrar con humildad, fortaleza y decisión, en la bodega de la sangre y de la cruz de Cristo que da Esperanza, alimenta el Amor y compromete en la Vida.