Dom
20
Sep
2009

Homilía Vigésimo quinto Domingo del Tiempo Ordinario

Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)

El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres

Introducción

El evangelio de la eucaristía de este domingo nos presenta un mensaje que choca con la realidad que nos rodea y encierra una clara interpelación personal y comunitaria.

Al echar un vistazo a las noticias del mundo, del país, a la publicidad, a las relaciones entre las personas…, percibimos a menudo la ambición de poder,  la competitividad por ser el primero, la lucha por dominar a los otros, el deseo de enriquecerse a cualquier precio.  Esto no es algo nuevo y podemos comprobarlo, leyendo atentamente el segundo capítulo del Libro de la Sabiduría para situar la primera lectura en su contexto más amplio. El texto  nos muestra, con crudeza que para los obran el mal lo importante es disfrutar y obtener el máximo provecho de la vida. Para ellos, la norma de la justicia es su propia fuerza y, por lo tanto, están dispuestos a oprimir a las personas débiles como el justo pobre, la viuda, el anciano,  porque son inútiles. Más aún, el justo les molesta e irrita porque se considera hijo de Dios, les reprocha su forma de vivir y sus faltas contra la ley divina. No dudan, pues, en ir a cazarlo como una presa para verificar el fundamento de sus afirmaciones. Con su condena a muerte pretenden comprobar si Dios, del que se reclama hijo, viene a librarle.

La epístola de Santiago insiste en la misma realidad y presenta a la comunidad cristiana la contraposición entre la verdadera y falsa sabiduría para que opte por la sabiduría que “viene de Dios”. De ella nacen la armonía, la tolerancia, la misericordia, la comprensión, la paz. La segunda, sin embargo, se rige por la envidia, el deseo de poder, de riqueza, de dominio y engendra las guerras, los conflictos y la violencia.

Jesús nos invita a adoptar su perspectiva: “si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”, a cambiar radicalmente de criterios y de valores, apreciando lo pequeño, lo sencillo, lo que generalmente no cuenta. Es, pues, una llamada a mirar la vida con sus ojos y a colaborar en la construcción de unas relaciones humanas y cristianas, basadas en el servicio a los más débiles. Y el lugar adecuado para aprender a servir así, quizás se encuentre ahí donde están los últimos, los que lo han vivido siempre.