Pautas para la homilía

Materiales para la Predicación

Pautas para la homilía IV Domingo de Adviento

 Introducción

Llegamos ya al cuarto domingo de Adviento, próxima ya la celebración de la Navidad. Es tiempo de aguzar la esperanza, pero este año es tiempo también de avivar la memoria. ¿Por qué? Confluyen en este domingo el recuerdo del famoso sermón de Montesinos, hace ya 500 años, y la figura de María, siempre joven sugerente para la fe y la esperanza de la comunidad cristiana. De entrada no resultan elementos fáciles de combinar.

Aquel fue un sermón de denuncia neta. La comunidad de los Dominicos, recién llegados de España a la Isla Española, viendo el injusto e inhumano trato que los conquistadores infligían a los naturales del país, movidos por la compasión, “decidieron predicar el Evangelio” y denunciar aquella injusticia. Lo hicieron a través de la voz de Montesinos, que, a su vez, tomó para ello el grito de Juan Bautista: “Yo soy la voz que clama en el desierto”. Estaba en juego la salvación de españoles e indígenas. Por eso, aquel sermón fue una invitación a la conversión, algo que se revelaba poco menos que imposible. Pero, “para Dios no hay nada imposible”. 500 años después este 4º domingo de Adviento no nos pone delante la figura del Juan el Bautista, sino la figura de María. El Evangelio es otro, el de la anunciación. María es una figura más suave, más anónima, más silenciosa… Pero no es menos significativa en el adviento. También en la anunciación parece imposible que una virgen conciba sin concurso de varón. Pero ella creyó lo que le dijo el mensajero del Señor. Y creyó precisamente “porque para Dios no hay nada imposible”. A veces sólo esta fe nos permite a los cristianos creen que otro mundo es posible. 

Pautas para la homilía

Se cumplen 500 años desde aquel famoso sermón de Montesinos, predicado el 4º domingo de adviento –entonces no había ciclos litúrgicos- en la Isla Española (hoy República Dominicana y Haití). Fue un sermón preparado cuidadosamente por una comunidad de dominicos a base de ayunos, vigilias y oración, porque eran “hombres espirituales y muy amigos de Dios”. Y fue preparado cuidadosamente y comunitariamente para “no errar en cosa tan importante como era la salvación de los cristianos y de los indígenas”. Y fue escrito el sermón y suscrito del puño y letra de cada uno de los miembros de la comunidad. Le encomendaron la predicación del mismo a Fray Antón Montesinos, porque tenía la “gracia de la predicación”. Sin ninguna celotipia.

El núcleo del sermón es el famoso interrogante que tronó, como “voz que clama en el desierto” –era el evangelio de aquel domingo-, en las conciencias de los conquistadores. Refiriéndose a los pobres indios explotados en el trabajo y masacrados con frecuencia, el predicador preguntó a los conquistadores: “¿Éstos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?”. Porque el problema de fondo era efectivamente un problema de ceguera, de somnolencia, de falta de conciencia cristiana. Y les dijeron que así no podrían salvarse, por más que fueran cristianos, si no se convertían. Al margen de la justicia no hay salvación.

Aquel sermón pudo cambiar la historia del Continente, pero los intereses económicos y políticos, se impusieron a los intereses del Evangelio. El éxito o el fracaso del mismo no quita ni pone verdad al mensaje predicado. Al predicador no le toca garantizar el éxito del sermón. La denuncia de la horrible injusticia perpetrada contra aquellas gentes que estaban pacíficamente en sus tierras era una denuncia que brotaba de las entrañas de unos varones evangélicos. El predicador recogió el testigo de Juan Bautista en aquel domingo de adviento e hizo una apremiante invitación a la conversión. Porque, si no hay conversión, no hay adviento, o simplemente nos dedicamos a esperar pasiva e irresponsablemente. En esta invitación aparecieron todas las aristas del evangelio, que las autoridades de la Isla no pudieron digerir. Quisieron deshacerse del mensaje deshaciéndose de los mensajeros.

Quinientos años después seguimos celebrando el adviento y seguimos esperando que la justicia llegue y se haga para todos. Al 2011-2012 le corresponde el ciclo B. El evangelio de este cuarto domingo de adviento no es el de Juan, la voz que clama en el desierto. Es el de María, el evangelio de la Anunciación. Pero, ¿no habrá que seguir gritando contra la injustica de nuestro mundo? ¿No habrá que seguir preguntando ante tantos pobres, tantos excluidos, tanta mujeres maltratadas, tantos emigrantes sin papeles, tantas víctimas de todo tipo de violencia: “¿Estos no son hombres?”.

A lo largo de la historia Dios irrumpe sorpresiva y gratuitamente. De tal forma que, en medio de las situaciones más inhumanas siempre hay un lugar para la esperanza. En medio de estas situaciones hay afortunadamente muchas personas como María, que han hallado gracia delante de Dios, que son testimonio vivo de que Dios aún sigue pendiente de este mundo, de que el plan de salvación sigue adelante, de que aún hay razones para la esperanza. Se puede gritar con la voz atronadora de Montesinos o con el silencio de María. Hay silencios que son muy dicientes. Hay testigos que hacen retroceder y avergonzarse a cualquier verdugo. Hay una bondad que Dios pone en muchas personas y que es la mejor denuncia de la injusticia, la más fuerte invitación a la conversión. “No temas, porque has hallado gracia delante de Dios. El Señor está contigo”.

María es una invitación a ejercitarse en la fe cuando fracasan las razones humanas. “¿Cómo puede ser esto si yo no conozco varón?”. Es una invitación a seguir creyendo cuando la voz del Evangelio es como una “voz que apenas resuena en el desierto de las conciencias”. Hoy, sin una fe firme en Dios y en el ser humano, es difícil seguir empeñados en la causa de la justicia, es imposible confiar y seguir esperando que la justicia total llegue a tantas víctimas de ayer y de hoy.

Este evangelio del cuarto domingo de adviento del 2011 es un test para la fe de la comunidad cristiana y sus miembros. “¿Cómo puede ser esto…? PORQUE PARA DIOS NO HAY NADA IMPOSIBLE”. Este es el test para la fe: aceptar verdaderamente que para Dios no hay nada imposible y que él está de parte de la vida y no de la muerte, de parte de la justicia y no de la injusticia, de parte del bien y no del mal, de parte de las víctimas (pero para que todos se humanicen)… pese a todos los signos en contra. Desde esa seguridad la esperanza se afianza y, con ella, el firme compromiso en la lucha por la vida, la justicia y el bien. La resurrección de Jesús que proclamamos en la Eucaristía es la garantía de ese triunfo final de la vida, la justicia y el bien. “Hacer esto en memoria mía”. Celebramos para que no se nos olvide.

Fr. Felicísimo Martínez Díez O.P.
Convento Ntra. Sra. del Rosario (Madrid)
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Sermón de Antón Montesino