Nace en 1482 en la ciudad de Córdoba. Muere el 4 de mayo de 1521 en la ciudad de Santo Domingo (La Española). B. de las Casas, su discípulo y admirador sincero, resume en una frase la vida de este personaje: “consummatus in breve explevit tempora multa”.
Perteneció a la familia de los Córdoba. Sus coetáneos le definen: “Fue de su natural manso, apacible e inclinado a todo bien; en sus inclinaciones a la virtud, desde niño, se conoció en él el alma que dijo el sabio que Dios comunica a sus siervos”. Muy joven, fue enviado a Salamanca para estudiar Leyes, pero abandona estos estudios y en 1501 solicita el ingreso en el convento dominicano de San Esteban de Salamanca. Allí cursa estudios de Artes y Teología y es ordenado en 1508. Al año siguiente es asignado convento de Santo Tomás de Ávila, junto a fray Antón Montesino y Bernardo de Santo Domingo. Los tres forman parte de la primera expedición de dominicos, que desembarca en América “por el mes de septiembre de 1510”. Desde ese momento, fray Pedro de Córdoba brillará como abnegado apóstol y genial evangelizador.
En aras de su vocación apostólica cruzará seis veces más el Atlántico, y otras tantas arrostrará los peligros del mar Caribe, navegando entre La Española y Venezuela. Sumemos las condiciones marítimas de aquella época, una vida ascética, una pésima alimentación y muchas penas y el resultado se expresará en una salud endeble, y una tuberculosis que le llevaría a la tumba el 4 de mayo de 1521.
Breve es su vida, pero fray Pedro se convertirá en el alma de una comunidad, paradigma para la evangelización de aquellas tierras y baluarte en la defensa del Evangelio y de los derechos humanos. Él fue el iniciador de una nueva metodología evangelizadora, enriquecida con las aportaciones de sus hermanos de hábito: aprender las lenguas de los naturales, predicación y catequesis sencilla, escuelas para niños indígenas, etc. De su genialidad nació la primera “Doctrina” escrita en América para la evangelización de los naturales. De su ideario apostólico brotará la práctica de las “reducciones” y la evangelización pacífica.
Esta dimensión apostólica bastaría para ensalzar su figura. Sin embargo, no menos im-portante será su aportación en la constitución de una comunidad, animada por un solo corazón, en la decisiva lucha por la justicia y los derechos humanos. Fray Antón Montesino, el gran predicador, resumió esta dimensión en el sermón de las honras fúnebres de fray Pedro: “quam bonum et quam iocundum habitare fratres in unum”. Fray Pedro fue el animador de una comunidad, que pasará a la historia por su decidida lucha a favor del hombre nuevo.
Tras una preparación de 15 meses, la comunidad de dominicos decide manifestar públicamente su opinión sobre la injusticia que se estaba cometiendo con los naturales de América. El 21 de diciembre de 1511, los atónitos españoles de Santo Domingo escuchan la “voz” de fray Antón Montesino, pero fray Pedro es el bastión: defiende al Predicador y su doctrina; más tarde viajará a España y convencerá a los grandes teólogos de la Escuela de Salamanca; convertirá para su causa a Bartolomé de las Casas; escribirá cartas y memoriales para el Rey y sus Consejeros. Siempre pensado en los derechos del Evangelio y de los indios antes que en su propia seguridad, salud y honra.
Sin la fugaz figura de fray Pedro de Córdoba la “voz” de Montesino hubiera quedado muda; seguramente no se habría producido la conversión del “defensor de los indios”; la Escuela de Salamanca no hubiera brillado por la claridad de su pensamiento, ni España habría promulgado sus Leyes de Indias, que tanto orgullo nos producen. Las figuras de Montesino, Berlanga, Las Casas, Vitoria.., son fruto del tesón y genialidad de este joven fraile cordobés.
Fr. Miguel Ángel Medina O.P.