Historia del martirio de los frailes del Convento de Almagro
A principios de julio de 1936, la mitad de los miembros de la comunidad de Almagro, se habían marchado para pasar vacaciones en otros conventos. En el convento quedaron varios estudiantes, hermanos cooperadores y padres.
El 21 de julio, tres días después del inicio de la guerra, varios miembros del Ateneo Libertarlo prenden fuego a la Iglesia de Madre de Dios, lo cual pueden observar desde el convento nuestros frailes. Varios de ellos acuden a tratar de apagarlo, pero los exaltados les echan de allí con desprecio. El alcalde, Daniel García Pozo, les visita para indicarles la conveniencia de que salgan del pueblo. Por la noche, varios hombres registran el convento en busca de armas.
Al día siguiente se reúnen para tomar café en honor a Santa Magdalena, patrona de la Orden. En el ánimo de todos se encontraba la idea de que se estaba desatando una persecución terrible contra sacerdotes y religiosos. Ese mismo día se presentan algunos extremistas para preguntarles cuántos eran y dónde se encontraban los que faltaban. Ante la actitud de los frailes, les amenazan con quemar el convento con ellos dentro esa misma noche. Por un lado los miembros del Ateneo Libertario tenían claro cuál debía ser el destino de los frailes, a quienes consideraban peligrosos. Por otro lado, el alcalde, Daniel García, aspiraba a que, al menos, la eliminación de los frailes no tuviese lugar en su radio jurisdiccional. Desde ese momento el Alcalde se presenta en el convento varias veces e insiste que desalojen el convento. Les dice que les puede ofrecer salvoconductos para salir del pueblo.
El 24 de julio el alcalde, con malas maneras, les ordena terminantemente que abandonen el convento. El padre Marina reúne a la exigua comunidad y distribuye las Sagradas Formas entre todos. Emoción y lágrimas.
Al día siguiente, los frailes comienzan a evacuar el convento. Buena parte de los religiosos se alojan en casas particulares, algo que no gusta al Ateneo Libertario que argumenta que la dispersión de los religiosos era una dificultad para tenerles controlados, dada su "peligrosidad". Por eso el alcalde cambia de opinión y ordena confinar a los frailes en una casa deshabitada frente a la quemada Iglesia de la Madre de Dios. El alcalde obligó al padre Camazón a entregarle los tomos del convento.
Una vez alojados en la casa, se organizaron para poder comer a diario. Dada la cercanía del convento fray Arsenio y fray Mateo, los cocineros, iban a diario a la despensa para poder cocinar y llevar la comida a todos los demás. Las noticias de fuera que van llegando, no son del todo buenas. Se sabe del avance de Franco a través de los periódicos que les daban los guardias al tiempo que les desasosegaban con palabras sacrílegas y llenas de insultos y odio.
El 30 de julio el alcalde comienza a expedirles salvoconductos para que, paulatina e inadvertidamente, fueran desalojando el pueblo. Pero los del Ateneo no se cruzaron de brazos. En el mismo tren que llevaba con destino a Ciudad Real a los tres primeros "liberados" subieron también unos jóvenes afiliados al Ateneo Libertario, que, en la estación de Miguelturra, llamaron la atención de los milicianos de guardia sobre la sospechosa expedición. Los bajan, los sitúan entre las vías a conveniente distancia para el tiro, y los matan despiadadamente.
Una escena parecida se repite, casi con pelos y señales, en la estación de Manzanares (Ciudad Real). Fueron detenidos por uno de los factores ferroviarios de Madrid, en Manzanares, en un tren procedente de Almagro, el 3 de agosto de 1936, siendo conducidos a la cárcel de Manzanares, permaneciendo en una de sus celdas privados de toda luz, en estado insalubre. Cinco días después fueron conducidos a las tapias del cementerio y fusilados. Familiares que recogieron tempranamente datos añadieron una nota de brutal ensañamiento para con ellos, al afirmar que «fueron castrados por una mujer».
Entre tanto, la permanencia del resto de los detenidos resultaba por días más engorrosa para el alcalde, que consultó a Madrid para saber qué hacer con ellos. Desde la Dirección General de Seguridad le anunciaron que unos camiones de guardias de Asalto irían ex profeso a Almagro para hacerse cargo de los reclusos, ya destinados a otras cárceles de Madrid. Pero el plan iba a fallar de nuevo a cuenta de los afiliados al Ateneo.
La entrega final
Una reunión del Comité directivo en la noche del día 13, dio como resultado, la formal irrupción de un grupo de socios, sin más apelativos, en la casa prisión, tras un rato de golpes y amenazas a la puerta de la misma. El hermano cooperador fray Fernando García de Dios, que por tener un rostro aniñado fue puesto con los jóvenes, se pasó voluntariamente al bando de los mártires.
El padre Marina pidió misericordia para los más jóvenes. El padre Antonio Trancho da la absolución a los jovencitos y les habla con fervor sobre lo que significa morir por Dios y les animaba diciéndoles que al morir martirizados la esperanza de alcanzar el Cielo era casi un hecho. El padre Eduardo se echa a llorar por no haber podido salvar a los pequeños. El jefe dijo que no los iban a matar, les llevaban a tomarles declaración. Los jovencitos encerrados en la casa se pusieron a rezar el rosario y otros lloraban. Pocos momentos después de salir, uno de los escopeteros disparó al aire, que era la consigna, y se les unieron varios escopeteros más.
El cocinero, fray Arsenio, al ver la realidad, les reprocha sus mentiras. Pero el padre Camazón le pide tranquilidad y mansedumbre. Fray Arsenio sacó entonces un crucifijo que llevaba escondido y se dispuso a rezar. Entonces les ataron de dos en dos excepto al padre Marina. En un descampado a dos kilómetros de Almagro, detuvieron a las víctimas. Al ver algunos jóvenes el crimen que se iba a cometer, entraron en violenta discusión con los otros y finalmente decidieron abandonar el grupo, asustados por lo que iba a acontecer.
Historia del martirio de los dominicos en Almería
Los frailes sufrieron una despiadada persecución a partir de finales de julio de 1936, en que la comunidad se vio obligada a abandonar el convento de Almería. Los frailes se dispersaron y estuvieron refugiados en casas de familias que en ocasiones también sufrieron persecución. A lo largo de las siguientes semanas fueron detenidos, algunos llevados a comisaría donde fueron torturados, otros estuvieron presos en el barco «Astoy-Mendi» o el «Segarra». A lo largo del mes de septiembre, tres de ellos fueron fusilados en La Lagarta o Pozos de Tabernas (Almería) y dos de ellos fueron fusilados en las tapias del cementerio de Almería.
En esta causa merece una atención especial el laico dominico Fructuoso Pérez, reconocido periodista católico, que amaba a la Orden a la que pertenecía, junto el resto de su familia. Fue detenido en su domicilio el 26 de julio de 1936, lo llevaron a la comisaría y de allí a la prisión improvisada en el convento de las religiosas Adoratrices. El 3 de agosto lo trasladaron al barco «Segarra», hasta el 15. Lo ejecutaron en la madrugada de dicho día en la playa la Garrofa, cerca de Almería. Arrojaron el cadáver al mar, con los de otros fusilados. Devueltos tiempos después por el oleaje, los enterraron en la misma playa. Después de la guerra trasladaron los restos de todos, sin identificar, al cementerio de Almería.
Historia del martirio de Sor Asunción en Huéscar
A las pocas semanas de empezar en conflicto armado en España, las 14 monjas dominicas se vieron obligadas a abandonar su monasterio Madre de Dios y se escondieron en casas de familiares y personas caritativas. El convento fue saqueado. La nueva beata fue acogida en casa de una sobrina, llamada Ascensión Reche, esposa de Alfredo Motos. Su priora continuó atendiéndola. La persecución se recrudeció en Huéscar a principios de febrero de 1937. Fue apresada el 16 de febrero, porque los perseguidores juzgaron suficiente delito el que llevara un crucifijo al cuello. Estaba próxima a cumplir 76 años. En los calabozos del ayuntamiento sus perseguidores se empeñaron en «oírla blasfemar». No lo consiguieron, y ella respondía con oraciones breves. La apalearon y golpearon, dejándola magullada y tendida en el suelo sobre su sangre. Al día siguiente le ordenaron que se subiera a un camión, pero ella no tenía fuerzas para levantarse, así que cargaron con ella hasta el vehículo, donde había otros presos.
Llegaron a las puertas del cementerio, fueron bajando a los presos y los fusilaron ante la religiosa. Ella vio, por ejemplo, cómo fusilaban a su sobrino Florencio. Le volvieron a insistir que blasfemara, pero ella se negó. Finalmente colocaron su cabeza sobre una piedra y con otra piedra le machacaron el cráneo. Recibió la corona del martirio en las primeras horas del 17 de febrero de 1937.