La idea central de la mística ekhartiana, como reconocen hoy la mayoría de especialistas, es la que se refiere al nacimiento de Dios en el alma. Requisitos para este nacimiento interior son el desapego y abandono y “un corazón vehemente en el que reine sin embargo una indestructible y silenciosa paz”.
El nacimiento del Verbo se produce en lo más puro y valioso de nuestra alma, en lo más interior de nuestro interior: en esa chispita o scintilla, que recibe en Eckhart diferentes nombres. El Maestro Eckhart nos invita a vivir y permanecer en nuestro fondo, en nuestra esencia, pues es ahí donde Dios nos toca “con su simple esencia, sin que haya ninguna imagen como intermediaria” (Pr. 101; p. 83). Nos toca allí “donde todas las potencias están retiradas de toda su actividad” (id.; p. 84).
El alma debe estar en paz, serena y en reposo, como dice el profeta: “cuando todas las cosas descansaban en un profundo silencio, descendió hacia mí desde lo alto, …, una palabra secreta”.
Eckhart cita al Pseudo-Dionisio, quien exhortaba a Timoteo para que procurase tener su “espíritu libre de ansiedades”, elevándose por encima de sí mismo, “por encima de toda forma y de toda esencia”, “para llegar a un conocimiento del Dios desconocido”. Le recordaba también la necesidad de “un desapego de todas las cosas” pues que “a Dios le repugna actuar entre toda clase de imágenes”...
Francisco Martínez Albarracín