Predicación y docencia van a la par. Docencia y teología se unen en el carisma dominicano en el deseo de dar a conocer la integridad de la verdad que hay que predicar. Una predicación, informada por el estudio y abierta a la verdad, se abre con naturalidad al universo de la teología. Así lo ha visto la Orden desde Santo Domingo. Y por eso, la docencia teológica es tan dominicana.
La teología es un servicio a la fe por razones intrínsecas. La fe es una vivencia de sentido que permite una lectura global del ser humano y del mundo a partir de una relación viva con el Dios de Jesucristo. La fe responde al movimiento de autocomunicación (revelación) de Dios y afecta a la totalidad de lo que es el ser humano. La experiencia creyente posee un carácter salvífico, plenificante y humanizador: consigue sacar lo mejor de cada creyente; y lo mejor siempre es Dios, que explica al ser humano. Como es lógico, la citada experiencia abarca también la dimensión cognitiva del hombre. La fe, por tanto, guarda una relación positiva con la razón. Santo Tomás de Aquino, insigne fraile dominico, decía que la fe es habitus mentis, qua inchoatur vita aeterna in nobis, fasciens intellectum assentire non apparentibus –la fe es un hábito de la mente, en el que se inicia la vida eterna en nosotros, que da lugar a que el entendimiento asienta a cosas que no se perciben– (Suma de teología II-II, 4,1). En consecuencia, la fe (la experiencia provocada por el impacto de Dios en la vida humana) se puede pensar y se ha de pensar. Por otro lado, si no fuera así, la fe no sería una realidad plenamente humana. La experiencia creyente pasa también por la razón. Este ineludible paso por la razón está en el origen de la teología, que es inteligencia o pensamiento de la fe. En suma, la fe necesita de la teología y la teología sirve a la fe.
Este servicio de la teología a la fe es importante. La fe nace de la revelación de Dios y se torna experiencia de sentido. La teología procura preservar con los argumentos de la razón la riqueza de la vivencia creyente nacida de la revelación. Esta función se puede definir como un servicio: es pura diaconía. Lo primero es la donación de Dios que se corresponde con la fe. La fe, a su vez, es la vivencia plenificante y salvadora de la relación con el Dios revelado. La felicidad y la salvación, desde luego, se juegan en esta experiencia. Luego aparece la reflexión, el pensamiento. La teología es un momento segundo y ofrece a la experiencia de la fe un lenguaje, también segundo, para que no se desvirtúe y continúe ofreciendo su frescura salvífica y humanizadora a la gente. El ofrecimiento de la teología a la experiencia creyente se efectúa por medio de conceptos y argumentos que se hallan implícitos en ella, pero que es preciso explicitar y explicar. La fe sin la teología se reduce, se achica, pierde integridad, se deshumaniza. La fe del carbonero no es el icono de la experiencia creyente.
Pero hay más motivos por los que la función teológica salvaguarda la fe. La vivencia de la fe acontece en la historia. La misma revelación es histórica. Es la ley de la encarnación propia del cristianismo. La contextualidad histórica de la fe reclama también la diaconía de la teología. La manifestación de Dios, la verdad, para hacerse inteligible adoptó realmente la condición humana. Y lo hizo, no podía ser de otra manera, de un modo concreto: en un hombre situado en un tiempo, en una cultura, en una lengua. Los primeros creyentes compartían, igualmente, una situación determinada desde la que acogieron la manifestación de Dios y, a su vez, la transmitieron. La historicidad acompaña, pues, cada peldaño del avance misionero y de la evangelización, haciéndola concreta, real y humana. La teología cumple la tarea de explicar el sentido de la revelación y de la fe a los creyentes de cada generación y de cada época. Para ello, ha de hacer el esfuerzo de mostrar de qué manera la experiencia creyente es significativa para las diferentes culturas. Así, recoge preguntas y ofrece respuestas que, guardando fidelidad a la revelación, son igualmente fieles a la capacidad de comprensión de los creyentes. La teología, pues, es compañera de ruta de todos los procesos (¡necesarios!) de inculturación o aculturación de la fe. La teología o cultura de la fe ayuda a manifestar la catolicidad (la universalidad) de la propuesta cristiana.