Domingo de Guzmán halló su vocación al adentrarse en el sur de Francia y toparse con la realidad de la herejía. Lo cierto es que esta vocación, desde el principio, fue una vocación compartida. Domingo acompañaba a su Obispo de Osma, Diego. Ambos sintieron un mismo impulso evangelizador al contemplar el estrago que la desviación de la verdadera doctrina estaba causando en el mediodía francés. La comunidad, pues, es el cimiento de la obra de la predicación en el mismo instante de la gestación de la Orden. Aquella confrontación con los herejes, dura y compleja, fue, sin embargo, una oportunidad de vida y salvación. Domingo y Diego aprendieron mucho del contacto con albigenses y cátaros. Entre otras cosas, distinguieron una llamada irresistible a la predicación evangélica. Y es que, por falta de predicación, aquellas gentes, ávidas de Buena Noticia, se iban tras las enseñanzas de los predicadores herejes que, además, se ajustaban con mayor fidelidad que las gentes de la Iglesia a las directrices de Jesús en lo tocante a la pobreza y la radicalidad evangélica.
Domingo y Diego lo vieron claro: ¡había que predicar! El abandono de la predicación había causado un problema grave. Quizá, para entender esta afirmación, sea preciso evocar que, en aquel tiempo, la predicación estaba reservada exclusivamente a los obispos. Ellos, investidos de la autoridad apostólica, eran los únicos encargados de predicar el Evangelio en el ejercicio de la función profética de su ministerio. Este hecho había alejado la Palabra del pueblo: la predicación no llegaba, no se dejaba oír; como consecuencia lógica, faltaba instrucción. Y esa lejanía de la Palabra, y la carencia de formación que conllevaba, había abonado el campo a la herejía. La Iglesia, por otra parte, se había identificado demasiado con el modelo social feudal, que comenzaba a resquebrajarse en los albores del siglo XIII. Frente a esta situación se imponía actuar y, además, hacerlo desde la fuerza del camino evangélico. Precisamente, se denomina evangelismo al movimiento espiritual que florece en aquel instante; movimiento de vuelta a los orígenes, a la raíz del camino de Jesús, y al que pertenecen Domingo de Guzmán y Francisco de Asís, entre otros.
Domingo y su obispo no lo dudaron. Sus vidas debían de consagrarse a la predicación, y hacerlo de acuerdo al modelo evangélico y profético de los apóstoles. Ese modelo lo habían redescubierto en la vida de los propios herejes: la pobreza, la itinerancia, la oración y la vida común. Consiguen los permisos requeridos del Papa. Se inicia un nuevo estilo de predicación. De este ideal carismático no pudo disfrutar el obispo Diego a causa de su muerte. Domingo se queda al frente de la predicación en el sur de Francia. Y, abierto al Espíritu, completa lo que falta para terminar de perfilar lo que será la futura Orden de Predicadores. Y lo que faltaba, dadas las características halladas en el terreno, era la incorporación del estudio como elemento contemplativo e instrumento relevante de preparación de la predicación. Este último dato abre la puerta al tema de la docencia en la Orden.