Fr. Jesús Díaz Sariego O.P.
Con toda probabilidad, muchos de vosotros, apreciados lectores, habréis experimentado en la vida la presencia cercana de una persona que os ayudó a mirar la realidad de otra manera. Esa persona –maestro de vida para vosotros– ha sido o sigue siendo alguien relevante en vuestra vida personal.
Aquel que nos haya enseñando a ‘saber mirar’ será especialmente valorado por nosotros. Sobre todo cuando nos percatamos de que ‘saber mirar’, en el fondo, no es más que ‘saber vivir’ con cierta profundidad. ¡Pues bien! el estudio, para los dominicos, tendrá mucho que ver con el esfuerzo de ‘saber mirar’ para ‘saber vivir’, despertando en cada persona su capacidad para admirarse de todo aquello que configura la existencia. Porque, no hay duda: ‘la enseñanza de la vida está en las lecturas que hacemos de ella’; es decir, vivir la vida no es vivirla del todo, si no se vive de forma reflexiva y, por lo tanto, espiritual. Esta forma de vivir nos acerca a la Verdad de Dios y a las verdades que anidan en nuestro interior.
Para desarrollar en nosotros esta capacidad de búsqueda disponemos de muchos recursos. Uno de ellos, entre otros, es el estudio o cultivo de la inteligencia. No despreciemos, por tanto, las posibilidades de nuestra inteligencia. Ella –la inteligencia–, con su capacidad de análisis, es la que sabe descubrir matices, coincidencias y nexos. Si la inteligencia no actuase, posiblemente no caeríamos en la cuenta de los mensajes que el ejercicio de la vida nos ofrece. Es necesario ‘pararse a pensar’, para ver si los hechos recientemente acaecidos, si lo que ocurre a nuestro alrededor, nos arrojan luz sobre alguna verdad ya conocida o por conocer.
Cuando fijamos nuestra atención sobre algunos personajes de la historia de la Orden de Predicadores nos percatamos de cómo en lo dominicano siempre ha primado un cierto cultivo –con hondura– de las diversas ramas del pensamiento, especialmente de la filosofía y la teología, como deseo de un mayor conocimiento de Dios, de los hombres y del mundo, a la luz de la fe y de la razón. Hay una preocupación permanente por el cultivo de las facetas intelectuales, un deseo de saber y de no quedarse en planteamientos sencillos. Existe inquietud por calar en las esencias de las cosas y de los seres; hay vocación y tendencia por la ciencia y la sabiduría.