En el ejercicio dominicano del estudio aparecen dos rasgos que definen, de alguna manera, la trayectoria histórica y espiritual de la Orden de Predicadores. Aquellos que se expresan en dos afirmaciones, convertidas en lema de los dominicos: la afirmación ‘VERITAS’, es decir, ‘Verdad’, y la reflejada en el dicho de Santo Tomás, ‘contemplata aliis tradere’, traducida por ‘contemplad y dad lo contemplado’. Ambas expresiones y sus implicaciones enriquecen y alimentan nuestra espiritualidad.
A. Primer rasgo: Veritas
Las Instituciones religiosas o civiles, sobre todo aquellas que provienen de la Edad Media, disponen de emblemas, símbolos, escudos que las identifican. En el escudo de los dominicos, llamada también Orden de Predicadores, aparece un lema –yo diría– sublime y ambicioso: VERITAS –Verdad–. El ideal de esta Orden religiosa ha sido definido en reiteradas ocasiones como el ‘ideal de la Verdad’.
Pero, en palabras de fr. Guibert de Tournai, podemos decir que: “Nunca descubriremos la Verdad si nos contentamos con lo descubierto... Los escritores que nos precedieron no son nuestros señores, sino nuestros guías. La Verdad está abierta a todos; aún no ha sido ocupada”.
¿Qué quiero expresar con las palabras de este autor?: poner de manifiesto que la Verdad no es monopolio de nadie. Además, antes de que surgieran los dominicos –en el siglo XIII– existía esta expresión para denominar a otros grupos sociales y eclesiales. Por tanto, sería una osadía imperdonable que los dominicos nos apropiásemos de la Verdad. Lejos de esta Orden esa intención.
La búsqueda de la Verdad es un proyecto y un ideal para cualquier ser humano. ¿Quién no añora explorar la Verdad que se encierra en sí mismo, en aquellos que le rodean, en la naturaleza, en los acontecimientos que tienen lugar? Con el lema VERITAS, los dominicos no hacemos más que recordar un ideal para toda persona. Porque no debemos olvidar una convicción: ‘fuera de la Verdad todo se construye en falso’.
Debemos llegar a los hombres en su deseo de Verdad. Los dominicos intentamos contactar –aunque no siempre lo consigamos del todo– con los hombres en su búsqueda de la Verdad. Es decir, tenemos que relacionarnos con los hombres y mujeres de nuestro tiempo en su aspiración a conocer las cosas tal como son, a comprenderlas. Lo que caracteriza al máximo la mentalidad dominicana es el sentido de la Verdad de las cosas, que evidentemente no puede separarse de la Verdad del hombre y de la ‘Verdad de Dios’... este estilo dominicano debe aparecer también en nuestra manera de abordar los problemas y de aclarar las soluciones. No hay Verdad sin totalidad.
Ahora bien, el ideal de la Verdad es sublime, pero también es fácilmente sublimable. Por eso conviene mantenerse ‘fieles a la tierra y a la historia’, para no caer en falsos idealismos. La Verdad es la realidad misma. Por ello fr. Vicente de Couesnongle pedía para los dominicos un sexto sentido: el sentido de la Verdad objetiva, la Verdad de las cosas, que nos sitúa a igual distancia de la mistificación y de la moralización. La Verdad de las cosas es más real y objetiva que todas las sublimaciones y mistificaciones a las que con frecuencia sometemos la realidad. La Verdad de las cosas, del hombre y de Dios, es más consistente que todas las moralizaciones que con frecuencia inspiran nuestros discursos evangelizadores.
Este ideal de la Verdad, retomado por la Orden de Predicadores, permitió poner de manifiesto en dicha Institución religiosa la importancia esencial que tiene el estudio en el proyecto dominicano. El estudio, entendido como búsqueda constante de la Verdad, se vuelve un componente fundamental del proyecto de vida de los predicadores. Este es el sentido exacto del lema de la Verdad, del ideal de la Verdad, de la denominación como ‘Orden de la Verdad’ que reclamados por los dominicos. Es el único sentido válido. ‘La Verdad –reitero– aún no ha sido ocupada’. De esta forma, el ideal de la Verdad o el estudio constante de la misma es más un compromiso o un desafío que un simple motivo de orgullo.
B. Segundo rasgo: la actividad contemplativa
Hablar hoy de la contemplación dominicana, en la dinámica del estudio, merece la pena. No sólo porque sigue habiendo dominicos que la ejercen en su vida espiritual, sino también porque conecta muy bien con las principales aspiraciones y necesidades de nuestros contemporáneos.
Un autor dominico insistía en que “la contemplación dominicana no tiene el sentido de mera inquietud y acallamiento, al estilo de las grandes órdenes contemplativas por excelencia”. Para el dominico contemplar es dejar abierta la vía del intercambio; es llevar a su reflexión los afanes del ser humano y de devolver con un efecto de bendición y divinización las respuestas, las oscuridades o los interrogantes, iluminados por la luz y el calor de Dios. No siempre, por suerte, tendremos respuestas, siendo lo más cristiano entonces mantener nuestras ‘relaciones de incertidumbre’.
Vivir en la contemplación, al estilo dominicano, genera personas de encuentro. Encuentro entre Dios y los hombres. Y encuentro de los hombres entre sí. Por eso la contemplación dominicana intenta ser una ‘teología de Dios para los hombres’ y una ‘antropología del hombre para Dios’.
Blondel llegó a decir que ‘todo, aquí abajo, se sostiene por lo de arriba’. Esto es cierto, pero es igualmente cierto que todo lo de arriba adquiere peculiar sentido por lo que acontece aquí abajo. De no haber sido así, ¿qué sentido tiene para los cristianos el grandioso misterio de la Encarnación? ¿Acaso no fue una ‘humanización’ de Dios y una ‘divinización’ del hombre? La contemplación dominicana también quiere mirar con intensidad ‘a lo de aquí abajo’. No es, por tanto, un escape espiritualista que olvide al hombre y a su realidad.
El ejercicio espiritual en lo contemplativo se vuelve compasión. Conmoverse e impresionarse ante lo que le sucede a la gente y lo que esto significa para ellos, es un modo de percibir la presencia de Dios. ‘Compasión’ es contemplación en el sentido dominicano. Compasión contemplativa es aprender a mirar a los otros de manera desinteresada. De este modo, está profundamente unida con la pasión por un mundo justo. Una sociedad que no entienda bien la contemplación difícilmente ejercerá la justicia desde Dios; se mantendrá igualmente alejada de la gratuidad divina, porque habrá olvidado cómo mirar al otro desinteresadamente.
Cuando estamos al final de una época, para algunos grandiosa; cuando nos debatimos todos, jóvenes y adultos, entre incertidumbres y sin sentidos; cuando sufrimos la marginación, las desigualdades, la violencia, el aburrimiento, el abandono, los abusos, la soledad, las injusticias, las reivindicaciones, la pobreza, el derroche, el cansancio, las rupturas, las carencias y tantas cosas que nos envuelven, nos golpean..., resuena como tabla de salvación la llamada al hombre interior, a la entereza interior, a la recuperación del hombre integral. Y ello sin misticismos raros, sin cerrazones, sin desentendimientos del mundo duro, de la vida tensa. Para conseguir esto, la disciplina del estudio será uno de los recursos que mejor tenemos a nuestro alcance. La tradición dominicana nos orienta en una dirección a la hora de manejar nosotros el quehacer en el que estamos inmersos. Sobra decir que el camino dominicano es uno entre otros muchos. Eso sí, resulta apasionante para quien llega a comprenderlo y a vivirlo.
Vivir el descubrimiento del ‘hombre interior’, aquél que deseamos llegar a ser, bajo la luz dominicana de la contemplación y la acción… salva más: porque es una salvación de encuentro; de encuentro con el fondo del ser personal sin ambages ni engaños, con el afecto de Dios, con la vida problemática...