Fr. Cándido Aniz Iriarte O.P.
Las ‘Ordenes mendicantes’ surgieron providencialmente en la historia de la Iglesia en el siglo XIII, fecha capital en un periodo de cambio –siglos XI-XIV– en que la sociedad medieval, eminentemente agrícola y con estructuras feudales (que en parte eran imitadas por la organización piramidal de los monasterios), sufría cambios de tanta importancia que algunos historiadores los asemejan, aunque a mucha distancia, a los cambios operados en la revolución industrial moderna. En efecto:
1) Es el momento en el que la mentalidad socioeconómica del mercado por trueque o intercambio de piezas y artículos queda trasnochada y es sustituida por el sistema de transacciones (principalmente de compraventa) con cálculo del valor dinerario de mercancías y bienes: un sistema en el que, por así decirlo, todo se hace dinero y suscita pasiones por el dios oro.
2) Es el tiempo en que las ciudades crecen y se convierten en nudos o centros donde se teje la revolución económico-mercantil y laboral. La ciudad es dinero, comercio, cultura, flujo religioso o antirreligioso.
3) Es el amanecer de un nuevo contexto, urbano, que despierta al pueblo golpeando a su inveterada rusticidad cultural y le hace sentir el atractivo y la necesidad de cambio para participar en una calidad de vida más compleja y creativa, previo adiestramiento o formación en aulas o centros culturales de estudios municipales, monásticos o generales.
En ese conjunto de circunstancias sociales, económicas y culturales de creciente urbanismo, los monjes y monasterios que acompañaron a la etapa histórica anterior ya no pueden, desde su retiro, iluminar, cuestionar, ofrecer criterios de comportamiento moral, social, religioso a las nuevas generaciones. Éstas, ansiosas de mayor libertad, autonomía, creatividad y audacia, requieren profetas y predicadores más cercanos en las iglesias y centros de estudio, y nuevas formas de presencia apostólica. La voz majestuosa y señorial de los Obispos o Abades es demasiado solemne, lejana, carente de atractivo y ejemplaridad para gentes inquietas.
Detalle muy significativo de ese contexto (precursor del espíritu que animará a las Órdenes Mendicantes) es el hecho de que en el seno de esa Sociedad ciertos grupos de creyentes católicos –principalmente laicos piadosos– se sienten agitados por el Espíritu y suscitan movimientos testimoniales de pobreza, caridad, pureza, solidaridad, retorno al evangelismo, y predicación apostólica, como antídoto frente a la ambición de riqueza y poder, al apetito de bienestar material, al adormecimiento eclesial, y al olvido de la Providencia divina. En esos movimientos que buscan o recrean caminos de salvación con retorno a las fuentes bíblicas, es de notar que ocupan lugar muy importante la austeridad y pobreza como valores evangélicos que se enarbolan como signos de auténtica liberación humana.
En el cauce religioso-cultural-social de ese naciente río caudaloso es donde surgen las Órdenes Mendicantes (formadas por discípulos o seguidores de Jesús, Hijo del Padre) con signos externos de pobreza personal y comunitaria y con voz profética de mensajeros o apóstoles que se hacen presentes en ciudades y aldeas, en mercados y plazas, en aulas y en púlpitos. Y lo hacen a título de ‘mendicantes’, es decir, contraponiendo social y visiblemente…
- …a relajación moral, austeridad;
- …a riqueza-poder-dinero, pobreza;
- …a soberbia-ostentación y lujo, humildad;
- …a autosuficiencia, dependencia-mendicidad.
Mediante ese esquema simplificado, elemental, de contraste moral-espiritual con cuatro rasgos, destacamos algunas piedras básicas del edificio general de las Órdenes Mendicantes, dejando que en cada una de ellas haya matices diferenciadores muy saludables.
¿Cuáles son los matices de esos cuatro rasgos en la Orden de Predicadores Mendicante? Veámoslo.