Fr. Nicasio Martín O.P.
Es decir, se puede observar, en la experiencia de los orantes de todas las manifestaciones del hecho religioso, que hay distintas intensidades en la relación con Dios u oración, reflejo de la vida del creyente que, en las circunstancias de su historia personal, va purificando su imagen de Dios y la vinculación con éste. En efecto, en el ámbito que ofrece el mundo de las religiones se halla la llamada oración mística y que vendría a ser otra configuración de la oración auténtica, fruto de la experiencia que posee el creyente del carácter trascendente del Misterio o de Dios. En la relación mística el hombre se presenta ante la realidad trascendente con una actitud de entrega o de amor. No se busca, como algo preeminente, la visión y la perfección, sino más bien vivir en el amor. En esta ansia de identificación con Dios, la actitud de trascenderse o entregarse es la que verdaderamente predomina en el creyente. Es precisamente esta actitud viva de relación con Dios la que hace comprender cómo la oración mística no lleva a un mero conocimiento intelectual del Absoluto, pues en ella se pone en juego no sólo el entendimiento del hombre, sino además todo él, todo el sujeto. En este tipo de oración –la acción mística– la actitud del orante está enteramente orientada por la realidad transcendente, de manera que para el místico la unión con Dios constituye el todo. Dicho de otra manera, desde la perspectiva de la mística, la realidad trascendente es considerada como la verdadera realidad de todo lo que existe, el término vivo de una relación que ninguna palabra expresa mejor que el amor. Este amor se entiende como la expresión determinante de la tendencia del espíritu humano de buscar la realidad última como su verdadero término.
Para el místico, Dios es la única salida a un anhelo que procede de más allá de él mismo y que despierta en él la presencia del Absoluto. El anhelo de unión con Dios es la expresión más elocuente de la convicción del místico. Unión como forma de ser a la que se llega tras un largo proceso –vía mística– que afecta al hombre entero y que consiste en el progresivo desarrollo de una nueva y antes latente forma de conciencia. En el comienzo de este proceso o camino, que conduce a la unión con Dios, acontece el descubrimiento de la pequeñez del propio yo frente a la densidad del ser y valor del Misterio. La constatación de esta pequeñez lleva a la conciencia de la necesidad de una progresiva purificación del mundo interior que está iluminado por la presencia de la divinidad. Tras esta purificación tiene lugar el descubrimiento de una nueva dimensión existencial, la irrupción de un nuevo mundo en el que Dios se transparenta a través de todas las realidades mundanas. Tras la purificación de todas las dimensiones del ser o facultades, el proceso llega a su umbral en la entrega de la propia vida en la misma vida de Dios. Esta experiencia ha sido expresada o dicha con diferentes imágenes: éxtasis, unión, desposorio, abismamiento, extinción, etc. En todo el camino o proceso conducente a la identificación o unión con Dios la imagen de éste es diferente con respecto a la primera descripción que de la oración se ha connotado en este trabajo. Es decir, mientras en la oración profética, Dios es un interlocutor con el hombre, en la oración mística, Dios es vivido como fundamento, abismo, fuente y luz originaria; y la relación con la divinidad, más que en términos de encuentro con Dios, se expresa en términos de abandono en él. En este sentido, la forma habitual de expresar la vivencia o experiencia religiosa mística es “vivir en Dios” y no “vivir con Dios”. Esto es explicable si se tienen en cuenta que mientras en la oración profética la confianza absoluta, como aceptación de Dios, constituye la expresión más perfecta de la relación vivida por el creyente con el absoluto, en la actitud mística es la entrega, el amor, lo que mejor expresa la vivencia del místico, pues en el amor se descubre esa tendencia imparable de unión con el Misterio y que se asemeja a ese deseo, irrenunciable y perentorio, de unión por el que el amante quiere estar en el amado por su entrega a él.