Fray Juan José de León Lastra O.P.
En las que constituyen nuestro ser y nuestra vocación, en las que nos acercan a conocer al ser humano desde el proyecto de Dios, desde el mismo Dios. De modo que, por acción retroalimentadora, desde el ser humano descubramos la urgencia de Dios. Esto se pretende en la oración y en el estudio de la Palabra de Dios y en la apertura llena de sensibilidad al mundo en el que nos toca vivir.
Necesitamos conocer la realidad en la que nuestra palabra se pronuncia. Es indispensable saber a quién nos dirigimos, con quién dialogamos: qué nos dicen aquellos a los que predicamos y lo que debemos decirles. La escucha atenta al ser humano concreto hace sincera y auténtica nuestra predicación. Conscientes de que nosotros también tenemos algo que decir. Algo que no es nuestro: lo hemos aprendido en el contacto con la Palabra-Persona de Jesús de Nazaret. No es nuestro, pero pretendemos que modele nuestro ser, nuestro saber y querer. En nuestra Orden todo eso se llama contemplación.
Contemplación que no es sólo un medio de aproximación intelectual, sino una experiencia de encuentro con Alguien, presente en nuestra historia, el Cristo resucitado. El Cristo que habló y vivió desde la unidad con el Padre, como él mismo confesó. ¿Es eso la mística? El predicador necesita esa mística. Que nunca se opone al estudio riguroso y paciente, sino que lo exige para que no se convierta en pseudomística. Que no es ebullición espiritual momentánea, sino fuego lento en el que se cocina la vida y la palabra auténticas.