Lo primero que podría alguien preguntarnos es si se puede hablar de genuina espiritualidad laical en la Orden de Predicadores. Se trata de una orden religiosa; los laicos dominicos, de hecho, hacemos nuestra promesa al Maestro de la Orden, un religioso; vivimos conforme a una regla aprobada por la Congregación de Religiosos de la Santa Sede…
Podría pensarse, por ello, que la rama laical de la Orden es un apéndice carente de entidad propia con una espiritualidad subsidiaria de la de los frailes y las monjas, una especie de brazo secular de la verdadera esencia de la Orden, la religiosa, que le permite extender su presencia al ámbito laical. Esta manera de entender lo que es la vida laical dominicana es un enfoque erróneo, lo cual no significa que no se haya dado (¿se dé?) en no pocas ocasiones y durante no poco tiempo.
¿Debemos avanzar, entonces, hacia la consideración del laicado de la Orden como un grupo de inspiración dominicana independiente de los frailes y las monjas? Tampoco este enfoque “emancipatorio” sería el adecuado.
Entre la subordinación y la independencia cabe hablar de otro modo de relación: el de la comunión. Este es el enfoque, en mi opinión, correcto. El primer modo de relación coloca al laicado en una situación de heteronomía, en esa especie de “minoría de edad” en la se ha encontrado durante tanto tiempo. El segundo modo, supondría privarlo de sus vínculos constitutivos. La noción de comunión, sin embargo, permite articular la pluralidad en la unidad, la diferencia en la igualdad, y es, además, una categoría fundamental para comprender la esencia misma de la Iglesia y, por tanto, de la Orden.
Cada una de las ramas –la metáfora botánica tiene una gran fuerza ilustrativa- que forman la Orden de Predicadores tiene su propia entidad y autonomía a la vez que comparten una misma y única espiritualidad, porque todas comparten una misma y única fuente: el carisma de Domingo de Guzmán. Por eso, se necesitan unas a otras para poder desarrollarse y crecer plenamente. Existe entre ellas una mutua dependencia. En definitiva: los diferentes miembros que formamos la Orden de Predicadores estamos necesitados los unos de los otros.
La espiritualidad de los laicos de la Orden tiene las mismas raíces que la de los frailes y la de las monjas. Todos compartimos la misma sabia. Precisamente, eso es lo que representa el hecho de que todos realicemos una profesión o promesa al Maestro de la Orden como sucesor de Santo Domingo. La promesa al Maestro de la Orden que realizamos los laicos no significa, en ningún caso, una subordinación de la espiritualidad laical a la espiritualidad de la vida religiosa; lo que significa es que, siendo plenamente laicos, somos plenamente dominicos. Como miembros de la Orden, participamos de su misión apostólica según nuestra condición de laicos, tal y como dice nuestra Regla1 .
Pero, podríamos volver a nuestra sospecha inicial: ¿cómo puede el fundador de una orden religiosa ser fuente de inspiración de una espiritualidad genuinamente laical? Pues puede por dos motivos fundamentales que están íntimamente relacionados entre sí. En primer lugar, porque Santo Domingo vivió su vocación cristiana y ejerció su ministerio apostólico de tal forma que hizo posible un ecosistema eclesial en el que los laicos podían crecer y desarrollarse como laicos. Y, en segundo lugar, porque su docilidad a la acción del Espíritu le permitió tener claro que Dios no hace distinciones (Hch 10, 34b) y que también los laicos podían sentirse llamados a participar en la “santa predicación”.
D. Ignacio Antón O.P.
1. RFLSD 4.