Quizás podríamos resumir nuestra respuesta a las preguntas que lanzábamos al comienzo en un sencillo argumento: al restaurar en su Orden la vida apostólica, Domingo de Guzmán restaura a su vez la vida laical. O dicho de otra manera: si no hubiese restaurado la vida laical, no habría restaurado verdaderamente la vida apostólica. Evidentemente, ambas cosas las realiza desde el contexto social, histórico y eclesial que le tocó vivir, con los condicionamientos propios del momento.
La eclesiología de comunión o eclesiología total sobre la que se construye la Orden tendrá un desarrollo acorde a las circunstancias de cada momento y cada lugar. Todavía tenían que cambiar muchas cosas en la Iglesia y en la sociedad para que llegáramos al Concilio Vaticano II. Pero, después de la reflexión precedente, creo que podremos descubrir fácilmente que afirmaciones como que la acción profética de Cristo se realiza no sólo a través de la jerarquía sino también a través de los laicos 13 , o que los laicos deben hacerse responsables de los asuntos de la Iglesia 14 , se corresponden con las intuiciones y las convicciones con las que Domingo vivió su vocación y condujo el nacimiento de la Orden. Domingo fue un verdadero hombre de Iglesia. Él recreó en su momento el ministerio de la predicación, ahora, con su ayuda, nos toca a nosotros.
Para ello es muy importante que todos, monjas, frailes y laicos, y el resto de la Familia Dominicana, nos tomemos muy en serio lo que significa vivir nuestra vocación como comunión. Reconocer a Santo Domingo como padre común nos convierte a todos en hermanos. Sólo podremos ser fieles a nuestra vocación específica en comunión con los demás. Qué es ser monja, fraile, laico… dominico no es algo que pueda definirse de manera aislada, cerrada y definitiva; son vocaciones que están vivas y que se sustentan las unas a las otras. En ello nos jugamos la fidelidad a nuestro carisma.
El congreso internacional que el laicado de la Orden celebró en 1985 supuso un hito fundamental para su renovación. Toda renovación exige volver a las fuentes de los orígenes. Eso es, también, lo que he tratado de hacer aquí, convencido de que no se es dominico a pesar de ser laico, sino que se es dominico siendo plenamente laico. Cuando ingresamos en la Orden, llevamos a ella nuestra vida tal y como es pidiendo la misericordia de Dios y la de los hermanos; nuestra vida pasa a formar parte de la Orden y la vida de la Orden pasa a formar parte de la nuestra derramándose en nuestros corazones (Rm 5, 5). Los laicos de Santo Domingo estamos llamados, igual que nuestras hermanas monjas y hermanos frailes, a seguir a Cristo con una caridad perfecta, a donarnos a Él y a su Iglesia amando a Dios por encima de todas las cosas, a vivir nuestra fe sin un corazón divido, teniéndole a Él como único centro de nuestra existencia 15 . Todo ello desde nuestra condición de laicos. Permitidme que termine con una pequeña anécdota personal. Hace algunos años, dando clase de religión en un colegio a chicos de 17 años, una alumna se me acercó extrañada porque se había enterado de que yo no era sacerdote sino laico, felizmente casado, además. “¿Por qué te sorprende?”, le pregunté. “Porque tal y como nos habla de Dios parece que para usted es lo más importante. Su mujer debe de estar celosa”, me respondió ella. No pude evitar sonreírme porque, curiosamente, su reproche era al mismo tiempo un elogio a mi labor. Traté de explicarle que Dios no es un ser egoísta –como somos muchas veces las personas- que quiere tenernos sólo para él, le hablé de cómo el amor a Dios te enseña a amar mejor a los que te rodean y de cómo el amor de los que te quieren, a su vez, te muestra el rostro de Dios. Creo que no le quedó muy claro, pero estoy seguro de que todo lo que le dije llegaría a descubrirlo por sí misma si continuaba profundizando en su vida de fe. La lección que saqué fue clara: todavía tenemos que profundizar mucho en la manera de entender la especificidad de las distintas vocaciones dentro de la Iglesia; algo se está haciendo mal si transmitimos a los jóvenes la idea de que sólo los curas, las monjas y los frailes son los que ponen a Dios en el centro de sus vidas. Nuestra Orden, con toda su riqueza, tiene mucho que aportar en este sentido.
D. Ignacio Antón O.P.
Fraternidad de Atocha (Madrid)