Laicos en la Orden de Predicadores

Ahora podemos entender mejor el por qué de la atracción que muchos hombres y mujeres laicos sienten hacia la figura del santo y su Orden de Predicadores. La Orden va a representar para muchos de ellos el lugar que estaban buscando para poder vivir una vocación cristiana laica especialmente sensible a la dimensión profética de la Iglesia y a la predicación del Evangelio. En ella pueden apagar esa sed que hasta entonces los laicos trataban de aliviar en los variadísimos movimientos laicales que se fueron desarrollando a lo largo de la Baja Edad Media. Grupos de carácter eminentemente carismático y, en la mayoría de los casos, de escasa formación doctrinal que nacen como respuesta a esta vocación específica de los laicos que no encuentra en las estructuras eclesiales del momento ámbitos en los que poder desenvolverse. En la Orden de Predicadores podrán participar de una manera singular de la dimensión profética de la Iglesia desde su laicidad.

La historia de los laicos de la Orden de Predicadores comienza, por tanto, con Santo Domingo. No se trata de hacer filigranas históricas para construir intrincadas apologéticas que demuestren que Domingo funda directamente la rama laical de la Orden. Este modo de argumentación y justificación tenía sentido en épocas pasadas en las que la comprensión de la historia y de la acción del Espíritu eran distintas 8 . De aquí procedía, precisamente, la distinción entre primera (frailes), segunda (monjas) y tercera (laicos) Orden de Predicadores, en atención al orden cronológico del reconocimiento jurídico que cada una de la ramas de la Orden había tenido. Hoy día, explicamos la acción del Espíritu de una manera más gradual y progresiva considerando el aspecto jurídico (que, evidentemente, tiene su importancia) como el reconocimiento de una realidad que es anterior, es decir, más como la culminación de un cierto proceso que como el inicio del mismo.

Esto se ve muy claramente en el nacimiento del laicado de la Orden. ¿Cuándo podemos hablar de laicos comprometidos de manera formal, estable y definitiva con la acción apostólica de Domingo? Quizás sorprenda, pero tenemos testimonios históricos de que antes, incluso, de la aprobación de la Orden por parte de la Santa Sede en 1216. Es generalmente sabido que algunos laicos colaboraban con la “santa predicación” a través de donaciones de diferente naturaleza (desde bienes de consumo hasta pequeñas propiedades como casas o terrenos). Esta era una práctica habitual entre las gentes piadosas de la época. Domingo imita, de este modo, la pobreza de Jesús y opta por vivir necesitado de la ayuda de los demás haciéndoles partícipes e implicándolos en su quehacer evangélico. Pero la implicación de los laicos en la “santa predicación” irá todavía más allá: tenemos testimonio documental de que hubo laicos, como Sans Gasc y su mujer Enmergarda Goudouli o Arnaldo y su mujer Alazaïs Ortiguer, que se donaron a sí mismos “a Dios, a la bienaventurada María, a todos los santos, a la Santa Predicación, al señor Domingo de Osma y a todos los frailes y hermanas presentes y por venir” 9 .

La obra de Domingo servirá de cauce a las vocaciones de los laicos que se sienten llamados a la predicación y a la vez las suscitará. Señal –otra más- de que Domingo no tiene esa concepción puramente secular del laico que le circunscribe exclusivamente a la gestión de los asuntos del siglo otorgándole un papel pasivo dentro de la Iglesia, sino que entiende que tiene un papel esencial para la vida interna de la misma. Su Orden no es una Orden concebida para misionar laicos, es una Orden que incorpora a los laicos. No es Orden para los laicos sino con los laicos. Y no los incorpora como herramienta secular de la Orden –algo que, por otra parte, cabría esperar dado el contexto social y eclesial de la época- sino como compañeros en la predicación según las circunstancias propias de entonces 10.

El carisma de Domingo, como don que da el Espíritu Santo por medio de él a la Iglesia, actúa más allá de su presencia física entre nosotros, tal y como nos recordó poco antes de morir (tal y como recordamos en la oración de la tarde): “No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida” 11 . Más allá de los laicos que se unieron al propio Domingo en Prulla y de los grupos que –con toda probabilidad- se formaron en torno a algunos conventos ya en vida del santo, muy pronto encontraremos ejemplos de santidad entre los laicos de la Orden, entonces denominados Hermandad de Penitencia de Santo Domingo. Este el caso de hombres y mujeres como Beato Alberto de Bérgamo (1214-1279), Beata Juana de Orvieto (1264-1306) y Santa Catalina de Siena (1347-1380).

Antes de que transcurrieran 70 años desde la aprobación de la Orden, el Maestro fray Munio de Zamora ya había dotado de una regla de vida a las Hermandades. Destaca, en aquella primera regla, algo novedoso para la mentalidad religiosa de la época –de la que ya hemos hablado- que suponía devolver a la vida del laico parte de su dignidad perdida: el valor decisivo del sacramento del matrimonio. Aquellos –mujeres o varones- que deseasen ingresar en la rama laical de la Orden de Predicadores estando ya casados debían contar con el consentimiento de sus cónyuges y con su pública autorización 12. Se tiene, por tanto, muy claro que la Orden no debe ser concebida como un fin en sí misma, sino como un medio para vivir más fielmente al Evangelio. No debe convertirse en un obstáculo para la vida matrimonial y familiar ni en un pretexto para eludir las responsabilidades que ésta conlleva, sino todo lo contrario. Y, recíprocamente, lo que declara la Regla de Munio implica reconocer que el matrimonio no es un obstáculo para la santidad, sino un medio para alcanzarla.

Si a todo lo señalado le añadimos la herencia viva de siglos de historia y el testimonio del presente en los que hombres y mujeres laicos de todos los tiempos se han sentido llamados a vivir su fe como verdaderos miembros de la Orden de Predicadores, los interrogantes que planteábamos al principio habrán desaparecido por completo. El laicado de Santo Domingo da claras muestras de la autenticidad del carisma en que se sustenta. El carisma de Santo Domingo de Guzmán constituye, en definitiva, una fuerza espiritual indudablemente válida para vivir plenamente nuestra vocación cristiana como laicos hermanados con los frailes, las monjas y con toda la Familia Dominicana. 


8. Cf. TOMÁS DE SIENA “CAFFARINI”, Tractatus de Ordine FF. de Paenitentia S. Dominici di F. Tommaso da Siena “Caffarini”: introducción de 9. M. H. Laurent, Università di Siena 1938
9. Citado en Michel ROQUEBERT, Santo Domingo. La leyenda negra. Editorial San Esteban. Salamanca 2008, pp. 100-101
10. Prueba de que los laicos de la Orden no fueron destinados al papel de brazo secular de la misma es el cuidado que se puso en la primera regla de vida (1285) de prohibir la posesión de armas por parte de los hermanos salvo por causa justificada y con permiso del prelado (Regula fratrum et sororum ordinis de penitentia beati Dominici. Cap. XIV, recogida en la obra de CAFFARINI, op. cit.).
11. Relatio iuridica 4; cf. Jordán de Sajonia, Vita 4, 69 (ver cita del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 956). En este texto se inspira la conocida antífona O spem miram que los dominicos solemos recitar al final de la oración de vísperas.
12. CAFFARINI, op. cit. Cap.I.