El beato Enrique Seuze en una carta a una hija espiritual nos advierte de la necesidad constante de luchar contra la tibieza en el camino de la vida espiritual.
“Hija mía, no hay nadie que a veces no caiga de algún modo en la tibieza; por esto es preciso trabajar seriamente para conseguir una renovación de sí mismo, como el fénix que se renueva en el fuego, como el ciervo y la astuta serpiente que acostumbran aquel a renovar sus cuernos, ésta su piel cuando se hace muy gruesa. La montaña es alta, el camino tortuoso, no basta un solo salto para llegar a la cumbre, muchos mayos tendrán que transcurrir aún. Aquel que retrocede ante la superioridad del ejercito enemigo y no vuelve a la carga luego con valor, es un cobarde caballero. No os asustéis, pues la lucha es propia de buenos en esta tierra miserable. ¿Queréis saber cómo debe operarse esta renovación? Os lo voy a decir.
Conozco un fraile predicador, que había pasado por olas muy fuertes, y creía haber perdido toda seriedad y toda piedad; entró dentro de sí mismo y dijo: "oh Dios mío, ¿qué me sucedió?, he caído sin darme cuenta. Vamos ánimo, y pongámonos a trabajar para adquirir un nuevo bien, puesto que se perdió el antiguo".
Empezó a mortificase, a castigar su cuerpo, a alejarse del mundo, a trabajar seriamente, a guardarse de sí mismo; habiendo hallado nuevas oraciones, trabajó noche y día hasta que hubo reconquistado el antiguo fervor en una vida del todo divina, y de nuevo se vio inflamado de una piedad sincera. Si desfallecía, volvía a empezar de nuevo. Y esto le sucedió un número indecible de veces.
Ved; hija mía; la Sabiduría eterna os lo enseña por la boca de San Bernardo que dice: El punto que distingue a los elegidos de los réprobos, es que los réprobos no se levantan, mientras que los elegidos se levantan sin cesar. Pues nadie puede permanecer inmóvil aquí abajo.”
Testamento de amor
La figura del Beato Enrique, junto con el maestro Eckard y Juan Tauler, sobresale en la escuela dominicana de espiritualidad denominada “de los místicos renanos”.
He aquí un pasaje de su Testamento del Amor o Regla del Amor:
“Estad bien convencidos, hijitos, que tal debe ser el esfuerzo en las buenas obras, tal nuestro trabajo ante Dios. Tened, pues variedad de obras, pero unidad de alma. Se recibe más abundantemente la gracia en el tiempo y la gloria en la eternidad cuando nuestro esfuerzo se pone en las manos de Dios que cuando se apoya en una obra externa de perfección, aunque nos parezca santa y grande.
Cultivad todas las virtudes que os sea posible, pero no queráis poner en ellas la confianza sino solamente en Cristo.
¿Queréis sentir al Señor? Ejercitaos en la intimidad y el recogimiento dentro de vosotros mismos.
¿Queréis recibir una nueva iluminación y una nueva gracia de Dios? Aprended a conocer sus dones y a dar gracias a Dios por cada don que de él recibís.
¿Queréis que Dios viva en vosotros y vosotros en Dios en el tiempo y luego en la eternidad? Aprende a morir a vosotros mismos, porque la vida excelente del alma está escondida en la muerte progresiva de la voluntad natural. Esta muerte es la que nos hace seguir a Cristo, despojado y desnudo; despojados y desnudos nosotros en el gozo y en el dolor y en cualquiera cosa que nosotros elijamos, en la que podamos cosechar gozos y dolores.
Esta es la norma más sencilla, que os separéis diligentemente de las cosas temporales. Purificad con sabiduría las apariencias de las creaturas. Elevaos sin desviaciones al cielo con Cristo. Mortificad vuestra naturaleza con discreción pero con firmeza. Sed Dulces en la humildad y seréis capaces de conocer la verdad entera. Nada más por ahora. ¡Seguid bien!”.