LXXXIV Maestro de la Orden de Predicadores. Durante su gobierno animó la vida de toda la Familia Dominicana con sus cartas y escritos. Ofrecemos aquí una de sus reflexiones sobre la predicación en nuestra Orden.
“En mis visitas por las diferentes partes del mundo, he constatado que quienes se hallan en mayor dificultad son los que proclaman el Evangelio con mayor fuerza y los que viven la vida evangélica con mayor entrega. A causa de su situación, su predicación tiene una resonancia y un impacto mucho mayor que la de quienes predican en ambientes de comodidad y seguridad. Tal vez será difícil que se den buenos predicadores en un pueblo que no sufre o no está oprimido. Debemos de hallarnos frente a problemas importantes para que el Evangelio sea proclamado con vigor. El Primer Mundo tiene problemas graves con que luchar, pero la auto complacencia y una falsa seguridad pueden cegar fácilmente al predicador para que no vea su urgencia. El Evangelio es la Buena Nueva a los pobres. Cuando compartimos nuestra suerte con los pobres y oprimidos nos convertimos en destinatarios de su Evangelio; la predicación nace entonces de un profundo compromiso con el pueblo, un compromiso que inspira una palabra de respuesta a sus necesidades. Nuestra misión es proclamar más frecuentemente la esperanza del Evangelio y predicarlo hasta el límite, incluso cuando nosotros no lo encarnamos completamente. Como Domingo, no somos profetas de perdición o desgracia. Domingo, como Jesús, no anunció malas noticias, sino la Buena Nueva, siendo un profeta de esperanza. Tampoco fue un moralista que amenazase castigos o crease sentimientos de culpa. El fue -y es- el maestro espiritual que devuelve la esperanza a los que se hallan oprimidos por la pena o por el sentimiento de culpa.”