Derrotado en su agotadora lucha contra el mundo, torturado y condenado a muerte, el controvertido fraile dominico pone en la misericordia divina toda su esperanza mientras esperaba su ajusticiamiento. Las últimas palabras que escribió en su celda de la prisión expresan este precioso testimonio:
¿Por qué, pues, colmado de tantas gracias, has llegado a ser por tu orgullo y tu deseo de gloria, un escándalo para el universo? ¿Por qué al caer no has sido deshecho? ¿No es acaso porque el Señor te ha alargado su mano? ¿Y por qué lo ha hecho? ¿Por qué ha vuelto tu corazón hacia sí? ¿Por qué te ha impulsado a la penitencia? ¿Por qué te ha consolado? ¿No es acaso para purificarte, rehabilitarte por su gracia, conducirte a la vida eterna? Estas no son ilusiones o imaginaciones forjadas por ti, son divinas inspiraciones.
“In te, Domine, speravi”. Por estas palabras mi corazón fue en tal medida consolado, que, no pudiendo retener más mi alegría, comencé a cantar: El “Señor es mi luz y mi salvación, ¿A quien temeré?“ Y desecho en lágrimas, arrojándome a los pies del Señor, añadí: ¡Oh, Señor!, aun cuando ellos alcen contra mi sus ejércitos, mi corazón no se conmoverá, pues vos sois mi fuerza y mi refugio, y a causa de vuestro nombre me guiaréis y me sustentaréis.