El más grande misionero de las selvas peruanas en el presente siglo, condecorado por los gobiernos peruano y español, escribía así en 1921 al director de la revista "Misiones Dominicanas del Perú"
“M.R.P. Director de la Revista "Misiones Dominicanas del Perú".
Mi querido y respetado Padre:
Aquí me tiene de nuevo en San Lorenzo, de regreso de mi larga excursión a través de las fronteras del Perú y Brasil, que duró tres meses y medio.
Vengo muy otro del que he salido.- Las desgracias, los contratiempos, los sufrimientos de alma y de cuerpo, o lo que es igual, la experiencia de lo que es la vida del misionero, me han cambiado. Nuestro destino pide una resignación grandísima.- Eso de ver agotados todos mis esfuerzos, frustradas mis esperanzas y mis dorados ensueños y mis más fervientes entusiasmos sin realización sensible y exterior, más o menos satisfactoria, Ud. comprende mi querido Padre, que es para dejar el alma sumergida en amarguras y quebrantado el corazón.
Sin embargo, no crea que esta fase dolorosa de mi vida, por la que ahora estoy pasando, sea un estado de abatimiento, no: es solo de dolorosa tristeza; de total desconfianza en mis propias fuerzas, y de abandono absoluto en la providencia divina.- En el Padre de las misericordias, que nos ha creado a todos, sin distinción de razas ni pueblos, igual salvajes que civilizados, para gozar junto a El la eterna e inmarcesible dicha de los bienaventurados.
¿Qué provecho me pudiera venir de la desconfianza ante el resultado de mis inútiles esfuerzos? Mejor haré en recordar y adorar los inescrutables designios de la sabiduría de Dios, que conduce todas las cosas a sus últimos fines por caminos totalmente desconocidos a nuestros pobres alcances. En orar y sacrificarme porque solamente la oración y el sacrificio salvan el mundo: esperando con fe absoluta y total resignación la hora señalada por la voluntad de Dios para ver el resultado de nuestras oraciones y el fruto de nuestros esfuerzos, contemplando en la gloria del cielo la eterna felicidad de los que hoy llamamos nuestros desventurados hijos del desierto. Este será nuestro último triunfo y nuestra mejor recompensa.”
Testamento y confesión
A lo largo de este siglo que termina, surcó los ríos de la selva peruana la señera figura del P. José Álvarez el "Apaktone" (papá anciano) como fue nominado por el compañero indígena que le defendió. Pacificador de los pueblos amazónicos, él mismo nos dejó escrito su testimonio de una vida entregada a las misiones en una hojita que encontramos en su libro de rezos.
“Recibí el Orden Sacerdotal el 26 de Julio de 1916. Canté la primera Misa el 4 de Agosto de 1916. Llegué al Perú el 21 de Enero de 1917.
Las circunstancias de mis primeros encuentros con los nativos fueron el estado de beligerancia, hostilidad y persecución que desde tiempo inmemorial tenían con ellos los caucheros e industriales; choques y odios a muerte de unas tribus con otras debido a lo cual se había creado un estado de miedo y aborrecimiento pavoroso hacia ellos, y la menor idea de internarse en la selva, morada de las tribus, para llevarles un mensaje cristiano era, si no utópico, sí considerado arriesgadísimo.
Llegué hasta ellos y fue tal el asombro que les causó al verme, a mí, solo entre ellos, hablándoles en su lengua, que logré lo que nadie había soñado, calmar odios, allanar miles de dificultades e ir planeando las bases de pequeñas misiones.
Los primeros contactos fueron con los de la tribu Huaraya; siguió la Toyeri e Iñapari y en 1940 emprendimos las exploraciones al río Colorado con los hasta entonces "feroces" Mashcos.
En mis planes, con el auxilio de Dios, no habrá cambios jamás. Como buen soldado siempre en la brecha, o aquí en Lima curándome de mis quebrantos, pero siempre alerta a la voz de mando que me ordene o me permita volver a mis bosques al lado de mis hijos de la selva, mis princesas y sarnositos; o aquí al lado de Santa Rosa en donde siempre he encontrado a manos llenas medios espirituales y materiales para seguir mis planes misionales mientras el Señor me dé vida.”