Primera misionera en la Amazonía Peruana y cofundadora de las Misioneras Dominicas del Rosario, nos deja escrito tras los Ejercicios Espirituales de 1933 esta preciosa descripción de lo que fue su vida: la del alma que vive de la pura fe de amor constante.
“El alma que se ofrece como víctima, es como si dijera a Dios: Aquí me tienes para cumplir tu voluntad; heme aquí para sufrir, para amar, para inmolarme, callar, no desear cosa alguna fuera de Ti.”
“Un alma víctima es un alma que se entrega sin reserva y que no tiene elección propia; pronta a todas las luchas, a todos los sufrimientos; alma que no tiene interés propio, vida propia. Su vida es la de la pura fe de amor constante.”
“Es alma que huye de mirarse a sí misma, ni tenerse en cuenta para nadie; alma amable, apacible, bajo la acción de Dios; alma divinizada: la voluntad de Dios puede obrar libremente en ella, como si se tratara de un ser inanimado. Esa alma es para Dios objeto de goce y alegría. Puede hacer de ella lo que agrade a su querer, en cambio sólo le devolverá amor. Será otro Cristo, sus acciones serán como gotas de sangre que al caer sobre las almas, pondrán de relieve la obra de la Providencia.”