Teresa de Jesús Titos Garzón, nació en Granada (España), el 4 de enero de 1852. Ingresó a los 20 años en el Beaterio de Santo Domingo. A los 31 años fue elegida superiora y dedicó todas sus energías a la renovación espiritual y material del Beaterio buscando siempre más perfección. Apasionada por Jesucristo y por la niñez y juventud, especialmente la más pobre, quiso llevar la luz de la verdad y del amor a todo el mundo. Amplió los horizontes del Beaterio abriendo un segundo colegio en Motril. Así se constituyó la Congregación de Santo Domingo, a la que le dejó sus consejos acuñados con su vida de santidad.
“Nuestra perfección consiste en hacer bien las obras ordinarias. Al Señor que nos lo da todo no se puede dejar con hambre. El bolsillo de Dios es muy grande y siempre está lleno. Para el Señor no hay economías, si es preciso nos empeñaremos. Nadie fió en el Señor y fue engañado. La religiosa que ama a Jesucristo ha de conocerse en todas sus obras, palabras y pensamientos, como al que tiene padecida la garganta, que todos tienen que notárselo. ¡Qué locas somos si no somos santas!. Aprovechad, hijas y no desperdicies el tiempo.”
“Nosotras somos las auxiliadoras de Dios. Trabajen por estudiar, corregir y perfeccionar según las miras de Dios el corazón y el entendimiento de las niñas que estén a su cargo. Esta obra exige de parte de las maestras una fe ardiente, un grande cuidado, mucho discernimiento y prudencia, ciencia, una constante atención y un recurso continuo a Dios. Cultiven el entendimiento de las niñas al gusto de lo verdadero y previniéndolo contra el contagio de los errores. También procurarán que las niñas adelanten en todos los ramos que componen la completa educación de una señorita. Como la principal misión de la religiosa dominica es formar corazones sólo para Dios, no dejará pasar ocasión oportuna en que no las instruya en las máximas de nuestra santa religión, sobre todo en la Doctrina cristiana, presencia de Dios, amor al Santísimo Sacramento, devoción a la Santísima Virgen, rezo del rosario, la meditación y el examen de conciencia, todos los desvelos que en esto pongan las religiosas serán pocos, dada la alta misión a que está llamada a desempeñar la mujer católica en la sociedad.”
“Ningún servicio prestado al prójimo puede dispensarlas jamás de trabajar en su propia santificación... Los mismos santos, con todas sus virtudes adquiridas hurtaban largas horas a sus trabajos apostólicos para vacar a las cosas de Dios... Guardarán de tal modo las obras exteriores que tengan tiempo suficiente para practicar todos los actos religiosos que para su perfección están ordenados...”