El 4 de julio de 1913, el Papa Pio X crea el Vicariato Apostólico del Urubamba y Madre de Dios, nombrando como primer Vicario a Monseñor Ramón Zubieta. Su vida es expresión de la total entrega a la misión, como indicará a la M. Ascención Nicol, cofundadora con él de la Congregación de las Misioneras Dominicas del Rosario, en un pasaje de su amplísima correspondencia con ella.
“Veo que Dios me quiere santificar a toda costa; siento la gracia a raudales y bien la necesito para sufrir ciertos golpes, que son ¡¡verdaderamente mortales!!... Sólo deseo ocuparme de las Misiones y correspondencia, y pasar los ratos que pueda delante del Santísimo, mi único consuelo en esta vida de padecimientos.
"No hagamos caso de las apreciaciones de los hombres, que ni nos pueden premiar, ni castigar con algo que merezca la pena; las criaturas nada nos pueden dar, ni nada podemos esperar más que ingratitudes de todas ellas. Sólo Dios sabe apreciar nuestras acciones, y no tiene pasiones que le puedan cegar para no ver las cosas tal cual son.
No os hablo de la oración de quietud, de unión, etc., eso queda para los espíritus contemplativos, tranquilos y sosegados; mi alta templada en los sufrimientos de toda clase de tribulaciones se contenta con unirse a Dios, cumpliendo su divina voluntad, aún a costa de todos los padecimientos: se contenta con ver a Dios en todo y actuar sus designios con una fe ciega en Él y en sus obra; siempre dispuesta a dar la vida por Dios y la salvación de las almas que Él redimió con su preciosa sangre. Mil veces la he expuesto a peligros inminentes, si Dios no la ha aceptado y me ha sacado del fondo del río, Él sabrá por qué lo hace. El sacrificio estaba hecho.”