Predicador de toda Cataluña, Misionero Apostólico, amigo de San Antonio María Claret, en plena exclaustración del siglo XIX, funda la Congregación de las Hermanas Dominicas de la Anunciata a la que dará en su regla el espíritu inconfundible de Domingo de Guzmán:
“Queridas Hermanas, ante todo atended a vosotras mismas, y en segundo lugar a la instrucción de las niñas... La caridad bien ordenada comienza por uno mismo: esto es, debéis cuidar primeramente vuestra santificación... Un fuego produce otro fuego, una luz otra luz. Así también en las cosas del espíritu: Para enseñar a otro la humildad, se debe ser humilde; para enseñar la caridad, debe practicarla primeramente el que la ha de enseñar... los hombres creen más fácilmente lo que ven los ojos que lo que escuchan por los oídos. Cristo nuestro Señor, comenzó a enseñar el camino del cielo ante todo con las obras y después con las palabras.”
“Por esto, la vida de las Hermanas debe ser vida de oración. La oración es como fuego respecto del hierro. Éste, cuando esta frío , es duro y dificultoso de labrar, pero cuando se pone al fuego se reblandece y toma fácilmente la forma que desea darle el artífice. Así nuestro duro corazón es incapaz de sujetarse a la observancia de la ley santa del Señor; Pero con el fuego de la oración se inflama, se enternece, se vuelve dócil y blando, por el influjo de la gracia que se le comunica en la oración. Por esto os recomiendo y os vuelvo a recomendar, amadas hermanas: no dejéis la oración.”