«Y no os amoldéis al mundo este...» (Rom 2,2) :
El silencio es precisamente una sublevación ante lo establecido. Lleva consigo romper con muchas cosas. Parece que no hace nada, pero exige romper con un modo de vivir, con una cultura, con una costumbre... Es lo más real, el silencio. Es para vivir lo que hay en este instante.
En el Quijote, está Sancho en camino y se para en una posada. La señora del mesón se le acerca y él pregunta: «¿Qué hay para comer?». Ella responde: «¡Lo que traiga mi señor!».
En el silencio hay lo que nosotros llevamos. Se nos va haciendo presente y en la medida que nos soltamos somos libres para vivir lo que en ese momento se nos pueda dar. Es realismo. No son proyectos, ni añoranzas. No hay que calificarlo. Ni qué alegría, ni qué desastre. Se rompe el silencio cuando se califica lo que pasa en él. Aprender a vivirlo ya es bastante. Aprender a ver las cosas tal como son. Viviendo así, las cosas se pueden conocer. No mirando sus reflejos. El pasado se refleja en nosotros y podemos confundirlo con nuestro propio ser.
En un cuadro aparece un mono en un árbol. Refleja en un lago la luna. El mono alarga la mano hacia el agua para coger la luna. Eso nos pasa a nosotros. Y la verdadera luna se toma mirando la luna, no su reflejo. Mi propia vida se ve reflejada casi siempre. No nos entretengamos en el reflejo sin verdad. Todo el pasado no es más que un reflejo que nos entretiene.
No conformarse con este mundo es igual a estar en vanguardia. No en retaguardia, que es cuando se vive en el pasado. Jesús va a la cabeza. Va abriendo brecha en la historia humana. Sin amparo. Vive lo que hay en cada momento.
El silencio es también como un romance de amor con el ahora. Sin huir ni separarnos de nadie. No se debe escapar de nada. Vivir el día como un auténtico romance.
Una rebelión no es igual que una revolución. El silencio hay que vivirlo en estado de rebelión y no de revolución. Esta última tiene resonancia social porque afecta a un cambio de estructuras y de sistemas sociales. Es no estar de acuerdo con el gobierno, etc. Se implanta otro sistema cuando se quita el anterior. Cuando se crea un modelo se impone una especie de dictadura. En cambio, una rebelión es una actitud personal. En este gesto no se está en desacuerdo con los demás. Es un desacuerdo conmigo. Mi rebelión contra mí mismo. Cada uno tiene que vivir su propia rebelión. Cada pétalo de una flor tiene su color y así somos nosotros.
El silencio no es un sistema social, es una actividad individual. Se muestra en desacuerdo con uno mismo. Hay que acogerla con una voluntad receptiva y abierta. Cuando san Pablo habla a los atenienses en el areópago les dice que se ha fijado en un altar con una inscripción que decía: «Al Dios desconocido». Y por ahí, les comienza a anunciar el mensaje que llevaba para ellos. Atenas, al levantar un monumento a un Dios que no conocen se muestra como una ciudad abierta y receptiva. Es síntoma de que puede acoger algo nuevo. Así tiene que ser la fe. Ella es apertura o no es. La persona ha de estar abierta a lo desconocido. Las creencias cierran. Atan a conceptos, ideas, palabras... Vemos que lo nuevo no cuadra con nuestra creencia, ni siquiera lo oímos. Ser hombre de fe y estar cerrado es una contradicción. La fe nos lleva a la confianza. Es acoger lo más extraño, lo más desconocido. Así hay que entregarse al silencio, porque no sabemos lo que vamos a encontrar o recibir en él. Es un espacio para encontrarse con lo desconocido. El paso hacia el misterio se hace en el silencio. Ese paso hay que darlo para llegar al mundo de Dios. Y para que ese paso se dé de verdad, hay que vivir el silencio sin ninguna idea, sin ningún concepto...
De lo que se trata, entre otras cosas, es de aprender a ser pura mirada. Sabiendo que todo existe porque nosotros lo miramos. Pero sin confundirnos. Nosotros acostumbramos a ver: juzgando, comparando, nombrando... En realidad, mil estructuras nos relacionan con un mundo de ilusión. Con ese mundo vivimos.
Atender a ser sólo pura mirada es sencillamente: ser, unos ojos, un oído... Eso es el silencio. Ver una flor, mirar una flor y decir: «es flor», me separa de la flor. El silencio es verla sin mencionarla. Pura mirada en la vida. Es
nuestro afán de poseer el que nos hace apropiarnos de lo que vemos. Todo aparece ante nosotros para que lo vivamos, pero no para que lo retengamos Recibir lo desconocido es aprender a vivir el silencio con esta capacidad, con esta disponibilidad. Es vivir existencialmente.
Cuando no se acapara nada, ni lo bueno ni lo malo del instante, se vive con plena libertad y sin tensiones. Es bueno tener una visión clara de la realidad sin distorsiones. Si tu ojo está limpio, todo está limpio en ti.
El silencio se vive en confianza. En la Biblia se nota que promueve a la interioridad y desea que aprendamos a vivirla con confianza. En el libro de los Jueces podemos leer: «Vete con la fuerza que hay en ti mismo». Seria un buen mensaje para ir al silencio. Libres, con autonomía. Sin orgullo ni vanidad. Llevando sólo la fuerza de Dios que es nuestra alegría y nuestro descanso.
Cuando uno se sumerge en el silencio, comrende que no es para un rato. No se trata de hacer silencio sino de serlo. No se trata de hacer el amor sino de amar. Sed silencio siempre y esta manera de vivir se notará en todo. Nuestras relaciones cambiarán porque el silencio no interfiere el crecimiento de nadie y, al igual que la rosa, tiene su propio color. Así veremos a las personas. Cada ser humano tiene que ser él mismo. El silencio no manipula a nadie y el respeto lo envuelve todo. Es bueno que los demás tengan que ser ellos mismos.
También el silencio es creativo. El paso de lo conocido a lo desconocido tiene que darse en el silencio. Lo importante de esta sociedad es que sea consumista y este rasgo la define en la actualidad. Y lo realmente importante es que sea creativa. Es mayor esta felicidad. Pero la creatividad tiene que surgir desde el silencio, al igual que la intuición (que también hemos olvidado) porque lo nuevo tiene que tener espacio para crecer. Si me ato a lo conocido me empobrezco. Dar oportunidad a lo insospechado es un ejercicio que hoy se hace poco.
Por otra parte, el silencio da a la vida un sentido de alegría, de humor , de cierto juego. Es una inmensa disposición para la fiesta. Se vive sólo bajo la influencia de producir, de trabajar, de ganar... Eso cansa. Dios no se fatiga nunca. Tiene una gran dosis de humor. Lo que nos agobia y extenúa es el deseo de conquista, de lograr algo. Nuestra codicia es nuestro cansancio y nuestra perdición. Todo lo que se quiere conquistar, fatiga. Pero si se aprende a vivir de otra manera se descansa.
Cuando se trabaja como gesto de amor, de colaboración, de sintonía con el mundo..., el trabajo es festivo, creativo y ligero. Trabajar para comer no cansa. La fatiga se despierta y no nos deja cuando ponemos nuestro afán en tener. Tendríamos que recordar una oración de un pueblo indígena que rezaba así: «Danos, Dios, la sabiduría de recoger de la naturaleza solamente los frutos que necesitamos para vivir». Si tuviéramos esa actitud ante la vida, esta nos daría su fruto sin sufrir la violencia que ahora tiene en sus entrañas.
El silencio no es popular porque existen serias dificultades para ejercerlo. La sociedad no permite que seamos uno. Es tiránica. Quiere que vayamos al mismo paso. Que seamos rebaño. El silencio necesita separarse para ser uno mismo. Es costoso porque no vamos a encontrar respaldos ni apoyos. Atreverse a ser uno mismo se paga caro y la travesía nos lleva a una soledad a la que no estamos acostumbrados. Pero es bueno empezar a ir caminando consigo mismo. Con él se viene abajo el esquema de que todo tiene que venir de fuera y la sensibilidad protesta. No anula la relación ni nos aísla, ya que es reconciliador con lo demás. Pero el primer matrimonio se celebra con uno mismo. La unión de todo lo que soy se logra en la soledad del silencio. Todo hay que unificarlo en mí para encontrarme con el otro. Para llegar al otro es necesario vivir esta unión. La mayoría de las veces no se unen dos silencios: se casan dos divisiones. Sólo dos silencios se abrazan. Sólo dos libertades pueden encontrarse. Sólo dos vacíos pueden llenarse. El silencio es una soledad en comunión y nos vuelve solidarios con todos. Pero es imprescindible aprender a estar con uno mismo.