* Sobre este tema: Desde, 11-14; Sementera, 15-17
Para mucha gente, el centro de su vida es el trabajo. Tiene una verdadera afición al trabajo. Y cuando ya no puede hacer cosas, se siente “nada”. Pero Dios no nos ha hecho para hacer. Claro está que hay que hacer cosas en la vida, pero vivir no es hacer. El trabajo no puede ser el centro de nuestra vida.
El sábado –el Sabat– hay que respetarlo al máximo.
Trabajar sin ambición ni egoísmo no cansa. Cuando se trabaja por el interés propio, el trabajo se vuelve insolidario. La ambición vuelve estéril la vida.
Jesús nos dice que debemos actuar –rezar, dar limosna, servir– desde nuestro interior. Todo cuenta, pero todo armonizado, ensamblado, vivido desde nuestro interior.
No debemos obstaculizar nada ni engancharnos a nada. Por ejemplo: disfrutar sosegadamente de un helado, sin más.
Sólo debemos estar enganchados a nuestro interior: así estamos enganchados a Jesús: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”.
No mensurar nada.
Hacer el bien no se nota, no hace ruido. El ruido no hace bien.
“Silencio no es mudez; conlleva todo un comportamiento que hace referencia al sosiego de todas estas dimensiones de nuestra exterioridad” (Desde, 71).
“La flor siempre se abre desde dentro. En realidad toda la naturaleza se abre desde dentro, una semilla se tira en tierra y allí se abre, la nube cuando está madura se abre desde dentro y deja caer la lluvia sobre nosotros y la flor cuando madura se abre y nos regala su perfume y fragancia. Y es de dentro de donde viene la fragancia, el perfume del Señor” (Sementera, 77).
“Si te acercas a la paz, te vuelves paz.
Si te acercas a la luz, te vuelves luz.
Si te acercas al amor, te vuelves amor […].
Esa paz, esa luz, ese amor no son para ti, son para todos” (Alcoba, 173).
“Pero se sabe que lo que más duele es la postura en la vida. Cuando ésta no es justa es la que genera mayor dolor. Este desequilibrio crea el dolor. Si la postura no es coherente, honesta, de servicio, de autenticidad…, crea un profundo malestar y esa división se refleja en nuestro cuerpo. Si hay una postura justa, la vida no duele” (Conversando, 96).
“Cuando el corazón es puro se vuelve pura toda la acción” (Sementera, 16).
“El huracán extrae su fuerza del centro, y el eje del huracán es calma pero ¡qué energía, qué violencia desarrolla! La aparente inactividad es la fuente de toda la acción. Una acción sin interioridad puede ser bastante superficial” (Sementera, 17).
“El otoño no es tan sólo un asunto de climatología. El otoño es sementera; es paciencia con cierta impaciencia. Es despojo, desapego, transparencia; se caen las hojas y el bosque se vuelve transparente. Cuando se caen las palabras, cuando se detienen los deseos, cuando cesan las expectativas, el alma se vuelve trasparente de la trasparencia que la habita.
El otoño todo es adentro. La primavera todo es afuera.
El silencio, una estación recatada, austera. La primavera, una exhibición espectacular, un inmenso grito de la naturaleza.
En primavera la tierra huye de su oscuridad y se abre precipitadamente al sol, al día.
Aprende primero a ser otoño. Después serás primavera” (Cosecha, 50).
“Este saber estar con los demás, nos conducirá para estar al cuidado de que nadie, a nuestro lado, se sienta marginado. Aunque sea una presencia silenciosa. La presencia de un corazón liberado engendra una liberación de los demás. Si en nuestro corazón hay una luz, esa luz será la que ilumine a otros, sin que casi nos demos cuenta.
En verdad, todo esto nos supone estar asentado en el fondo de sí mismo. Cuando uno descansa en la plenitud del Dios que nos habita, puede dedicarse a los otros” (Sementera, 99).
“Vives porque otro se dedica enteramente a ti. Deja que esta verdad te inunde de gozo divino. Puede que esta conciencia te lleve un día a dedicarte a los demás, enteramente, sin buscar nada” (Alcoba, 247-248).
“El silencio es una soledad en comunión y nos vuelve solidarios con todos” (Conversando, 65).
“El hermetismo nos cierra a todo lo bueno, nos pone de espaldas a la vida. En el silencio no estamos de espaldas sino acogientes. Toda nuestra existencia se vuelve porosa, casi hasta el cuerpo” (Posada, 64).
“De Dios no hay demostradores sino testigos, testigos de lo Absoluto, testigos de ese otro mundo” (Desde, 41).
“Sé la luz que eres por dentro.
Sé la paz que eres por dentro.
Sé la bondad que eres por dentro.
Sé el amor que eres por dentro” (Alcoba, 198).
La dimensión social del silencio
El mejor regalo que se puede hacer a este mundo es tener un corazón puro, que no juzga, que comprende, que acoge. Por eso se necesita habitar nuestra casa interior en silencio. No hay mejor ofrenda a la sociedad que la ofrenda de un corazón purificado por el silencio.
Para estar juntos basta con estar atentos al otro, y no enjuiciarle, ni analizarle, etc.
Nuestro ego se empeña en hacer cosas buenas. Pero lo más importante la presencia interior. Lo demás surge espontáneamente.
Somos ciudadanos del mundo. En ningún lugar somos extranjeros. Todo lo que hacemos, todo lo que decimos, tiene una influencia sobre nuestro planeta. Sea quien sea quien esté hablando, si oigo algo que no esté de acuerdo con lo que vibra y late en mi corazón, yo sé que tengo una parte en ese asunto.
Hay que permitir que la presencia de dentro salga.
En cada relación hay que derramarse, hay que verterse.
Cada acción de la vida es toda una finalidad: así es como uno se derrama. Cada paso es una meta: sólo debemos pensar en esa meta, no en las que la siguen.
Sólo cuando se vacía nuestro corazón, se llena hasta el borde. Sólo se puede recibir todo cuando lo hemos dado todo.
Cuando estamos atentos al ego, no estamos atentos a lo que hacemos.
“Hacer silencio, hacer sitio a los otros, es ceder el espacio más soleado del corazón a alguien que llega y llama. ‘Llamad y se os abrirá’ [Mt 7,7/Lc 11,9]. El silencio es abrir, bajar la guardia, dejar de estar a la defensiva” (Cosecha, 187).
“No se vive el silencio para sí mismo. Como el sol no luce para sí, ni la lluvia cae para sí. Viene a ser el silencio la comunión de todos” (Conversando, 6).
No pretender nada
“En el silencio nosotros no somos los protagonistas. Es Dios quien tiene que serlo. Celebramos tan solo su presencia. Y conviene recordar que ‘si no os hacéis como niños…’ [Mt 18,3], no entramos en el silencio. Hay que aprender de ellos a no ‘hacer nada’. Absoluta dependencia. Yo no puedo hacer. No sé hacer. Aprender a callar, a no hacer” (Conversando, 71).
“Hay que dejar nadar al pez; volar al pájaro; a la Palabra que suene. Id aprendiendo esto. ¡Qué bueno es no influir en nada!” (Conversando, 88).
“Por el silencio uno aprende a escuchar sin anticipación. No adelantarnos a la palabra es buena cosa. No decir antes de tiempo lo que el otro nos tiene que decir.
La música es después de escucharla. La música se celebra después de que el sonido se haya consumido. La Palabra es después que ha ya concluido el sonido” (Conversando, 88).
“A nosotros nos toca dejarnos conducir por Él, dejar atraer por Él; de nuestra parte está solamente el dejarnos seducir, el dejarnos enamorar” (Alcoba, 117; cf. 125).