Hay dos dimensiones en la persona: una exterior: condicionada; y otra interior, el Reino de Dios: “Este mundo incondicionado es realmente el mundo más de cada uno, más original, más singular, y por eso mismo, realmente inefable” (Desde, 166).
“Por dentro el silencio es palabra, comunión, luz; y por fuera puede tener un aspecto sombrío de soledad. Por eso al principio el silencio no entusiasma ni apasiona. Pero es ahí donde Dios habla y revela lo oculto.
Al revés del silencio, el ruido por fuera es placer, esparcimiento, diversión quizá, y por dentro es aislamiento, desolación y hasta destrucción y desintegración. En cambio el silencio nos membra y armoniza” (Cosecha, 142).
“… ¿qué sería de las sementeras si cuando brotan no vinieran las heladas? Es para ellas la hora de crecer hacia abajo. Es la hora de fortalecerse” (Sementera, 29).
La búsqueda
* Sobre este tema: Alcoba, 201; Conversando, 82-86.
“A pesar de todo, no estamos familiarizados con el pensamiento de que Dios vive en nuestra raíz. ¿Dónde buscar el origen de nuestra vida? Está oculto. Sufrimos de amnesia respecto a nuestro origen. Es justo conocerlo porque es algo imprescindible para nuestra vida.
Un judío cuenta que un día llegó a casa su hijo llorando. ‘¿Qué te pasa?’, le preguntó el padre. Y le contestó el niño: ‘Estábamos jugando al escondite y a mí nadie me buscaba’.
Eso es lo que le pasa a Dios. Se ha escondido y nadie le busca. El silencio se vive con la convicción de que alguien se oculta en nosotros” (Conversando, 83).
“No encontramos a Dios mientras no buscamos a Dios exclusivamente” (Desde, 66).
“¿Cómo se busca dentro? Uno busca dentro cuando suspende toda búsqueda exterior. Sólo cuando se deja de buscar fuera, se realiza la búsqueda interior. En esta búsqueda profunda, esencial, somos, sobre todo, buscados por Dios” (Desde, 120).
“Nuestro peligro es buscar cosas muy concretas.
El Reino trasciende todo lo que podemos pensar e imaginar” (Alcoba, 205).
La oración
* Sobre la oración de petición: Alcoba, 11-12.
La oración es reunirse con Aquel que es nuestra roca.
En la oración ejercitamos el interior. El no ejercer el interior es la gran desgracia de la vida.
Orar es vivir con sosiego. El encuentro surge del vacío, del silencio (cf. Fil 2,7).
Sería una catástrofe que el discurso sobre la oración supliera a la práctica de la oración. Dice el Maestro Eckhart: “por amor a Dios, vamos a olvidar las palabras que hablan de Dios”.
La oración es un acto de fe en Dios. No se puede cuestionar la oración. En la oración está la encarnación de nuestra vocación, de nuestra fe.
Hay que dejar todos nuestros problemas en manos de Dios. Él está por encima de ellos. Hemos de ir a la oración sin nada. Todas las cosas secundarias deben quedar en un segundo plano. En el primer plano está el Reino de Dios. Y nuestro ego ha de entrar en cierta calma, y desaparecer.
Para orar, como para comer, lo mejor es hacerlo con el menor número de “especias”: la oración nos da la oportunidad de apreciar el puro sabor de lo divino.
Nuestro ejemplo es María, la hermana de Marta, que se limita a escuchar al Señor.
De la oración no hay que sacar nada. Pero la nada da susto y resistencia. Nos resistimos a hacer cosas para nada.
Orar para nada. Así Dios puede escribirnos una pequeña carta postal.
“Serás pura escucha si puro es tu silencio” […]: “La oración no está en lo que tú puedes expresar o sentir. La oración está en lo que Dios puede obrar en ti, lo que tú le permitas. La oración no es lo que tú expresas sino lo que Él puede expresarte y sólo en el silencio tú puedes escuchar” (Posada, 74).
“Una cosa es coleccionar formas de oración y otra orar” (Desde, 28).
“La oración del silencio es artesanal, no se da hecha, la hacemos nosotros día a día. La oración silenciosa no es confeccionada, digámoslo así, sino a la medida. Y una cosa es una prenda confeccionada y otra la hecha a medida” (Desde, 28).
“Una oración sin disimulos, sin fingimientos, un encuentro en el silencio con tu propia verdad ante el Señor” (Alcoba, 56).
“La oración no se puede definir. De hacerlo se le puede poner límites. En la oración el actor principal es Dios. No existe descripción válida.
A una montaña no se le ven todas las laderas. Así pasa con la oración. Una forma de hablar de la oración puede ser mencionarla como un lugar de encuentro, como una relación…” (Conversando, 25).
“Al principio, se siente la necesidad de decir algo porque sino parece que no se reza. Pero luego…, hay que quedarse en silencio porque Dios tiene algo que decir” (Conversando, 71).
La meditación
* Sobre este tema: Cosecha, 89-90, 161-163.
“Meditación” (medium – iter) significa “ir al centro” o “frecuentar el centro”. Meditar es caminar hacia el ser, hacia lo que somos, hacia lo que no pasa.
La meditación es una incursión en nuestro interior, no una excursión por nuestro exterior.
Hay dos cosas importantes de la meditación: una es aprender a vivir con lo que uno es y la otra desactivar nuestra negatividad, nuestro ego. Esto posibilita que se desvele el “Buen Ser”: Dios.
“Meditar: dejar que la Palabra tome posesión de esta casa nuestra,
no como forastera y extraña. Por eso a veces se acerca recelosa, vacilante, como huésped.
Invitarla, a la Palabra, a que entre y se quede con nosotros,
esa Palabra única que da gusto, ‘gustar y saborear’ [cf. Sal 34,3]” (Cosecha, 90).
“El silencio crea la capacidad de resonancia profunda. Y allí la palabra nos puede herir, despertar las zonas más lejanas e intactas de nuestro corazón; y dispara la inercia, las energías dolidas que, sin darnos cuenta, llevamos escondidas” (Cosecha, 137).
“Meditar es algo así como un sencillo estar, permanecer. Nada más. Ni nada menos. No correr detrás de los pensamientos, deseos, ansiedades, ni sentimientos. No correr detrás de nada. Porque eso nos oprime y deforma. Y más, eso puede ser un modo de huir, de escaparse uno de sí mismo” (Cosecha, 161).
“Meditar: estar aquí. Sin ansiedad. Con plenitud. Sin que nos manche ni acose el ir y venir. Pues el interior no está dañado” (Cosecha, 163).
“El silencio no se vive en función de una lectura erudita. El silencio es quedarse sosegado en el silencio, en una silla” (Cosecha, 179).
Entrar en nuestro interior
* Sobre este tema: Desde, 63-66, 69-71, 75-78; Alcoba, 101-102, 113-114, 169; Cosecha, 25-26, 57-58, 137-138; Conversando, 15-19, 49-51.
El centro es tan diminuto que no se ve.
El interior es un maestro que no se exhibe, que vive en lo oculto.
Dentro descansamos en Dios. Y nos dejamos mecer felizmente por la vida.
Como el feto en el vientre de su madre, dentro, sin hacer nada, nacemos a una vida totalmente nueva.
Una puerta funciona bien cuando está centrada en el eje. Toda nuestra tarea es ir al eje de la vida, al centro. El interior es el eje de nuestra vida, nuestro centro de gravedad: el torno del alfarero.
Nuestro riesgo es sustituir nuestro ser por lo de fuera. Perder el eje.
Uno se centra cuando descansa en lo que no es pasajero. Lo que no pasa es lo que somos. La exterioridad pasa, pero no el interior.
“Se puede decir: descendemos a la cripta de la Presencia de lo divino y a la vez ascendemos” (Posada, 65).
“Y donde uno sabe que Alguien le espera es dentro de su corazón. Dios es quien nos espera dentro. Esto ilumina el silencio; no hay otra razón, ningún otro por qué. Las cosas bellas no necesitan justificaciones” (Desde, 65).
“Unos días de retiro son auténtica celebración de lo oculto, aquí sólo estamos para lo hondo” (Desde, 127).
“El silencio hace del corazón un lugar de revelación, no del entorno que nos circunda sino del mundo que se aloja dentro. Es la explosión de lo oculto, de lo hospedado en la interioridad; es el descubrimiento, la reconquista de lo que ya va con nosotros.
Al alejarnos del exterior recobramos la mirada primitiva, la mirada original de nuestro corazón, los ojos del hijo que somos, del amor que da a luz” (Cosecha, 26).
“El silencio nos permite llegar sanos y salvos a la zona más nuestra” (Cosecha, 142).
Mi corazón es la casa de Dios
El interior es la casa donde sabemos que Alguien querido nos aguarda. Es el hogar donde podemos sentarnos tranquilamente junto a la lumbre y saborear el silencio.
“‘No soy digno de que entres en mi casa’ [Mt 8,8/Lc 7,6]. Nosotros somos una casa, en la cual se alberga también lo divino” (Desde, 64).
“La palabra, casa, despertaba emociones dichosas en su auditorio, por eso Jesús se sirve de ella para decirnos lo que somos nosotros” (Desde, 64).
“La belleza de una casa no está en el jardín, ni en la fachada; sino en su orden, su pulcritud, su silencio” (Alcoba, 169).
“En Él nos movemos. Él es nuestro hogar. El silencio nos devuelve la conciencia de que somos hogar, familia” (Alcoba, 197).
“Hay muchos espacios. Existe el espacio físico, el espacio social, el espacio ideológico, el espacio artístico… Y otros más: el mar, el cielo, la llanura, el valle, la sierra. Todavía se puede llenar el espacio espiritual, un espacio silencioso. Es el espacio un lugar para encontrarse, descansar, recobrarse, amar, crecer.
El espacio silencioso no necesita decoración alguna, ningún adorno: ni alfombras, ni murales, ni biblioteca, ni chimenea, ni muebles. No es para contemplar sino para albergar otra presencia, acaso imprevisible” (Cosecha, 25).
“La casa donde uno vive es más que un espacio. Tiene todo un sentido de vida. En la casa valen los metros ‘habitables’. Los espacios habitables son los espacios vacíos. Por eso una sala es hermosa cuando está libre de cosas. Ahí se da el encuentro y es posible la reunión y la acogida” (Conversando, 15).
“Somos igual que el agua. Ella sube a las nubes. En la cumbre de la sierra luce como nieve, pero luego se deshace para buscar su origen, su fuente, su manantial… Nosotros vamos a la casa” (Conversando, 18).
“Siempre nos gusta oír expresiones así: ‘Quiero que te sientas como si estuvieras en tu casa’. Eso mismo nos dice Dios en el silencio: ‘Siente la paz de tu casa. Siéntete bien en casa. Las puertas están abiertas para ti’. La llave de mi casa, de mi corazón, es el silencio” (Conversando, 18).
“En Jeremías (Jer 16,15) se puede ver que el retorno a Jerusalén es doloroso para aquella gente porque la encuentra en ruinas, arrasada, desoladas las calles… A veces, la vuelta a casa nos puede producir una sensación de pérdida. Mi silencio me puede llevar a ver las ruinas de mi casa” (Conversando, 49).
“En realidad, mi casa tiene que ser un paraíso […].
En torno a esta vida de paraíso, Dios coloca al hombre entre flores. Yo estoy hecho para vivir en el jardín” (Conversando, 55).
El vaciamiento
* Sobre este tema: Desde, 102-103; Cosecha, 39-41.
En nuestra vida cotidiana tenemos trato con objetos, pero no con el vacío.
Al Reino se llega cuando nos desapropiamos de todo: así accedemos a la morada interior, al misterio. Jesús se vació, descendió hasta la muerte (Fil 2,7).
Al interior se llega acallando el ego, es decir, rechazando nuestro deseo de tener, de saber y de poder. Al entrar dentro de nosotros, nuestro ego lo pasa mal pues pierde poder.
Cuando nos hemos vaciado totalmente, cuando hemos dejado atrás el cuerpo, la mente, la imaginación, las emociones e, incluso, la intuición, entonces alcanzamos el Reino.
Para entrar en nuestro interior tenemos que desprendernos de todo, incluso de las imágenes de Dios que hemos recibido desde fuera, y de las grandes lecciones magistrales que nos han ayudado en un momento de la vida. Sólo podemos entrar desnudos.
A la oración hemos de entrar sin nada. Sin pensamientos, ni proyectos, ni modelos, etc. Tan sólo podemos entrar con nosotros mismos. Y nada más.
En el Magníficat aparece una mujer “desenganchada”. Es deslumbrante la armonía de María.
“Nos hacemos dignos de que [Jesús] ‘entre en nuestra casa’ [cf. Mt 8,8/Lc 7,6] –como decimos en la eucaristía–, cuando nos despojamos” (Desde, 27).
“Hay interacciones que nos llenan de asombro: ¿cómo la pobreza puede recibir toda la riqueza de Dios?, ¿cómo el vacío puede acoger toda la plenitud de Dios?, ¿cómo el silencio puede recibir la infinita Palabra de Dios? La apertura de Dios genera la nuestra” (Desde, 92).
“Ir aprendiendo a estar como en un estado de sosiego. Desear un estado de ‘no hacer’, ‘no saber’, ‘no experimentar’, ‘no adquirir’. Buscar un estado en el que uno se limite a estar sencillamente en su corazón” (Desde, 152).
“… ¿pero cuándo decimos que el Señor es nuestra fuerza?, sólo cuando se han consumido todos nuestros recursos” (Sementera, 71).
Dejar que todo pase
* Sobre este tema: Posada, 82-84.
Sólo lo de dentro busca lo eterno, adivina lo eterno.
Es bueno dejar que todo pase: cada experiencia, cada sensación, porque justamente, cuando todo acaba, es cuando todo puede empezar.
No hay que dejar huella, hay que aprender a pasar. La luz no deja huellas.
Si contemplamos un río nos hacemos a la idea de que todo es pasajero.
La Pascua es pasar, no engancharse a nada, pasar por la vida.
Pero la dimensión intelectiva busca fijar lo que sentimos. Y no nos damos cuenta de que lo que fija es la muerte.
Desconfiad de lo que busca fijar.
“Todo pasa, aquí no queda nada.
Todo está pasando y todo desemboca en lo que jamás pasa” (Posada, 82).
“La tristeza es creer que aquí se acabó todo” (Posada, 82).
“Gracias a la confianza de que algo no pasa puedes dejar que lo pasajero pase. Que viva lo pasajero con cierta libertad” (Posada, 82).
“El roble se opone al vendaval terrible, y a veces lo arranca; el césped ni lo nota…
Deja que la vida pase. Deja tu vida en silencio” (Posada, 84).
Transformarse en el interior
* Sobre este tema: Desde, 45-48.
Más que probar nuevas teorías, hay que adentrase en el corazón. Las nuevas ideas son material prestado, de segunda mano. Lo que experimentamos en el silencio es de primera mano.
Acumular nuevos conocimientos no es crecer ni transformarse. Mientras que en el cerebro acumulamos conocimientos, en el corazón nos transformamos.
Debemos dejar que Dios transforme nuestro corazón, es doloroso, pero beneficioso.
Lo importante es dejar que emerja una vida silenciosa.
Acallar todo, vivir el silencio, es el único camino para transformarse.
“No te reformes, sino más bien nace, pues las reformas no hacen más que recubrir, disfrazar, enmascarar y ocultar el fondo de las cosas” (Cosecha, 129).
“Nacer siempre es pasar de dentro a fuera” (Desde, 181; cf. Cosecha, 45-46).
“Nosotros nos queremos transformar a costa de lo de fuera, pero no es así como nos vamos a transformar realmente; la transfiguración, la transformación va a surgir de nuestro silencio, de nuestro vacío” (Desde, 172).
“Cuando algo comienza es como consecuencia de algo latente, imperceptible. Se inaugura la aventura del silencio en horas de insatisfacción. Por necesidad. Por la única alternativa en ese callejón sin salida que a veces es la existencia. ¡Cuántas veces somos reclusos de ideas, de palabras, de sensaciones!” (Cosecha, 13-14).
“En la subida [de una montaña] se tiene la tentación de quedarse en los refugios, surgen experiencias en la andadura en las que uno quisiera quedarse allí; pero si se queda no llega a la cumbre de la transformación, de la transfiguración” (Sementera, 122).
“El silencio es como una arado que va revolviendo nuestro corazón a veces endurecido. Y lo vuelve más fecundo, más fértil” (Alcoba, 71).