* Sobre este tema: Desde, 139-146.
Cuando un arquitecto se dispone a construir una casa, antes ha de estudiar el suelo y ver sobre qué estrato conviene edificarla. Eso mismo debemos hacer nosotros cuando nos disponemos a construir nuestra vida: nos conviene saber cuál es el mejor estrato para edificarla.
1.- El piso del cuerpo
A través de los sentidos nos relacionamos. Es una pena que tengamos los sentidos reducidos a una mínima expresión.
Gracias al cuerpo nos podemos relacionar y comunicar con Dios.
Pero sobre el cuerpo no podemos edificar la vida. Pues el cuerpo no es eterno. El cuerpo cambia. Hay sucesiones.
2.- El piso de la mente
La mente es un elemento esencial de nuestra persona. Tiene un cometido muy importante, pero no en el campo espiritual. El amor, el éxtasis, están más allá de la mente. Cuando uno se enamora, pierde la cabeza.
En el silencio no cabe la reflexión.
Dice un proverbio que “pensar a Dios es desobedecerle”. Jesús no quiere que “pensemos” a Dios. Prefiere que le “veamos” con ingenuidad y pureza en nuestro entorno: en el agua, en el viento, en el árbol, etc. Dios lo llena todo.
Pero todo nuestro empeño es pensar.
La mente es muy cambiante: hoy pensamos una cosa y mañana otra.
La mente puede hacer cosas horribles. “Un burro puede llevar una biblioteca en sus alforjas, pero puede dar coces”. Podemos saber mucho, tener la mente muy bien amueblada, pero hacer atrocidades. Los nazis eran gente muy culta.
La mente es como una nube llena de sueños e ideas que va de aquí para allá. Tampoco sobre ella podemos edificar la vida. Debemos asentarnos sobre roca, no en una nube.
3.- El piso de las emociones
Las emociones son débiles y frágiles. Responden a un estímulo.
Son también pasajeras. El mundo sensorial se fatiga pronto. Hay que descansar incluso de las buenas relaciones que tenemos con otras personas. Por muy buena que sea una canción, si la escuchamos muchas veces, nos cansamos.
Tampoco sobre las emociones podemos edificar nuestra vida.
4.- El piso de la imaginación
La imaginación busca cambios, renovar: por eso es inestable.
No hay que decorar imaginativamente la vida: ella es hermosa de por sí.
La imaginación no es una buena base donde asentarnos. La vida real es mucho más hermosa de lo que imaginamos.
5.- El piso de la intuición
La intuición es una lucidez instantánea, un caer en la cuenta en algo que no habíamos pensado. Hay cosas que nunca se ven y que, de repente, cuando dejamos de pensar, de imaginar, de emocionarnos, se ven. Libres de esas trabas, proyectamos una luz especial sobre ellas.
Esta facultad llega tras aquietar silenciosamente nuestro interior. Surge en los momentos de mayor sosiego y silencio interior, cuando todo está en calma. El silencio es el sendero de la intuición.
El símbolo egipcio de la intuición son tres monos: uno se tapa los ojos, otro la boca y otro los oídos.
Pero también la intuición ha de sosegarse. Tampoco ella es el mejor estrato donde situar nuestros cimientos.
6.- El piso del corazón
* Sobre este tema: Cosecha, 155-157.
El corazón es lo que queda cuando ya no queda nada, cuando nos desenganchamos de todo. A él no se llega por un discurso, sino por una inspiración interior.
Dice la poetisa cubana Dulce María: “Sólo en el amor puedo descansar”.
El amor no es una emoción.
Cuando uno está dentro no necesita pensar. Cuando hacemos silencio vamos a la búsqueda del corazón.
Uno se asienta en la vida cuando toma contacto con lo más profundo, cuando se asienta en la “roca”. Debemos construir nuestra vida sobre el corazón.
El corazón, lo interior, permanece estable. Lo que no pasa es lo que somos. Sobre ello podemos edificar nuestra vida.
El corazón es algo misterioso. Sabemos que dentro está la plenitud, el orden y la unidad.
“El silencio no es una palabra, una idea; el silencio es toda una acción, toda una ofrenda. En el altar de tu corazón, en el ara de tu corazón” (Alcoba, 243).