El monacato y los padres del desierto
Vivieron en el desierto como monjes de vida ascética para crecer en santidad y acercarse a Dios dejando un gran legado espiritual.
El nacimiento del monacato del desierto
Las mujeres vírgenes y los varones ascetas que vivían en el seno de las diócesis antes de la Paz de Constantino fueron el preludio o el germen de la vida religiosa. Pero aún no constituían tal forma de vida porque no cumplían la condición más importante: dejarlo todo para entregarse plenamente a Dios. En efecto, recordemos que no hacían voto de pobreza, es decir, no se desprendían de sus posesiones y, además, seguían muy apegados a su ambiente familiar y diocesano. Tampoco hacían voto de obediencia. Es decir, aunque eran personas consagradas a Dios, se considera que no alcanzaron el estado de vida religioso.
Fueron varones ascetas los primeros que, en el siglo III, se aventuraron a dejarlo todo adentrándose en solitario en el desierto para allí encontrar un ambiente más propicio para entregarse plenamente a Dios. Son, propiamente, los primeros religiosos.
Decimos que fueron varones, y no mujeres, por motivos puramente culturales: en aquella época estaba muy mal visto que una mujer saliese de la ciudad para vivir sola en medio del campo. Eso sólo lo hacían las prostitutas, las delincuentes, las brujas o las «endemoniadas». Pero una vez que la vida solitaria masculina tomó fuerza y prestigio, las mujeres pudieron emprender también esta forma de vida, aunque no parece que fueron muchas las que lo hicieron, ni se alejaron de las poblaciones, por el peligro que suponía para ellas, pues quedaban a merced de los maleantes que habitaban las zonas despobladas.
Para entender el monacato primitivo hay que tener en cuenta que en el mundo antiguo se distinguían cuatro espacios concéntricos:
- en el centro estaba la polis: donde vivía la gente;
- en torno a ella se encontraba el agro: la zona agrícola, donde se cultivaban los campos;
- después estaba la jorá: la zona forestal y ganadera, donde se cortaba madera y se pastoreaba el ganado;
- y por último, se hallaba el amplio éremos: la pura naturaleza, una zona «vacía», inhabitada, donde no regían las leyes de la polis, y en la que vivían las bestias, los bandidos y los «demonios».
Efectivamente, el éremos era esa «tierra de nadie» que se extendía entre las zonas habitadas. Es identificado con el desierto porque en Egipto y en otras zonas donde surgió el monacato primitivo, el éremos tenía –y tiene– un clima desértico. «Desierto» es también sinónimo de «deshabitado» y «vacío».
¿Quiénes fueron los monjes anacoretas o eremitas?
A los monjes del desierto se les llama anacoretas. Este término procede de la unión de aná y jorá. Aná significa «más allá». Es decir, los anacoretas son los que viven más allá de la jorá, en el éremos. Y precisamente del término «éremos» proceden los otros dos nombres que reciben estas personas: «eremitas» o «ermitaños». Lógicamente, la palabra «ermita» procede a su vez de estos últimos términos, pues, en su origen, hacía referencia al habitáculo donde residía el ermitaño.
La fuga del mundo para luchar contra las tentaciones
Esto nos lleva a un elemento muy importante en la espiritualidad de los monjes del desierto: la fuga del mundo. Vimos que esto ya lo vivían los cristianos en tiempos de las persecuciones, pero los monjes lo tomaron de un modo radical: buscando físicamente un lugar apropiado donde entregarse a Dios en cuerpo y alma. Pero, como es bien sabido, el buen monje no huye del mundo real, sino del mundo del pecado, y lo hace precisamente para ayudar a mejorar el mundo real.
En efecto, huyendo del pernicioso ambiente social de las ciudades, aquellos monjes se adentraban en la soledad de la naturaleza para poder luchar cara a cara contra los «demonios», es decir, contra las tentaciones, y así llegar a unirse íntimamente con Dios. De ese modo daban un valiosísimo testimonio a los cristianos que vivían en las ciudades, mostrándoles que el Evangelio predicado por Jesús es real, no una mera utopía. Paradójicamente, la distancia física no era obstáculo para que aquellos monjes fueran un puntal espiritual importantísimo para las comunidades cristianas, sino, más bien, todo lo contrario, pues su influencia se hacía sentir en toda la Iglesia.
Hay dos motivos que, muy probablemente, impulsaron a los primeros ascetas a «huir del mundo» adentrándose en el desierto.
- El primero y principal ya lo hemos comentado anteriormente: la decadencia religiosa de las comunidades cristianas, a consecuencia de su masificación. En el siglo III había ciudades –por ejemplo, Alejandría– en las que las comunidades cristianas eran muy numerosas.
- El otro motivo, aunque secundario, es la búsqueda de un lugar seguro donde ocultarse de las duras persecuciones que emprendió el Imperio Romano contra los cristianos antes de la Paz de Constantino. Es decir, hubo ascetas que prefirieron no pasar por la durísima prueba del «martirio físico» y optaron por el «martirio espiritual» que supone dejarlo todo para estar junto a Dios en tierra de nadie.
Etapas en el desarrollo del monacato del desierto
A partir de aquí, podemos concretar las cuatro etapas que determinan el nacimiento y desarrollo del monacato del desierto:
- En el siglo III ciertas comunidades cristianas entraron en decadencia y algunos de sus ascetas decidieron irse a vivir a las afueras de su ciudad para encontrarse a solas con Dios.
- Su fama de santidad era tan grande que muchas personas acudían a ellos para pedirles consejo o ayuda espiritual. Por ello, estos ascetas decidieron adentrarse en el desierto en busca de paz y sosiego. Esto no impedía que siguiesen buscándoles con ahínco, lo cual movía a los ascetas a adentrarse aún más en el desierto.
- Poco a poco se fueron uniendo a ellos otros cristianos que buscaban vivir su modo de vida, creándose las primeras colonias de eremitas en torno a ellos, los cuales pasaban a ser abbas, es decir, padres espirituales.
- Llegado el siglo IV, algunos anacoretas decidieron vivir en comunidad bajo una Regla de vida, naciendo así la vida cenobítica o comunitaria. El primer impulsor de esta forma de vida fue san Pacomio Tabenense (290-346).
En poco tiempo el monacato del desierto se popularizó, pues eran muchos los que dejaban todo para tomar esta forma de vida. Por otra parte, el monacato se diversificó en tres grandes tipos: los anacoretas, los cenobitas y los semicenobitas.
¿Qué influencias tuvieron los padres del desierto?
Si investigamos qué influyó en el desarrollo del monacato del desierto, descubrimos dos fuentes principales: las comunidades de terapeutas judíos y los textos bíblicos. Esto último puede resultar algo chocante pues las Escrituras no animan explícitamente a ser monje en el desierto. Sin embargo, hay pasajes que hablan de la especial espiritualidad de esta forma de vida. Nos referimos sobre todo a los relatos del Pentateuco que narran el éxodo que emprendió el pueblo de Israel por el desierto para, en él, unirse a Dios en Alianza y así llegar a la Tierra Prometida.
El desierto: lugar privilegiado de encuentro con Dios
También hemos visto que hay profetas que definen el desierto como un lugar privilegiado donde Dios nos espera para unirse a nosotros como un «amante Esposo». Recordemos este precioso texto de Oseas, en el que Dios desea estar con su «amada»: «Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón…» (Os 2,16). Asimismo, san Juan Bautista habitó en el desierto (cf. Mt 3,1-4) y el propio Jesús estuvo cuarenta días orando y ayunando en él, y allí venció al tentador demonio (cf. Mc 1,12-13). Todo esto nos lleva a concluir que, según las Escrituras, el desierto es un ámbito especial en el que, tras vencer las tentaciones que nos alejan de Dios, nos unimos a Él, experimentando así el Reino de Dios.
¿Quiénes eran los terapeutas judíos?
Pero la Biblia no es la única influencia que tuvieron los monjes del desierto. En efecto, en el siglo III los cristianos estaban en contacto con ciertas escuelas filosóficas y religiosas no cristianas que valoraban mucho la vida ascética. Éstas pudieron influir, en mayor o menor medida, en el monacato primitivo. Probablemente, los que más lo hicieron fueron los terapeutas, llamados así porque sanaban espiritualmente a la gente. Se trata de unas colonias de judíos eremitas que vivían al sur de Alejandría, de las que habla Filón de Alejandría (ca. 15 a.C.- ca. 45 d.C.).
Todo parece indicar que guardaban una estrecha relación con los esenios. Es razonable suponer que en el siglo III aun subsistían estas colonias e, incluso, que existiera algo parecido en torno a otras ciudades con gran presencia judía. Pues bien, tanto se parecían aquellos terapeutas –de los que habla Filón– a los monjes cristianos del desierto, que algunos autores pensaron que Filón había tomado por judíos a monjes que, en realidad, eran cristianos. Pero los investigadores modernos han comprobado que Filón no se equivocó: aquellos monjes del desierto del siglo I eran judíos, no cristianos. Lo cual nos lleva a deducir que probablemente los primeros monjes cristianos siguieron en cierta medida la forma de vida de los terapeutas judíos.
¿Qué es la vida eremítica?
El eremitismo es la vida solitaria junto a Dios. Como ya hemos dicho, el monacato eremítico del desierto estaba constituido sobre todo por varones. Ciertamente, hubo algunos que vivieron en total soledad. Pero lo más normal es que los eremitas se juntaran formando colonias en las que cada uno vivía solo en su celda –o ermita–, pero cerca de un padre espiritual –o abba–. Éste era la clave del buen funcionamiento de la colonia, pues los eremitas no tenían una Regla de vida, sino que se limitaban a seguir las normas y consejos que su abba les daba.
Aquellos monjes se reunían los sábados y domingos para comer, orar, dialogar sobre temas espirituales, escuchar colaciones –o conferencias espirituales– y para celebrar la Eucaristía. El resto de la semana la pasaban a solas en su celda, que era generalmente una pequeña cabaña o cueva. En ella dedicaban el día a orar, trabajar manualmente y hacer duras penitencias: ayunando, durmiendo poco, etc. Salvo algunos casos esporádicos, estos monjes apenas tenían estudios. Los salmos se los aprendían de memoria para poder recitarlos todos los días. Y sólo eran ordenados sacerdotes cuando era necesario para la celebración de la Eucaristía.
Se mantenían económicamente gracias al trabajo manual, que consistía, generalmente, en hacer cestos de mimbre, cuerdas o tejidos de lino. Uno de los hermanos iba a la ciudad para canjear por pan lo que los monjes habían manufacturado. Dicho reparto se efectuaba el domingo, cuando todos estaban juntos. Asimismo, en las colonias solía haber una hospedería a la que acudían aquellos que se aventuraban a adentrarse en el desierto en busca de la ayuda espiritual que les ofrecían los monjes.
Cuando el abba moría y no era reemplazado por otro abba que fuese un verdadero referente espiritual para sus hermanos, la colonia entraba en decadencia. Esto, junto con la dureza psicológica y física que supone vivir solo en medio de la naturaleza, hacen que esta forma de vida sea frágil y vulnerable. El eremitismo ha tenido varios momentos de florecimiento a lo largo de la historia del cristianismo. En la actualidad es más bien escaso.
¿Qué caracterizó a San Antonio Abad?
Es necesario hacer una breve alusión al principal referente del eremitismo: san Antonio Abad (ca. 251-356). Su biografía se narra en la Vida de Antonio que fue escrita por san Atanasio de Alejandría (ca. 295-373) hacia el año 357, es decir, al poco de morir este santo. Dicha obra le convirtió en el gran referente de la vida religiosa durante muchos siglos. En ella se nos dice que cuando san Antonio tenía unos 20 años decidió dejarlo todo y entregarse a la vida ascética. Primero lo hizo enfrente de su casa, después en una tumba lejana y luego en pleno desierto. Pasado el tiempo se formaron en torno a él varias comunidades de eremitas. Más tarde se trasladó a una zona cercana al mar Rojo, donde murió con más de 100 años.
A san Antonio se le representa artísticamente junto a una cerda salvaje que él curó y domesticó. Dado que los cerdos eran considerados animales impuros, dicha cerda representa simbólicamente el pecado, el cual fue doblegado por este santo gracias a su vida eremítica. También representa el dominio que san Antonio tenía sobre la creación, lo cual es una muestra de su santidad (cf. Gn 1,28). Por todo ello fue nombrado patrono de los animales.
Santa Sinclética: un referente para las mujeres
También hubo colonias de mujeres anacoretas formadas en torno a una madre espiritual –o amma–. Como ya hemos explicado, no fueron numerosas, en comparación a las formadas por varones, ni se alejaban de las poblaciones. La comunidad femenina más famosa fue la de santa Sinclética († ca. 350). Esta monja, atraída por el ideal de la virginidad, vendió todo cuanto tenía tras la muerte de sus padres y se puso a vivir en un sepulcro situado a las afueras de Alejandría.
Debido a su fama espiritual, junto a ella se formó una colonia de mujeres que deseaban seguir sus pasos. La Vida de Sinclética fue escrita por un autor anónimo hacia finales del siglo IV o en la primera mitad del siglo V, con el fin de que su vida y enseñanzas sirvieran de ejemplo y referencia para las mujeres que optan por este tipo de vida.
¿Quiénes eran los cenobitas?
Los monjes cenobitas se distinguen por vivir en comunidad dentro de un mismo recinto amurallado y siguiendo una Regla de vida. La primera fue escrita por san Pacomio Tabenense (290-346). Cuando tenía 20 años fue reclutado a la fuerza por el ejército romano. Mientras le llevaban encadenado junto a otros hacia un lejano cuartel, en un descanso apareció un grupo de personas llamadas «cristianas» que les socorrieron a él y a sus compañeros.
Esto le dejó tan marcado que decidió hacerse cristiano al acabar el servicio militar. Así lo hizo: tras su paso por el ejército, se bautizó y pasó varios años haciendo vida de eremita. Después se dirigió a la región del Tabennesi, al borde del Nilo, donde se le unieron otros discípulos y comenzaron a vivir en comunidad, pero aquello acabó sumido en el caos. Sin embargo, no desistió en su empeño, pues sabía que era voluntad de Dios. Por ello, en el año 323, volvió a repetir la experiencia de vida comunitaria con otros discípulos, pero esta vez san Pacomio escribió unas normas que han sido, a la postre, la primera Regla de vida religiosa. Aquella comunidad prosperó, y después fundó otros monasterios masculinos y femeninos.
San Pacomio ideó la Regla basándose en dos fuentes: una funcional y otra espiritual. A nivel funcional, este santo se apoyó en el sistema organizativo de los cuarteles del ejército romano, adaptado, claro está, a la vida evangélica. A nivel espiritual, su gran referencia es el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se cuenta que la unidad era un elemento esencial en la primera comunidad cristiana (cf. Hch 4,32): por eso los monjes y monjas pacomianos comen, trabajan, oran y descansan en comunidad.
Siguiendo estas dos referencias, san Pacomio no tuvo reparos en constituir grandes comunidades monásticas, a veces con más de quinientos monjes. Las emplazaba en pleno desierto, alejadas de las zonas habitadas y totalmente rodeadas por un muro, dentro del cual construían los edificios necesarios para la vida monástica: iglesia, comedor, despensa, barracones donde duermen los monjes, etc. En estas comunidades el abad era –y es– muy importante pues, además de ser quien gobierna el monasterio, es sobre todo el padre espiritual de los monjes. El monacato pacomiano sigue vivo en Egipto, aunque ahora se le llama monacato copto, pues forma parte de la Iglesia copta.
¿Cómo vivían los semicenobitas?
Con el paso del tiempo fueron apareciendo diferentes tipos de comunidades monásticas que tenían una forma de vida intermedia entre el eremitismo y el cenobitismo. La forma más característica de semicenobitismo –o semieremitismo– son las lauras. Se trata de monasterios formados por un conjunto de cabañas –donde viven en soledad los monjes o las monjas– que se agrupan dentro de un muro, en cuyo recinto también hay una iglesia y otros edificios comunes. Este tipo de vida surgió en la zona de Palestina y pretendía reproducir la vida de los eremitas del desierto. Pero, con el paso del tiempo, fueron evolucionando hacia una vida puramente cenobítica.