Elementos de renovación
Los elementos de renovación espiritual fueron el debate de la llamada universal a la santidad, la restauración de órdenes monásticas y la mejora cultural.
En el siglo XIX las Órdenes monásticas y mendicantes sufrieron un duro golpe, ya que fueron expulsadas y expropiadas, por lo que tuvieron que restaurarse a partir de lo poco que quedaba de ellas, e incluso hubo algunas que se extinguieron.
Hay dos nombres significativos:
- Próspero Guéranger (1805-1875), que restauró la Orden de San Benito en Francia
- y Enrique Lacordaire (1802-1861), restaurador de la Orden de Predicadores, también en Francia.
Ambos dejaron una fuerte impronta espiritual entre sus hermanos.
¿Cómo influyo la mejora del nivel cultural en la renovación espiritual del siglo XIX?
En la segunda mitad del siglo XIX surgieron diferentes movimientos renovadores que, pasados los años, desembocaron en el Concilio Vaticano II (1962-1965). Éstos se vieron favorecidos por la mejora del nivel cultural del pueblo fiel y el gran incremento en cantidad y calidad de las publicaciones religiosas.
En esta línea se desarrolló el Movimiento Litúrgico que, iniciado por Próspero Guéranger en la abadía de Solesmes, promovido por destacados liturgistas y apoyado por los Papas, ayudó a favorecer la comprensión y el amor a la liturgia. Además, hay gran difusión de escritos de temática espiritual.
Las publicaciones religiosas aumentaron en cantidad y calidad
En los años 1930-1960 en Alemania y Francia surgieron grandes teólogos –como el jesuita Karl Rahner (1904-1984), los dominicos Yves Congar (1904-1995) y Edward Schillebeeckx (1914-2009), y el ex jesuita Hans Urs von Balthasar (1905-1988)– que dieron lugar a la Nouvelle Théologie (Nueva Teología) que está a la base de los textos del Concilio Vaticano II.
Algo similar podemos decir a nivel bíblico –con la fundación de la Escuela Bíblica de Jerusalén (1890) de los dominicos y del Pontificio Instituto Bíblico de Roma (1909) de los jesuitas– y de otras ramas de la teología. En general, este florecimiento repercutió muy positivamente en la espiritualidad, pues le dio un buen sustento teológico.
¿Qué sucedió con la espiritualidad en el plano académico?
También mejoró la espiritualidad a nivel académico. El Papa san Pío X habló en Sacrorum Antistitum (1909) de la necesidad de impartir académicamente esta rama de la teología, pues hasta entonces los temas referentes a ella se trataban de modo integrado en el conjunto de la teología.
Hubo que esperar a 1919 cuando los dominicos crearon la cátedra de Ascética y Mística en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino –más conocida como el Angélicum– y un año más tarde también lo hicieran los jesuitas en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Después, el Papa Pío XI, en Deus scientiarum Dominus (1931), ordenó que en los seminarios y facultades de teología se incluyese la asignatura de Ascética y Mística en sus programas escolares. Esta rama de la teología pasó a llamarse Teología Espiritual tras el Concilio Vaticano II.
¿Cómo surge la llamada universal a la santidad?
Pero, sobre todo, hay tres elementos renovadores a destacar. La gran proliferación de escritos espirituales y el surgimiento de nuevos autores místicos. El otro es el debate que surgió en torno a la llamada universal a la santidad. En efecto, en la primera mitad del siglo XX, eran cada vez más los que defendían esta postura, encabezados por el presbítero Auguste Saudreau (1859-1946) y los dominicos Juan González Arintero (1860-1928) y Réginald Garrigou-Lagrange (1877-1964).
Éstos consideraban que el camino espiritual que todo creyente ha de recorrer hacia Dios es a la vez ascético y místico, rechazando así la separación entre la vía ascética –válida para todos– y la vía mística –válida para unos pocos–.
Debemos dejar que Dios nos guie interiormente
Lo que hicieron estos autores fue recuperar una idea que aparece en las Sagradas Escrituras (cf. Ef 4,7-13) y que forma parte de la tradición de la Iglesia: todos estamos llamados a ser santos, y a esto sólo se llega por medio de la mística, es decir, dejándonos guiar interiormente por Dios; lo cual, obviamente, también necesita de ascesis, es decir, de dominio de sí mismo. Y para ello no hace falta retirarse a un monasterio o llevar una vida especial, sino que también puede lograrse en la vida cotidiana. Por eso, el trabajo honesto y laborioso es un buen medio de santificación.
Si bien estos autores sufrieron una fuerte oposición, su postura se fue imponiendo en el seno de la Iglesia, recibiendo un espaldarazo definitivo cuando san Josemaría Escrivá fundó en 1928 el Opus Dei, cuya espiritualidad –como veremos en breve– coincide básicamente con la de ellos. Y así, varias décadas más tarde, el Concilio Vaticano II asumió plenamente esta postura.