El servidor fiel y prudente

El servidor fiel y prudente

¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien el señor puso al frente de su servidumbre para darles la comida a su tiempo?


Desde que era un joven seminarista, don Gaspar destacó por su gran inteligencia y sentido común, por lo que pronto comenzaron a pedirle servicios importantes, y fue ocupando cargos cada vez más relevantes en la diócesis. Con mucho humor, él se definía a sí mismo como un «sacerdote burocrático», pues no era párroco, y apenas tenía competencias pastorales.

Con gran esfuerzo consiguió acabar el doctorado en Derecho Canónico, lo cual le aportó los conocimientos y la titulación necesarios para poder desempeñar varias de tareas que querían asignarle. Pero ni sus cargos institucionales ni sus títulos académicos le apartaban de la oración y la Eucaristía, aunque eso le costase perder tiempo de descanso.

‒Lo único que me distingue de un funcionario del ayuntamiento es que yo trabajo movido por el amor a Dios ‒decía don Gaspar a aquellos que le aconsejaban no ser tan fiel a sus devociones personales para así tener más tiempo para descansar.

Su fama de hombre equilibrado, sabio y espiritual llegó a la Santa Sede, y el Papa le nombró Obispo para que pudiese trabajar en un importante cargo de la curia romana. Don Gaspar acató humildemente los deseos del Papa y se trasladó a Roma, donde permaneció durante más de veinte años, desempeñando diversos servicios, hasta que los achaques de la ancianidad le movieron a pedir la renuncia al Papa, el cual la aceptó, dándole las gracias en nombre de toda la Iglesia y deseándole un feliz retorno a su diócesis.

‒¿Qué puedo hacer ahora? ‒le preguntaba don Gaspar a Dios, arrodillado delante del Santísimo. Y con gran pesar se decía a sí mismo: Toda mi vida he sido un «burócrata», y no sé hacer otra cosa.

Al llegar a su diócesis, fue recibido muy efusivamente por el Obispo, don Florencio.

‒Bienvenido a tu casa ‒le dijo dándole un efusivo abrazo‒. Me he reunido con varios consejeros para buscarte un buen lugar donde puedas instalarte como Obispo emérito. Es lo mínimo que te mereces por lo mucho que has trabajado.

Y le propuso que, de momento, se instalara en la residencia sacerdotal. Don Gaspar, obediente como siempre, aceptó la propuesta de don Florencio. Pero, pasado un mes, el párroco de un suburbio de la diócesis, se acercó a la residencia sacerdotal para hablar con don Gaspar:

‒Disculpe, monseñor, en mi parroquia hay un convento de hermanas misioneras que se dedican a ayudar a los más pobres del barrio. Necesitan un capellán que celebre Misa en la capilla de su convento y que les ayude en su labor pastoral. Pero usted ha de saber que la vicaría donde reside el capellán es una casa muy pequeña, la comida a veces es escasa y las hermanas están siempre desbordadas de trabajo. A pesar de estos inconvenientes, ¿le gustaría ser su capellán?

Don Gaspar le dijo que lo meditaría y que lo consultaría con el Obispo. Aquella propuesta escandalizó a varios consejeros de don Florencio, pues lo que ahora necesitaba don Gaspar era un cómodo descanso. Así que hicieron un listado de casas de espiritualidad, conventos y monasterios donde el anciano Obispo emérito pudiera retirarse, si es que no se sentía cómodo en la residencia sacerdotal.

Un amigo le dijo a don Gaspar:

‒He encontrado una casa de espiritualidad en la podría usted vivir fenomenal, está muy bien equipada y a usted le darían la mejor de las habitaciones.

Otro amigo le dijo:

‒Hay un monasterio que está cerca de la playa. Los monjes se sentirían muy honrados en acogerle como a un hermano más.

Y, así, durante varias semanas, le fueron recomendando lugares muy agradables para pasar su vejez. Pero don Gaspar siempre contestaba que lo tenía que meditar.

Cuando hubo tomado una decisión, don Gaspar fue recibido por el Obispo. Tras charlar de varios asuntos intrascendentes y recordar algunas anécdotas del seminario, don Gaspar le dio las gracias a don Florencio por lo mucho que se había preocupado por él, y le comunicó que él preferiría asumir el servicio de capellán en el convento del suburbio.

‒El motivo es muy sencillo ‒le dijo a don Florencio‒, toda mi vida he trabajado en despachos y oficinas, y siento que Dios me pide que ahora me entregue a los más pobres. Te ruego que aceptes esta humilde petición.

Ante semejantes palabras, don Florencio se quedó muy conmovido. Lentamente se arrodilló ante don Gaspar e, inclinando la cabeza, le dijo:

‒Bendíceme, querido hermano, porque ante ti me siento un Obispo débil y pecador. Ruega a Dios por mí.

Pregunto Jesús a sus discípulos: «¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien el señor puso al frente de su servidumbre para darles la comida a su tiempo?» (Mt 24,45).

Fr. Julián de Cos Pérez de Camino