En la Natividad de María: elegidos hijos de Dios
Meditación para la festividad de la Natividad de María, por fr. Cándido Aniz Iriarte.
Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, anunció la alegría a todo el mundo. De ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios. Él, borrando la maldición, nos trajo la bendición, y, triunfando de la muerte, nos dio la vida eterna (Ant. Laudes)
¡Señor!, nos hiciste con amor. Gracias por tu bondad!
Cualquier persona que sabe reconocer los dones recibidos, encuentra gran motivo de alegría y de acción de gracias en la celebración de su propio nacimiento. ¿Cómo no, si el don de la vida es la piedra angular y el fundamento sobre el que han de recaer todos los bienes que sobrevienen en la existencia?
Recordando la gratitud del corazón de María, en su Natividad, queremos estar a su lado y percibir sus latidos y escuchar su cántico de gloria y alabanza. ¡Cuánto la amaste, Señor, antes de que pensara en ti y fuera socia de tu Hijo en nuestra historia de salvación!
Pero, al celebrar esa fiesta, queremos alargar también la acción de gracias a tu bondad por la vida de cada uno de nosotros, por el gran don que nos hiciste como Creador y Padre. ¡A ti sea la gloria!
Pero, ¡Señor!, en el reconocimiento del don de la vida personal, no es sólo el hijo o la hija quien con su llanto y sonrisa, desvalimiento y besos, da gracias al Padre del cielo y a los padres de la tierra. A su voz, corazón y mente se suma el gozo compartido de cuantos constituyen la familia en cuyo seno germinó un nuevo ser: aquel niño o niña que pronto se hará hombre/mujer en plenitud de facultades...
Por ello, Señor, hoy en la Natividad de María, nosotros, junto a ella, nos unimos al júbilo de todas las familias que reciban en su seno a nuevos retoños como regalo de Dios y como compañía en este peregrinaje por la tierra. ¡Haz que todas las familias vivan con gozo sumo el advenimiento de sus hijos!
Y para quienes somos creyentes en ti, Dios Padre, Hijo y Espíritu (que nos has hecho a imagen tuya en libertad, pensamiento y amor), se acrecienta la alegría familiar porque sabemos que en cada niño o niña que viene al mundo nace un hijo o hija tuya, un hijo o hija amado desde tus entrañas de padre, y que queda acogido/a a tu bondad misericordiosa, predestinado/a a ser eternamente feliz contigo.
Por eso, déjame decírtelo, ¡Padre!
Al celebrar la Natividad de tu hija más amada, quiero experimentar en mí el inefable gozo de sentirme, desde la concepción y el nacimiento, creatura elegida, predestinada a la eternidad en Ti.
¡Qué gran consuelo es tener fe, ¡Señor!, sentirse a tu lado, saberse "elegido" como obra de tu amor! ¡Gracias!
¡Señor!, hoy, en la fiesta de la Natividad, estamos convocados todos los hijos de Dios para celebrar que habiéndote ofendido, ha diseñado un plan de amistad y salvación a favor nuestro y quieres venir hasta nosotros y hacerse como uno de nosotros y ganarnos, reconquistarnos a todos. Y que para ello proyectaste enviar a su Hijo al mundo y vestirlo de una naturaleza humana similar a la nuestra, en el seno de María, la mujer elegida. ¡Bendita ella por su elección amorosa!.
¡Salve, Señora, elegida para ser Madre de Dios encarnado!
En la fiesta de tu Natividad comenzamos a ver realizado el designio divino de salvación. Tú eres la elegida, la llena de gracia, la predilecta del Padre para que en tu seno se obre el prodigio de la Encarnación del Hijo.
Vive, Señora, atenta a su voz; escucha su palabra; y enséñanos a todos nosotros, desde tu fidelidad, a ser fieles servidores de Dios en todos nuestros actos.