La interiorización
Colección de tres textos de otros tantos autores sobre la interiorización. Llamada del Kempis a la interioridad y conversión; un fragmento de la autobiografía de santa Teresa del Niño Jesús, glosa sobre el gozo, dolor y gloria de la Virgen María; y otro fragmento de la Vida de santa Teresa de Ávila.
El mes de octubre se abre en la liturgia presentándonos numerosos caminos de interiorización:
- la bondad del Señor que nos pone bajo la mirada maternal, sufriente y gloriosa, de la Madre de Dios en sus advocaciones del Rosario y del Pilar;
- la deliciosa figura de santa Teresa del Niño Jesús que, siendo contemplativa en altísimo grado, parece decirnos desde su sencillez: ¡Venid y ved con qué poco se puede ser santa! ;
- el prodigio de san Francisco de Asís que nos invita a sentarnos a la orilla del río, en la falda del monte, en la cumbre nevada, al lado de un enfermo o a los pies del Sagrario, para escuchar ¡Qué grande es el Señor, creador y padre nuestro! ;
- la acción de gracias en los días de Témporas, recordando que somos hijos amados de Dios;
las confidencias de la gran Teresa de Jesús en el libro de su Vida...
Cualquiera de esos santos, junto a san Lucas, san Luis Beltrán, san Pedro de Alcántara o santa Soledad Torres Acosta, pondrá ante nuestros ojos, si se lo pedimos, alguna perla en cuya contemplación descansaría el alma, con Dios.
Nosotros en esta página, al tener que seleccionar cuatro textos espirituales, de variado corte, ofrecemos los siguientes: una llamada del Kempis a la interioridad y conversión; un fragmento de la autobiografía de santa Teresa del Niño Jesús, glosa sobre el gozo, dolor y gloria de la Virgen María; y otro fragmento de la Vida de santa Teresa de Ávila.
Busquemos en el Reino de Dios la paz y alegría.
El reino de Dios está dentro de vosotros.
Así dice el Señor, según leemos en el Evangelio de Lucas (17,21). Pero nosotros andamos perdidos por reinos extraños, movidos por intereses que no corresponden al reino de Dios. ¡Qué bien haríamos si hoy nos decidiéramos a rectificar y a escalar la senda angosta que nos devuelva al resplandor del Reino donde Dios es todo para todos!
Escuchemos y dejémonos guiar por el maestro de espíritu que es La imitación de Cristo (Lib.II, c.1)
"Hermano, conviértete a Dios de todo corazón,
despréndete de este mundo miserable, y tu alma encontrará la paz, pues el reino de Dios es paz y alegría en el Espíritu Santo. Si le preparas una digna morada en tu interior, Cristo vendrá a ti y te dará a probar su consuelo".
"Toda su gloria y hermosura está en lo interior" (Sal.44,14)
y allí se complace. Tiene el Señor un trato frecuente con el hombre interior, platica dulcemente con él, lo consuela con suavidad, le infunde una paz profunda y adquiere con él una familiaridad admirable en extremo.
Ea, pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo,
para que se digne venir a ti y habitar en ti. Pues él dice: "Quien me ama guardará mi palabra y vendremos a él y haremos morada en él".
Hazle en ti lugar a Cristo.
Si posees a Cristo, serás rico, y con él te bastará. Él será tu proveedor y fiel procurador en todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres Los hombres se mudan fácilmente y desfallecen... Los que hoy son contigo mañana te pueden contradecir...
Pon en Dios toda tu confianza,
y sea él el objeto de tu veneración y de tu amor. Él responderá por ti y todo lo hará bien, como mejor convenga. Tú no tienes aquí "ciudad permanente". Dondequiera que estuvieres serás extranjero y peregrino. Jamás tendrás reposo si no te unes íntimamente a Cristo...
Pon tu pensamiento en el altísimo
y eleva a Cristo tu oración constantemente. Si no sabes meditar cosas sublimes y celestes, descansa en la pasión de Cristo, deleitándote en contemplar sus preciosas llagas. Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo... Cristo quiso padecer y ser despreciado, y tú ¿te atreves a quejarte de algunas cosas?...
Si una sola vez entrases perfectamente al interior de Jesús
y gustases un poco de su ardiente amor, no te preocuparías ya de tus propias ventajas o desventajas; más bien te gozarías de las humillaciones que te hiciesen, porque el amor de Jesús hace que el hombre se menosprecie a sí mismo.
El verdadero amante de Jesús y de la verdad,
el hombre interior, libre de las aficiones desordenadas, puede volverse fácilmente a Dios, y levantarse sobre sí mismo en el espíritu y descansar gozosamente; sabe andar dentro de sí y tener en poco las cosas externas..."
¡Alma!, levántate y anda. Entra dentro de ti. Allí está Dios
En el corazón de la Iglesia yo seré amor.
En la meditación precedente, el autor de La imitación de Cristo nos convocaba a cultivar la interioridad donde Dios mora, a desprender nuestro corazón de cualesquier adherencia terrena que nos encadena a sus caprichos, y a encontrarnos con el Señor que nos ama y nos busca. En esta meditación descubriremos cómo era la interioridad de santa Teresa del Niño Jesús, alma dedicada enteramente al Amor en el seno de la Iglesia de Cristo. Nos lo declara en su autobiografía:
"Teniendo un deseo inmenso de martirio,
acudí a las cartas de san Pablo, para tratar de hallar una respuesta.
Mis ojos dieron casualmente con los capítulos doce y trece de la primera Carta a los Corintios, y en el primero de ellos leí que no todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores; que la Iglesia consta de diversos miembros, y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano.
Era una respuesta bien clara,
ciertamente, pero no suficiente para satisfacer mis deseos y darme la paz. Continué, pues, leyendo sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. El Apóstol, en efecto, hace notar cómo los mayores dones, sin la caridad, no son nada, y cómo esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Dios de un modo seguro. Con esas palabras, hallé la tranquilidad que buscaba.
Al contemplar el cuerpo místico de la Iglesia,
no me había reconocido a mí misma en ninguno de esos miembros que san Pablo enumera. Yo deseaba más bien verme en todos ellos: apóstol, profeta, doctor... En la caridad descubrí el quicio de mi vocación. Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, y que en este cuerpo no falta el que es el más necesario y noble de todos: entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo de amor.
Entendí que sólo el amor
es el que impulsa a obrar a todos los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los Apóstoles anunciarían el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el AMOR contiene en sí todas las VOCACIONES; que el amor lo es todo; que abarca todos los tiempos y lugares; en una palabra, que el amor es eterno.
Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé:
"¡Oh Jesús, amor mío!, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor.
Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú, Señor, me has señalado.
En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado"
Necesidad de la oración y unión con Dios.
En esta tercera meditación se transcriben unos párrafos del capítulo octavo del Libro de la vida de santa Teresa de Jesús, en los que nos encarece el cultivo de la oración y unión con Dios, advirtiéndonos que ella pasó sus primeros años sin cuidarse demasiado de la fidelidad al Señor, y que luego cambió de conducta gracias a la palanca de la oración. Su ejemplo y palabra serán nuestra luz.
"No sin causa he ponderado tanto
este tiempo de mi vida {en debilidad}, que bien veo no dará a nadie gusto ver cosa tan ruin. Cierto yo querría que me aborreciesen los que esto leyeren al ver un alma tan pertinaz e ingrata con quien tantas mercedes le había hecho...
Por no estar arrimada a esta fuerte columna de la oración,
yo pasé {por} este mar tempestuoso casi veinte años con estas caídas {y levantamientos}. Y con levantarme y mal -pues tornaba a caer- y en vida tan baja de perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y {aún de} los mortales, aunque no los temía, no {me cuidaba} como había de ser, pues no me apartaba de los peligros.
Sé decir que la mía es una de las vidas penosas
que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios, ni traía contento con el mundo. Cuando estaba en los contentos del mundo, al acordarme de lo que debía a Dios era con pena; y cuando estaba con Dios, las aficiones del mundo me desasosegaban. Ello es una guerra tan penosa que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuanto más tantos años.
Con todo, veo claro la gran misericordia que el Señor hizo conmigo
{al concederme que} ya que había de tratar en el mundo, tuviese ánimo para tener oración... Verdad es que, en estos años, hubo muchos meses -y creo alguna vez año- que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración, y hacía hartas diligencias para no le venir a ofender... Mas acuérdaseme poco de estos días buenos, y ansí debían ser pocos, y muchos los ruines. Ratos grandes de oración pocos días se pasaban sin tenerlos, si no era estar muy mala y muy ocupada...
Ansí que, si no fue en ese año que tengo dicho,
en veintiocho años que ha que comencé oración, más de los dieciocho pasé esta batalla y contienda de tratar con Dios y con el mundo. Los demás, que ahora me quedan por decir, mudose la causa de la guerra, aunque no ha sido pequeña; mas con estar, a lo que pienso, en servicio de Dios y con conocimiento de la vanidad que es el mundo, todo ha sido suave...
He contado todo esto, para que se vea la misericordia de Dios
y mi ingratitud; y para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma cuando la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester; y cómo, si en ella persevera, a pesar de los pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que le ponga el demonio, en fin tengo por cierto que la saca el Señor a puerto de salvación, como, a lo que ahora parece, me ha sacado a mí"
Fr. Cándido Ániz Iriarte O.P.