A la luz de una vela
Andrea siente cómo entra a una nueva vida cada noche, a la luz de la vela. En la dulce calma de su habitación, cuando el mundo se ha parado a su alrededor, estando a solas con su Amado, su vida entra en otra dimensión. Y aquello lo siente en lo más profundo de su corazón
Andrea tiene una profunda experiencia de Dios, aunque no es nadie especial. Es como uno cualquiera de nosotros. Le gusta mucho leer los salmos. Éstos le ayudan a dar sentido a su vida. Le ayudan a comunicarse con Dios.
A Andrea le gusta orar todas las noches, sentada en su cama y con las luces apagadas, contemplando la pequeña llama de una vela. En ella ve simbolizado al Espíritu Santo, al Espíritu de Dios ardiendo en el interior de su alma. Cómo desea reunirse a solas con Él. Y acurrucarse a su lado.
«Como busca la cierva corrientes de agua, así te busca mi alma a Ti, Dios mío» (Sal 41,2).
En esos momentos, antes de dormir, antes de pasar al mundo de los sueños, necesita hacer examen de conciencia ante la suave luz de su Amado. Con agradecimiento, recuerda los buenos momentos con sus compañeros de trabajo, la charla en la cola del supermercado, el gusto del helado que ha tomado de postre, y tantas otras cosas que le han sucedido durante la jornada. Sabe, porque así lo siente, que Dios está siempre con a ella.
«Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida» (Sal 22,6).
Pero, sobre todo, recuerda con gran pena los errores, las faltas, los pecados que ha cometido y el dolor que quizás ha provocado. A veces tiene ganas de justificarse, de demostrarse a sí misma que no ha estado tan mal, que cualquiera hubiera hecho lo mismo…, pero, en conciencia, sabe que no ha estado bien, y necesita arrepentirse de todo corazón.
«Mira mis trabajos y mis penas, perdona todos mis pecados» (Sal 24,18).
Andrea va a confesarse regularmente, pero necesitaba pedir perdón todas las noches y sentir el cálido cariño de Dios en su corazón. Eso le deja serena, relajada. Y así, con esa tranquilidad, puede contemplar la vela mientras nota la amorosa presencia de Dios en su interior.
«Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría» (Sal 50,8).
Andrea siente cómo entra a una nueva vida cada noche, a la luz de la vela. En la dulce calma de su habitación, cuando el mundo se ha parado a su alrededor, estando a solas con su Amado, su vida entra en otra dimensión. Y aquello lo siente en lo más profundo de su corazón.
«Señor, yo amo la belleza de tu casa, el lugar donde reside tu gloria» (Sal 25,8)
Qué a gusto está sentada junto a su Amado, sumergida en aquel sosiego. A veces piensa: «El cielo debe de ser algo parecido a esto». El tiempo pasa sin darse cuenta. Es el momento más deseado de todo el día.
«Descansa sólo en Dios, alma mía, porque Él es mi esperanza» (Sal 61, 6).
Y, poco a poco, el sueño le va venciendo, hasta que, con los ojos casi cerrados, apaga la vela, se mete del todo en la cama, y se quedaba totalmente dormida.
«En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque Tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo» (Sal 4,9).
La llama del Espíritu de Dios sigue ardiendo en su corazón.
Fray Julián de Cos O.P.