“Haced esto en memoria mía…” (1 Cor 11, 24)
Meditación para el Jueves y el Viernes Santo
Nos adentramos en los días del año más importantes para los creyentes. Contemplamos, en los textos evangélicos, en las celebraciones, en las esculturas que recorren muchas de nuestras calles, o simplemente en nuestra memoria religiosa, los últimos momentos de la vida de Jesús. ¿Qué es lo que mueve a un ser humano a permanecer fiel hasta la muerte, defendiendo sin vacilar, un proyecto de vida? ¿Por qué acoge con bondad en la cena, y lava los pies como una madre, a los discípulos que sabe le van a dejar solo? ¿Qué le lleva a tomar la cruz sin defensa alguna, a dejarse subir a ella, a morir confiando y perdonando? Son días para salir de lo superficial. No son suficientes la piedad o la tradición que se acercan desde lo ya sabido, lo que forma parte de una cultura y sus costumbres. Ni es posible pasar de largo alegando otras creencias o muchas dudas de fe. La figura de Jesús, desde la entrega y la cruz, se nos impone como un interrogante que al menos necesita ser considerado en nuestra vida. ¿Qué hay detrás de este hombre y de estas circunstancias?
Amor: esa es la respuesta. Así lo ha expresado la Iglesia desde sus inicios, salvando estos momentos de la vida de su Maestro como imprescindibles para entenderlo a Él y comprender su misión. Haciendo de su recuerdo una memoria sagrada que sigue cincelando y dando forma a la vida de los cristianos. “Dios está aquí”, decimos estos días mientras contemplamos a Jesús entregándose por amor en manos de sus discípulos primero, y de los poderes de un mundo injusto después. Amor fue lo que movió al Nazareno durante los años de su vida joven, que culminan en el gesto más potente y escandaloso, profético y provocador…
A nosotros nos cuesta amar. Nunca nos ha resultado fácil. Nos duele y tenemos la sensación de que no acertamos, de que somos amados por debajo de nuestras necesidades, y nos cuesta hacerlo con todas las potencialidades. Deseamos el amor y lo buscamos como lo imprescindible en esta vida. Y tantas veces nos equivocamos al nombrarlo y al vivirlo…
Pero hoy suena a amor auténtico el hecho de que todo un Dios se ponga de rodillas y toque lo más sucio y herido de lo humano, mire a los ojos de personas frágiles y les regale misericordia y bondad. Suena a amor el perdón y la disculpa, la comprensión y el recuerdo agradecido. Porque el amor no se impone, solo se recibe por contagio, casi milagrosamente… Suena a amor el beso traidor acogido y no rechazado, la paz interior que responde a la negación y al dolor físico. Suena a amor cargar la cruz, avanzar con ella, consolar cuando uno está roto y sin fuerzas, sentir que no duelen tanto los golpes cuando uno ha hecho lo que debía. Suena a amor confiar sin límites, mirar más allá de esta vida, buscar la eternidad para regalar a otros…
“Dios está aquí”. Y podremos sentirlo en plenitud cuando seamos capaces de vivir amando de esta manera. Esta es la puerta grande, la forma más auténtica de ser personas y de encontrar a un Dios verdadero, que es más Dios cuanto más amamos y más humanos nos hacemos al amar.
Unas preguntas para la reflexión…
- ¿Qué se despierta en mí en estos días de Pasión? ¿Qué me evocan en el presente? ¿Qué recuerdos me traen de otros momentos de mi vida? ¿He aprendido algo de ellos que pueda recordar como importante? ¿A qué me abren de cara al futuro?
- Los últimos días en la vida de Jesús son el resumen de lo que vivió en su existencia, de lo que intentó anunciar, de sus signos concretos… ¿Qué mensaje me llega de la misión de Jesús de Nazaret? ¿Qué puedo acoger para mí ahora como síntesis de su mensaje?
- Puedo contemplar a Jesús en la última cena con sus discípulos, en el lavatorio… Puedo acoger las sensaciones que ese hecho y sus palabras despiertan en mí, aquello a lo que se me invita concretamente… Lo mismo puedo experimentar con los diferentes momentos de la Pasión: oración en Getsemaní, juicio a Jesús, el maltrato físico y moral de la gente y los soldados, el camino a la cruz, su muerte en ella. O puedo asumir el rol de alguno de los personajes que intervienen en la Pasión.
- Los últimos momentos en la vida de Jesús son una escuela de amor auténtico. Repaso cómo me llevo con el amor, qué experiencias de gozo he vivido con él, qué heridas o carencias me hacen sufrir… Me dejo enseñar por Él, acojo como bálsamo para mi debilidad su entrega generosa, que estimula mis dificultades y retos.
Una imagen para la contemplación…
- Se nos impone un paisaje en la noche. Todo está en su sitio. El silencio se adueña de la escena. Se respira paz, serenidad, calma. La vegetación apenas da una pista del equilibrio aparente de todo lo creado. Las noches de luna llena son así, permiten experimentar, y hasta ver físicamente, que todo es hermoso. El espectador se siente invitado a dejarse llevar por la imagen y su serenidad, a entrar en ella, como si esa fuera la meta definitiva a la que todos aspiramos llegar.
- En el centro, la luz. No es el sol que sale o que se esconde. Es la luna que alumbra tímidamente. Esa que se atreve a burlar el dominio de la oscuridad sobre la noche, anunciando la llegada del día. No brilla por sí misma, solo refleja la luz que a ella se le regala. Pero eso no lo sabe nadie. Hace lo que tiene que hacer: compartir lo que se le da, dejar sus frágiles rayos en la noche de primavera; por si acaso, a alguien o en algún lugar, su luz sencilla resultase necesaria. “De noche iremos, de noche…”.
- Y en la imagen, empequeñecido, una persona. Como si estuviera acorralada tras las vallas de lo humano, o de sus problemas, quizá de su oscuridad más profunda… Su presencia no estropea la escena. ¿Admira la luz? ¿Respira la paz y se empapa de ella? ¿O llora su amargura, grita a la noche pidiendo luz, lamentándose de su angustia? Solo podemos acercarnos con respeto y sin juicio… Si es Jesús en su Getsemaní, nos deja su confianza tras las lágrimas de angustia… Y si es el ser humano, cualquier hermano nuestro, nos pide solidaridad y compañía… Puedo repasar rostros cercanos en esa situación, y experimentar empatía y compasión. O puedo ser yo mismo, en tantas noches sin luz que he conocido. Las revivo, las contemplo, las dejo sin juzgar… Quizás Dios, todo un Dios, está escondido detrás de la escena acogiendo y solidarizándose con todo lo humano. También en silencio, porque así se le entiende mejor…
- Los grandes árboles hacen de puente entre la tierra y el lugar de lo eterno. Elevan la soledad de lo humano y la extienden hacia lo alto, como si fueran altavoces potentes. Hasta arriba llegan los gritos de dolor o de gozo que no se pronuncian. Y allí se pierden… O no. Porque quizás Alguien lo acoge todo, lo deja entrar en su Corazón, para que encuentre sentido y descanso. Y ese Alguien también transmite su palabra que llega, consoladora, para dar sentido, para acallar y equilibrar lo humano. Contemplar la imagen es recrear una noche larga de silencio que apunta a un amanecer que está a punto de llegar…
Fray Javier Garzón O.P.