“Yo estaré contigo en todas tus empresas… “ (2 Sam 7, 9)

Etiquetas: Adviento
“Yo estaré contigo en todas tus empresas… “ (2 Sam 7, 9)

Meditación para el IV domingo de Adviento


  ¿Cómo nos situamos ante el futuro? Al margen de culturas, momentos históricos o etapas de la vida, el futuro supone habitualmente para el ser humano un desafío, que este puede acoger de maneras muy diversas. En general lo que está por venir nos suele preocupar. Existe en el futuro una mezcla de control y diseño personal, con bastante de incertidumbre e inquietud. En todo caso, lo que está por venir siempre nos descoloca, por más que haya sido planeado o deseado. Como si esa parte de nuestra vida, sin pertenecernos nunca del todo, nos llenase la realidad de sorpresas. Miedo, desconcierto, castillos construidos en el aire que se vienen abajo, frustraciones, esperanzas inocentes… ¿Cómo convertir el futuro en una realidad que motive nuestro presente? ¿De qué manera conquistarlo para que no se desvanezca?

  Funciona compartirlo con otros. Cuando los proyectos se sueñan juntos, parece que en ellos hay mayores seguridades. Quizás porque son más las posibilidades de llevarlos a cabo. Construir el futuro en amistad o comunidad, al lado de otros, nos quita también esa lógica inquietud que va frenando su realización. No son ideas bonitas, sino realidades que se nos van acercando en el tiempo, porque primero estuvieron en nuestra mente y corazón.

  Al gran rey David, que sabía de triunfos y también de desventuras y fracasos, le sorprendió el futuro enredado en promesas. Él prometió una casa y a él se le prometió una descendencia. La palabra que se da (o se recibe) como promesa tiene capacidad de atar nuestra relación con el futuro y nos lleva a él. Ofrecemos para recibir; por eso se nos dará lo que primero ayudemos a germinar en lo pequeño, y que, misteriosamente, nos va llegando a través de los compromisos y palabras que nos permiten adelantarlo y hacerlo real.

  La promesa ordena el futuro. Evita que se convierta en caos, y va vinculando a él nuestro presente. Así somos capaces de percibir que esos planes ya tienen vida propia, y pertenecen al Dios de la Vida. Él ya se ha comprometido con nosotros, y nos convierte en “su futuro”, en parte de “su voluntad”. Nuestras promesas, las de muchos otros, se esconden en un corazón que guarda con amor lo que con amor hemos ido gestando y entregando. Esos planes que envuelven el mundo para hacerlo mejor.

  “Alégrate”, se nos dice desde el futuro. “No temas, has encontrado gracia”. “Concebirás, darás vida”… La fe parte de la certeza de que Dios va llenando así nuestro presente, que lo abre a una realidad superior, mejor, a una experiencia de crecimiento y de confianza. Por eso se precisa una capacidad para reconocer y agradecer la presencia y el cuidado de Dios que nos llega por montones de medios.

  “Aquí estoy”, le respondemos nosotros. La mayoría de las veces entre oscuridades y dudas. Pero con la certeza del pescador que lanza su red a lo lejos sabiendo que, tarde o temprano, la recogerá repleta. El “hágase” que pronuncia nuestro corazón, igual que desbordó el de María, supera la realidad inmediata y ofrece lo que aún no tiene y está por venir, con la confianza de sentirse en buenas manos y de pronunciar una palabra que construye.

  “Nada hay imposible para Dios”, nos garantizan los testigos a través de sus vidas luminosas. No suena a hueco o a artificial. No es un cuento de hadas ni una palabra romántica. Cuando alguien se fía del Dios que llama pone su ser entero en juego y le deja trabajar sobre lo imposible para hacerlo real. No, en Él lo irrealizable no tiene cabida. Cualquier cosa, atada a Dios con palabra, se convierte en probable. El futuro, puesto en sus manos, llega a ser un espacio de relación y confianza.

Para la reflexión personal

  ¿Cómo es mi relación con el futuro? ¿Qué percepción tengo, en general, de lo que está por llegar? ¿Lo miro con incertidumbre, miedo o recelo? ¿Soy capaz de abrirme a ello desde la confianza?

  ¿Me comprometo a soñar un futuro mejor junto a otros? ¿Con quienes comparto esos sueños? ¿En qué grupos humanos estoy comprometido para construir un futuro mejor?

  ¿Cómo es mi relación con las promesas? ¿Soy de los que lo viven en serio y cumplen? ¿Qué valor le doy a mi palabra cuando la pongo en juego? ¿Cómo valoro las palabras, promesas o gestos de confianza que otros me hacen?

  “Sí, aquí estoy”… ¿Cómo traduzco en lo cotidiano este gesto de confianza en Dios? ¿Forma parte de mi “melodía vital”?

  “Nada hay imposible para Dios”. ¿Cómo resuena en mí cuando lo pronuncio ante lo que me da miedo o me produce inquietud?

Oración

“Para Dios nada hay imposible” (Lc 1, 37)

Lo repito continuamente en mis labios…

Pero a mi cabeza le cuesta asumirlo.

¿Y si al final todo se desvanece y me quedo solo?

¿Y si todo tuviese que depender de mí, como siempre ha sido?

¿Y si los testigos se guardasen una carta en la manga?

Estás en mi inteligencia, pero la desbordas.

Más allá de los márgenes de lo posible acojo tu promesa

como si todo mi ser se hiciese violencia para seguirte.

Desde la otra orilla me lanzo a un vacío repleto de amor.

Como la noche oscura da lugar al alba

así siento que mis miedos se dispersan cuando me llamas,

cuando tu promesa se convierte en realidad

y me abre a un camino nuevo.

Fr. Javier Garzón, O.P.