“Quítate las sandalias de los pies…”
Meditación para el tercer domingo de Cuaresma 2019
“Quítate las sandalias de los pies…” (Ex 3, 5)
No vivimos solos. Somos parte de un proyecto humano que nos rodea. Estaba antes de que viniéramos nosotros, y aquí va a continuar. Aunque con frecuencia percibimos que, en sus distintos ámbitos, esa realidad no es como nos gustaría y la juzgamos o intervenimos en ella negativamente. Nos pasa en las relaciones más cercanas a nuestra vida personal y en aquellos otros espacios más amplios. Es fácil que nos veamos mirando con prepotencia, desprecio y pesimismo el mundo en el que habitamos.
Tenemos que reconocer que nos puede lo negativo, y que las lecturas que hacemos de lo que sucede suelen ser muy parciales y, con frecuencia, equivocadas o llenas de prejuicios. Afortunadamente la realidad está por encima de la mirada que intenta percibirla y reducirla. No es raro, y así ha sucedido en la Historia, que intentemos justificar algunas percepciones desde la experiencia religiosa, como si pretendiésemos hacer mirar a Dios por nuestros ojos humanos y que juzgue según nuestros criterios. Creemos tener la verdad y la última palabra, valorando o juzgando cuanto sucede. Dogmatizamos nuestras lecturas parciales o equivocadas creyendo que son las únicas, y afeamos así el rostro de Dios de una manera fría y superficial.
En este momento de la Cuaresma revisamos la experiencia de encuentro entre Moisés y Dios. Es éste el que toma la iniciativa y decide dejarse conocer. No por mera curiosidad sino con un fin concreto: devolver la dignidad a sus criaturas. Es un Dios que “ve”, “oye” y “se fija”; que decide “bajar” para “liberar”, “sacar” y “conducir”. Que expresa en su nombre el deseo de estar siempre actuando. El Dios del Horeb está profundamente implicado con la realidad humana, toma partido en ella y no se hace indiferente. Por eso se convierte en requisito indispensable acercarse a Él a pie descalzo, libre de prejuicios o críticas: Él ha pisado nuestra tierra en todos sus rincones, y esto merece despertar en nosotros una actitud de gratitud y adoración. Tal vez debamos desprendernos de juicios y actitudes que impiden una mirada clara y profunda.
¿Y si asumiésemos la vida como una aventura que nos supera? No tenemos respuesta para todo, ni las grandes experiencias caben en nuestra visión reducida y estricta. Somos parciales, limitados, y no todo se responde con justificaciones y prejuicios humanos. Abrirnos a la novedad, la admiración, el riesgo y la confianza son una manera de afrontar el futuro con la certeza de que pertenece a Dios.
¿Y si comprendiésemos que el sello de lo humano, el que hemos recibido de Dios por ser sus hijos, es la fragilidad? No tendríamos que buscar escondites o excusas, ni disfraces que lo oculten… La higuera no siempre da fruto cuando se desea: necesita cuidados y seguir confiando en sus posibilidades, aunque esto parezca imposible. Cuando tenemos el hacha preparada para cortarla, una mirada que rescata la común debilidad de todos los seres, abre a nuevas oportunidades.
¿Y si reconociésemos que el amor es la fuerza que despierta las posibilidades ocultas que hay en cada ser humano? El fuego que siempre permanece humeante, la experiencia fundamental que nos hace ser auténticos y que nos abre siempre a nuevas realidades, al margen de juicios o planes cerrados.
¿Y si hiciésemos del tiempo, ese que apenas tenemos y nos ahoga, un aliado? Somos proceso, y nada es definitivo ni está cerrado. Esperar, dejar llegar con paciencia, confiar en lo que puede nacer en cada persona… Escribir lo humano requiere tiempo. Ojalá lo hagamos con trazos de luz y de esperanza, con una mirada nueva sobre las personas y las realidades que nos rodean.
Unas preguntas para la reflexión….
- ¿Cómo observo y me sitúo ante la realidad que me rodea? Personas, ámbitos en los que me muevo, el presente y el futuro, la Iglesia… ¿Miro con la bondad de Dios o juzgo según mis criterios?
- ¿Soy de los que dogmatizo mi visión, de los que creo tener siempre la verdad?
- ¿Seré de los que hago una lectura demasiado providencialista de la Historia, ajustando el papel de Dios a mis criterios o haciéndolo demasiado superficial?
- ¿Necesito convertirme en este tiempo a un Dios que es más que una idea ya sabida? Un Dios que sigue actuando en la realidad en la que vivo, que ve, oye, baja, libera… Que está empeñado en ser nuestro compañero de camino…
- ¿Ante qué experiencias me descalzo interiormente? ¿Qué me ayuda a palpar la realidad del Misterio desde la adoración y el silencio? ¿De qué actitudes debería despojarme?
- ¿Cómo integro en mi vida la fragilidad propia y ajena? ¿Cómo asumo que el amor abre en cada criatura nuevas y mayores posibilidades? ¿Cómo puedo organizar mi tiempo para que no pase, sea de calidad y se convierta en escenario de vida y crecimiento?
Una imagen para la contemplación…
- En el centro de la imagen se levanta un árbol viejo. Tiene la solera de los años: una altura espectacular, que sugiere unas raíces profundas y nutridas del pequeño lago que se sitúa al lado. Solitario, único. Se convierte en el centro de un paisaje hecho para él… Las ramas superiores se van muriendo. Tuvo un maravilloso pasado, pero ahora empieza a verse frágil y vulnerable… Como tantas personas y empresas, como yo mismo…
- Parece solo, aislado… pero no es así. En la lejanía se une a otros árboles dispersos por el campo que quizás en otro momento fue bosque. Todos ocupan su sitio. Cercanos, pero sin invadirse. Se respetan en el espacio y en él crecen. No parecen dar frutos: simplemente están. Colaboran a crear una armonía que ya de por sí es belleza.
- Une lo diverso: el cielo (la realidad del Misterio y lo eterno) con la tierra (frágil, humilde, efímera). Su copa envejecida sirve de flecha que apunta y señala a lo que nunca se acaba. Esa parece su misión, evocar lo que desborda. Aunque quizás pocos reciban el mensaje… Y además su ramaje ha servido de refugio a animales que han gozado de su sombra, como ahora hace el pastor. Su creciente vulnerabilidad no hace ruido ni bloquea su misión de siempre. Es instrumento de asombro, de belleza y comunicación.
- No da frutos. Nunca los dio ni los dará. Su misión es improductiva, cerca del pueblo y de los hombres que cultivan los campos. Nadie nunca pensó en talarlo. No es de nadie: creció, tal vez, silvestre a la orilla del agua…
- Las montañas protegen el valle del mal tiempo. Y sirven ahora de punto de comparación: el árbol es más grande que ellas. Juega con los colores de un amanecer (o atardecer que cierra etapas) que se descubre en un cielo que no acaba, inabarcable, eterno. Se extiende en lo alto, pero deja su huella (sacramento) en los estanques del suelo… Como si las raíces del árbol no estuvieran del todo abajo sino también arriba…
- Alrededor, los humos señalan fuegos, hogares, humanidad y calor, vida y trabajo. Es el espacio de lo útil y perdurable, de lo práctico y vital para el ser humano. También se nos oculta, junto con las prisas y el bullir de las gentes. Justo la antítesis de un árbol que no tiene valor y que en algún momento arderá en esas hogueras…
- “Cuando se manifiesten los hijos de Dios, también la creación podrá “celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.” (mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2019)
Fray Javier Garzón O.P.