“Yo soy el Señor…” (Ex 20,1)
Meditación III Domingo de Cuaresma
En este proceso de revisión de la propia vida y de todo lo que alrededor de ella se mueve, este tercer domingo de Cuaresma somos invitados a analizar nuestra experiencia religiosa. Con frecuencia nos preguntamos sobre nosotros mismos y el mundo interior que nos habita. Se nos cuestiona también acerca de nuestras relaciones y pertenencias, de aquellos con quienes caminamos y que también nos definen. Muchas veces nuestras preocupaciones giran alrededor de estos espacios, a veces casi exclusivamente. La experiencia de apertura a Dios, a la trascendencia, nos permite mirar más lejos, nos impulsa a crecer en una dimensión aún mayor, complementa y da horizonte y sentido a lo más pequeño y rutinario de la propia vida.
“Yo soy el Señor”, escuchamos. La mirada a la trascendencia, lejos de ser un intento de evasión inmaduro de la realidad que nos envuelve, se transforma en punta de lanza, en acicate para crecer desde lo más hondo, profundo y verdadero de la condición humana. La persona no limita su existencia a lo meramente material, mundano o racional. No se queda en los bordes más frágiles de esta tierra que la condicionan y rodean. Esa voz interior, afinada en la tradición religiosa que hemos recibido a través de una educación y en un contexto histórico y cultural determinados, se convierte en motor que nos orienta desde dentro y nos marca en lo profundo.
“Yo soy el Señor”, se nos dice. Más que una creación cultural de otro tiempo, la voz de Dios se nos impone desde dentro. Quizás en un sustrato fundamental que a veces no estamos en condiciones de definir del todo, o tal vez en una serie de costumbres, normas morales o ritos que tenemos perfectamente asumidos. Dios, ante todo, es más hondo, más profundo, más vital. Perfectamente consustancial con todo lo humano.
Y esa experiencia religiosa se mueve entre dos desafíos: el de darle cuerpo y mantenerla viva, alentarla para que empape lo más cotidiano, lejos del miedo o la timidez, la racionalidad o la ideología. Y el otro, el del dogmatismo suicida que se salta la experiencia y la sustituye por la norma, el código o el falso cumplimiento. Ciertamente, todo lo de Dios se nos da por medio de lo humano, y viene envuelto en sus limitaciones, que, en lugar de empobrecerlo, se convierten en desafío para avivar la búsqueda.
Por eso, porque la relación con Dios es experiencia, experiencia vital, profunda, exige del creyente una continua revisión, una purificación. El encuentro con Dios toca la vida y se vive en el amor. Se convierte en relación, gestionada en los espacios de la fe, la confianza, la fidelidad. La Cuaresma nos invita a ahondar, a tomar como relativas las mediaciones y a reforzar lo absoluto, que es el trato con el Dios que nos habita.
Jesús, expulsando del lugar donde Dios habita –según la tradición judía-, los animales que han sustituido el culto auténtico y verdadero, nos empuja a nosotros, cristianos del siglo XXI, a cuestionar nuestra vivencia religiosa. A dejar la superficialidad o la rutina con la que tantas veces lidiamos, o el dogmatismo que achica la mirada sobre la realidad. Como el artista de la guitarra afina cada cuerda para que dé su mejor sonido, así somos urgidos a dejar que la vida de Dios vibre en nosotros, para que nuestra entera existencia embellezca este mundo desde lo mejor que nos habita, en la seguridad de que somos todo un Dios ha puesto su morada en ese hueco, en el espacio de silencio y soledad con el que a diario convivimos.
Para la reflexión personal
La Cuaresma nos empuja a revisar nuestra relación con Dios… ¿Qué significa Él en mi vida, en este momento concreto? ¿Qué papel le doy en todo lo que vivo? Puedo agradecerle sin temor el hecho, tan humano, de que Él habite en mí…
¿No necesitará mi experiencia religiosa, mi relación con Dios, algún empuje? ¿Qué me frena? El miedo a vivir la fe y expresarla en contextos adversos, mi propia falta de conciencia ante Él, alguna herida personal, la dificultad para profundizar…
O puede ser que me haga consciente de que mi relación con Dios tiene mucho de estructura, pero poco de experiencia. Si es así, ¿por qué lo he sustituido? Tal vez por normas morales excesivamente interiorizadas (y a veces culpabilizadoras), por preceptos venidos de una educación rígida, por alguna ideología más o menos escondida…
Jesús nos invita, a veces, a “destruir” aquello que dificulta el encuentro personal. La experiencia religiosa es un proceso de continua construcción, que nos obliga a cuestionarnos, a destruir para dejar que Él construya… Dialoga con Jesús y pídele que te dé luz para reorientar y definir mejor en este tiempo tu relación con Él.
Oración
“Él sabía lo que hay dentro de cada hombre…” (Jn 2, 25)
Quizás sea por eso que me quieres tanto.
Tú me miras de manera diferente.
Yo sólo alcanzo a observar mis grietas y fracturas,
las heridas y moratones que encierra mi alma y toda su experiencia.
Y me parece que después de eso ya no hay más,
que sólo soy el dolor que voy acumulando,
los tropiezos que me resisto a mandar a la basura,
y que alcanzo a esconder, a veces de mí mismo.
Más hondo, más profundo,
en ese recodo de mi ser que aún no puedo descubrir,
en lo secreto tú me habitas.
Allí vives, en toda tu gloria y tu belleza.
Y me dices, aunque me cueste creerlo,
que yo soy una parte de ti, que sólo me realizo en ti,
que en ti todo lo puedo.
Fr. Javier Garzón, O.P.