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Una monja en su lecho de muerte recuerda un momento de su juventud en que vivió una experiencia de fe que la reafirmó en su vocación y por la que se entregó completamente al Señor
«La amada: ¡Desfallezco de amor! Ponme la mano izquierda sobre la cabeza y abrázame con la derecha. El Amado: ¡Muchachas de Jerusalén, por la ciervas y gacelas de los campos, os conjuro, que no vayáis a molestar, que no despertéis al amor, hasta que él quiera!» (Can 2,6-7)
Dijo Jesús: «Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» (Lc 14,13-14).