Cuando uno está en compañía de su Madre, disfruta de ese momento con toda su persona, con todo su ser. Ponemos en ella nuestros sentidos, nuestra mente y nuestro corazón.
Eso pasa precisamente cuando rezamos el Rosario: toda nuestra persona ora junto a María.
Corazón
Lo más importante en la oración, obviamente, es el amor. Es él quien nos lleva más cerca de Dios. Con el amor podemos alcanzar la «unión con Dios», una relación tan intima que nos hace decir, como san Pablo: «No vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).
El corazón es muy importante en María. Todos los recuerdos de su Hijo los guarda en él cuidadosamente (cf. Lc 2,51). ¡Cuánto ama a su Hijo…! Cuando Jesús dejó su casa para predicar el Reino, se llevó con Él el amor de su Madre.
Al rezar el Rosario, hemos de sintonizar afectivamente con María, pues ella nos ama de todo corazón. Y nuestro corazón ha de latir acompasadamente con el suyo. Hemos de coger su paso. Así, el corazón de María nos encamina al corazón de Cristo.
El «Dios te salve, María…» ha de salir de lo más profundo de nuestro ser.
Mente
El Rosario nos ofrece un tiempo meditativo. Para reflexionar. Para pensar.
Podemos reflexionar sobre lo que decimos en cada Ave María o Padrenuestro. Pero sobre todo es un tiempo para meditar los misterios de la vida de Jesús. Y María nos ayuda a ello. No es lo mismo verlos con nuestros ojos, que contemplarlos con los ojos de una Madre. ¡Cuánto se aprende cuando ella nos ayuda a comprender!
Y reflexionando sobre cada misterio, podemos interiorizar lo que en ese momento concreto nos dice Jesús.
A veces, ciertamente, sentimos que Jesús no nos dice nada concreto. Entonces, simplemente, gocemos en silencio de su presencia en nuestro corazón, sin forzar nada. El fin del Rosario no es aprender, sino estar con Jesús y su Madre.
Sentidos
El Rosario es una de las pocas oraciones que «se tocan»: rezamos pasando cuidadosamente las cuentas.
El contacto con el rosario es tremendamente afectivo. Los misioneros, cuando se hallaban en peligro, se agarraban al rosario como el niño se agarra a la mano de su Madre. Y así se sentían protegidos y acompañados.
Recordemos cómo la «hemorroisa» queda curada con solo tocar a Jesús (cf. Mc 5,21-34). Con el tacto también se ora. Pasando las cuentas del rosario, nuestro cuerpo participa activamente en la oración.
Y no olvidemos que besamos el Crucifijo al acabar de rezar el Rosario. El beso es, quizás, el gesto de amor más tierno.
Cuando rezamos el Rosario comunitariamente o en familia, también lo oímos. ¡Qué importante es saber rezar el Rosario a buen ritmo! La cantinela con la que las personas mayores lo rezan en las iglesias, les ayuda a hacerlo con un solo corazón y una sola alma.
Y el Rosario se ve. A algunos les gusta rezarlo arrodillados o sentados, mientras lo contemplan entre sus manos.
Conclusión
El Rosario es una oración válida para cualquier tipo de persona. Si es muy reflexiva: le ofrece mucho en lo que pensar. Si es más bien afectiva: María y su Hijo son todo corazón. Y si, como la «hemorroísa», le gusta emplear sus sentidos: el Rosario se toca, se oye y se ve.
Pero lo importante no es cómo se reza, sino rezarlo, y caminar así junto a nuestra Madre por el camino de la salvación.
Fr. Julián de Cos, o.p.