Nace un niño, Rey del nuevo Reino de amor
Isaías, gran profeta del Señor, soñó venturosamente que en el horizonte oscuro de la historia de salvación la tierra se iluminaría un día con el nacimiento de un niño prodigioso
que en su debilidad sería fuerte,
en su prudencia prematura no apagaría el pabilo vacilante,
en su generosidad no tendría límites,
y en su entrega no se reservaría nada .... Lo soñó, lo soñó..., mas no lo vio
Quienes lo vieron fueron María y José, padres afortunados a los que Isaías no identificó en su sueño mesiánico. ¿Cómo podía adivinar su corte de sencillez, ternura, pobreza..., y su andar de peregrinos por Palestina, acompañados de su borriquillo, y su ascensión al monte en busca de madera que labrar en el taller de carpinteros, y en la súplica angustiosa de una habituación limpia y recogida para dar a luz ... ?
Quiero pensar que Isaías, profeta y periodista que trazó en lontananza el mejor boceto de lo que sería el Mesías de Dios, fue avisado por un ángel para que acudiera a Belén en la noche santa, en la noche en que María iba a dar a luz. ¿No sería él quien tenía que comprobar su vaticinio tomando en sus manos al Retoño de Israel que traería paz, justicia, amor...?
Pudo ser así. Pero ahora enmudece. Él, que habló mucho del Niño, como profeta que era, ahora enmudece, como testigo deslumbrado por la verdad maravillosa que contempla
En cambio María y José, llenos de dulzura y solicitud, cuando ven el cuerpecito del hijo que sonríe y llora, se ven asaltados por la urgencia de programar el trabajo para que el pan no le falte, y de adiestrarse en el ejercicio de padres para que al amor se sumen las habilidades puestas en pie de servicio de lo que más aman ...
Sí, sí. En esas meditaciones andarían María y José, sin percatarse de presencias simbólicas, como la de Isaías. Ellos tenían bastante con al Padre de cielo y tierra, al señor de las lluvias y rocíos, al dador de la vida en judíos y gentiles...; y se pondrían totalmente en su manos: conformes con sus designios, abiertos a la fatiga de cada día, fieles en la oscuridad de la fe, seguros de su providencia, firmes en el proyecto de perseverancia.
Y entonces sería cuando, agitados todos los elementos por el Espíritu del bien, el Espíritu del Padre, irrumpirían ángeles, pastores y almas buenas cantando el ¡Gloria, Gloria, Gloria...!, ante un niño desvalido a quien sólo la fe y confianza en Dios nos dicen: acoge, ama y adora.
¡Digamos con María: gloria, gloria, gloria ...!