Convencido san Pío V de que la victoria de Lepanto se debía a la protección de la Virgen María, para agradecer tan gran beneficio y perpetuar su recuerdo, estableció que todos los años, el domingo primero de octubre, aniversario de aquella gloriosa jornada, se celebrase la fiesta de la Virgen de las Victorias. Algunos años después, esta festividad fue consagrada por el Papa Gregorio XIII a Nuestra Señora del Rosario.
Inicialmente sólo podía celebrarse en las iglesias de los frailes predicadores en las que estuviera establecida la cofradía con altar propio. Más tarde, el año 1716, después de las victorias cristianas sobre el poder musulmán cerca de Tameswar el 5 de agosto, y cerca de la isla de Corfú, el 22 del mismo mes, atribuidas a la protección de María por el rezo del rosario, el Papa Clemente XI hizo extensiva la solemnidad del Santísimo Rosario a la Iglesia universal.