Exhortación Apostólica Recurrens Mensis October
de Su Santidad Pablo VI
Si cada uno, “en la medida de sus fuerzas y posibilidades”, tiene el deber de trabajar intensamente a favor de la justicia y de la paz del mundo, todo cristiano pondrá el máximo interés en pedir a María que rece con nosotros y para nosotros, a fin de que nos sea concedida esta paz que el Señor solamente puede darnos. Así, pues, meditando los misterio del santo Rosario, aprenderemos, siguiendo el ejemplo de María, a convertirnos en almas de paz, por mediación del contacto amoroso e incesante con Jesús y con los misterio de su vida redentora.
Recen todos los hijos de la Santa Iglesia:
Los niños y los jóvenes, cuyo porvenir está en juego, en la transformación que agita al mundo. Que los padres y educadores, y todos los sacerdotes pongan el máximo interés para hacer de ellos almas de oración.
Los enfermos y los ancianos, los cuales a veces se dejan dominar por el abatimiento en su aparente inutilidad. Que ellos descubran nuevamente la fuerza poderosa de la oración, y que llegarán a ser amantes, que pacíficamente beben de la fuente de la paz.
Los adultos, los cuales se fatigan a lo largo de todo el día. Sus esfuerzos conseguirán frutos mayores, si proceden de una vida de oración. Haciéndose devotos asiduos de María, ellos conocerán y amarán mejor a Jesús. Muchos de nuestros padres en la fe han la experiencia vivificadora.
Las almas consagradas, cuya vida, siguiendo el ejemplo de María, debería estar siempre lo más estrechamente posible unida a la de Cristo, como una irradiación de su mensaje de amor y de paz.
Los obispos y los sacerdotes, sus colaboradores. Ellos tienen la misión particular de “orar en nombre de la Iglesia por todo el pueblo a ellos confiado y también por el mundo entero”. ¿Cómo no deberán ellos juntar en el íntimo secreto de su corazón la súplica de María?
En este deseo ardiente de paz. Que es “fruto del Espíritu”, todos nosotros, como los apóstoles en el Cenáculo, estaremos unidos “en la oración con María, Madre de Jesús”.
Rezaremos por todos aquellos que realizan obras de paz en el mundo, desde la más humilde aldea hasta los más altos organismos internacionales. Además de a nuestro estímulo y nuestra gratitud, ellos tienen también derecho a nuestra oración. “Cuán hermosos son sobre los montes los pies del mensajero de buenas noticias, que anuncia la paz, que trae la felicidad, que anuncia la salvación”.
Rezaremos a fin de que surjan en todas partes las vocaciones de los artífices de la paz, de los operarios de la concordia y de la reconciliación entre los hombres y entre los pueblos. Rezaremos a fin de que de todos los corazones, comenzando por los nuestros, sean extirpados sectarismos y racismos, odios y maldades, que son la fuente siempre renaciente de las guerras y de las divisiones. Porque si el mal es poderoso, la gracia lo es mucho más.
Rezaremos a Aquel que ha muerto por nuestros pecados, para que “reúna en la unidad a los hijos dispersos de Dios”. Rezaremos a fin de que se instaure entre todos los hijos de la Iglesia un clima de respeto recíproco y confiado, de diálogo y de mutua benevolencia. Rezaremos a fin de que, reconociéndose distintos, todos se consideren complementarios los unos de los otros, en la verdad y en la caridad de Cristo, según la exhortación del gran apóstol Pablo: “En cuanto dependa de vosotros, vivid en paz con todos los hombres… No nos juzguemos, pues, superiores los unos a los otros… El Reino de Dios es… justicia, paz, alegría en el Espíritu Santo. Miremos, pues, a aquello que promueve la paz y la edificación recíproca”.
Nos mismo, venerables hermanos y queridos hijos, no cesaremos de trabajar y de rezar por la paz, porque somos el Vicario de “Aquel que es nuestra paz, en su persona ha matado el odio y ha venido a proclamar la paz”. Con el apóstol Pablo, bajo cuyo nombre hemos querido esconder nuestra pequeñez, Nos “os exhortamos a llevar una vida digna de la vocación de la vocación que habéis recibido: con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, soportándoos caritativamente los unos a los otros, tratando de conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz”.
Que la meditación frecuente de los misterios de nuestra salvación haga de vosotros los artífices de la paz, conforme a la imagen de Cristo, y al ejemplo de María. Que el Rosario, en su forma establecida por San Pío V –como en las más recientes que, con el consentimiento de la autoridad legítima, lo adaptan a las necesidades actuales-, sea verdaderamente, según el deseo de nuestro amado predecesor Juan XXIII, “una gran plegaria pública y universal, frente a las necesidades ordinarias y extraordinarias de la Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero”, este Rosario que es “como un compendio del Evangelio”, es “ya una devoción de la Iglesia”.