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Cuento: La vieja vasija de Ching-Chong

11 de diciembre de 2023

Cuento: La vieja vasija de Ching-Chong

El cuento "La vieja vasija de Ching-Chong" narra la historia de un campesino chino que, al utilizar una vasija rota para transportar agua, descubre que las flores crecen en el camino donde el agua se derrama. Este relato enseña que nuestras imperfecciones pueden dar lugar a resultados hermosos y valiosos.

Cuento infantil: La vieja vasija de Ching-Chong

Hola amigos!

Ya sabéis que antiguamente hablaban los animales y lo hacían incluso con más educación que muchos humanos que cuando hablan eructan animalidades. Incluso dicen, que hablaban hasta los seres inanimados, cosa que aún hoy hacen con lenguaje mudo, pero muy expresivo. Y así por ejemplo, cuando la creación entera, - desde una hierbecilla hasta la Vía Láctea-, nos habla claramente y a gritos de la sabiduría y grandeza del Creador. Pero vayamos a la historia de la vieja vasija de Ching Chong.

Ching Chong era chino, como se ve por su nombre.

Nació en una pobre choza, en una árida explanada de las que deja en sus enormes crecidas el río Amarillo; nació en una de las 23 extensas provincias, -llamada Henan- de ese inmenso país (el 3º mayor del mundo), con sus 9.600.000 Kms2 que es China.

Muertos sus ancianos padres, a los que cuidó con el respeto y amor que allí se estila, recogió sus escasas pertenencias y emigró en busca de tierras mejores. Y río abajo, vino a parar a un altozano en una de sus orillas, surgido de esas asoladoras crecidas que arrastran cada año millones de toneladas de lodos y que dan al río esa tonalidad color adobe de donde le viene el nombre de Amarillo.

Dicho altozano, estaba cubierto de malezas y bambúes y allí, tras desbrozar una parcela, levantó una chocita de cañas y barro y en torno a ella, labró unos canteros de verduras y un minúsculo arrozal.

Ching Chong, laborioso como todos los chinos, pasaba los días subiendo el agua del próximo río para regarlos, labor harto trabajosa pero efectiva y fecunda. Y hasta un lateral del sendero que conducía del río a su choza, floreció con un reguero de rosas y claveles alternando con lozanas coles y gruesos nabos. Ching Chong era feliz con su minúscula granja en la que también picoteaban algunas ponedoras gallinas, que cantaban su puesta con alegres cacareos.

¿Quién no ha visto alguna vez fotografías de esas típicas aguaderas chinas, en forma de balanza que apoyan el eje de la misma en la cerviz del chinito, y en sus dos platillos descansan sendas vasijas en las que transportan el agua?

Pues bien, un buen día, una de esas vasijas, ya vieja y rajada habló a Ching Chong (porque antiguamente hablaban también los animales y las cosas) y le dijo con tono humilde:

- “Amo Ching Chong, ya soy vieja y desgastada. Durante muchos años serví a tus padres con fidelidad y eficacia, pues jamás perdí una gota del agua con que me llenaban. Pero las arrugas que produce la edad han hecho que tenga en mi piel algunas rajas por las que pierda el agua con que me llenas en el río, llegando a lo alto de tu choza menos que mediada. Por ello, aunque mi deseo sería servirte con la misma eficacia con que serví a tus padres, no quiero cargar inútilmente tus espaldas y acepto que me arrojes a un barranco y me reemplaces por otra vasija más joven y más útil”.

Ching Chong quedó boquiabierto por la sorpresa. Y acariciándola con cariño le dio razón y explicación de sus sentimientos.

- “¿Cómo se te ocurre, - le dijo, - tamaño disparate? ¿No comprendes mi amor hacia ti que tantos años serviste tan útilmente a mis padres? ¿Es que no ves el valor que aún tienes y lo útil que me eres?

Fíjate: siempre te llevo en el platillo derecho de mis aguaderas, por lo que siempre vas perdiendo el agua por el lateral derecho del sendero por el que subo. Y, ¿no te has dado cuenta de las coles lozanas, los ricos nabos, las flores y las rosas que alegran la subida? Pues es gracias al agua que vas perdiendo y que los riega y da vida, por lo que tu utilidad y buen servicio son mayores de lo que imaginas.

¿Es que no has visto en mi familia el amor y veneración que siempre se tuvo a los ancianos, quienes a pesar de sus arrugas y fisuras físicas y aún psíquicas regaron con su experiencia, sabiduría y amor la infancia de los niños, atemperaron la pasión impulsiva de los adolescentes y advirtieron y orientaron las responsabilidades de los padres? Y porque tuvieran arrugas, fisuras y limitaciones ¿se les habría de tirar a un barranco como a cacharros inútiles? Hacerlo, además de poco inteligente habría sido inhumano, e ingrato con aquellos que nos dieron el ser y nos formaron como personas de bien con tanta paciencia y sacrificios, con tanta sabiduría y amor”.

Y según dice la historia, la vieja vasija quedó sosegada y feliz con las sensatas palabras de Ching Chong y siguió prestándole muy útil servicio hasta que un día, por desgaste natural, se descompuso y volvió al barro del que había sido hecha.

Al recordar la sabia actitud de Ching Chong, yo ahora me pregunto: ¿No estamos muy lejos de la multisecular sabiduría china, cuando “aparcamos” a nuestros ancianos en barrancos de soledad y abandono, aunque los llamemos eufemísticamente “residencias”? No sé por qué se me antoja relacionar la etimología de RESIDencia con RESIDuos.

¡Qué inhumanidad la nuestra!

Hasta la próxima peques.