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Cuento: San Jairo, "Zapatero Remendón"

10 de diciembre de 2023
Etiquetas: Infantil / cuentos

Cuento: San Jairo, "Zapatero Remendón"

El cuento relata cómo Jairo, un zapatero generoso, rechaza riquezas para mantener su humildad y continuar ayudando a los demás, resaltando el valor de la bondad.

Cuento infantil: San Jairo, "Zapatero Remendón"

¿Sabéis cuántos santos tiene la Iglesia? Su número es enorme: mártires, eremitas, monjes, doctores, etc. etc. Además, no lo tengo a mano, por lo que no sabría decir si en él está incluido nuestro zapatero remendón; pero bien pudiera ser, porque santo es el que se parece mucho a Dios que es el Santo modelo de todos.

Sí he leído en el Evangelio (Mc. 5, 22-23. 35-42), que un tal Jairo mereció por su fe, un milagro sorprendente de Jesús: la resurrección de su hija adolescente.

Pero tampoco me refiero a ése, sino a un tal Jairo, zapatero remendón a quien el pueblo le hizo santo sin necesidad de ceremonias en Roma.

Este Jairo de la historia tenía su taller zapateril en el bajo de una modesta casa de barrio, en la gran ciudad. Sobre la puerta de entrada, un letrero que decía:

 "JAIRO EL FANFARRÓN, ZAPATERO REMENDÓN".

Y debajo, en letra menuda: 

"Se arreglan todas clase de desperfectos".  

Ya dentro del taller, y en letras grandes para que pudieran leerlo hasta los menos duchos en letras:

 Precios: 

"SÓLO LA VOLUNTAD, PERO CON AMOR".

Ante tan estimulantes ofertas, todas las comadres del barrio le traían sus zapatos a arreglar.

-Mire, D. Jairo, le dijo pomposamente la clienta Ruperta: arrégleme los zapatos del chico, que destroza las punteras dando puntapiés a todo lo que se le ponga en el camino: balón, una lata, una piedra... a lo que sea.

-No se preocupe, Dña. Ruperta, respondía Jairo adaptándose al lenguaje grandilocuente de su clienta: le pondré unas punteras de hierro para que no se lastime cuando reincida en sus puntapiés y con un letrerito que diga: "no andes por la vida dando puntapiés a todo".

-Mire , señor Jairo, le decía Gilberta, aquí le traigo los zapatos de mi hija, que no sé por qué caminos anda que enseguida se le pudren las suelas.

-No se preocupe, señora Gilberta, respondía Jairo con pareja corrección: les pondré unas suelas reforzadas con plomo para que su hija ande bien aplomada.

-Mire, Jairo, le decía Heriberta, los zapatos de mi marido: no sé qué maneras torcidas de andar tiene, que enseguida se le desgastan los laterales de las suelas.

-No se preocupe Heriberta, respondía Jairo con similar cortesía: repararé las suelas y los adornaré con unas flechas para que ande siempre recto y sin torcerse.

-Mire, tío Jairo, le decía llanamente Rigoberta: no sé qué me pasa, pero se me despegan enseguida los tacones y como no sé andar tan encumbrada como pide la moda, a veces me retuerce el pie y corro el riesgo de dislocarme los tobillos.

-No se preocupe, tía Rigoberta, contestaba Jairo con igual llaneza: se los recortaré un tanto para que no vaya Ud. tan encumbrada por la vida aunque lo pida la moda, y se los encolaré con tan buena cola que le durarán eternamente, para que pueda Ud. ir al cielo con tacones y todo aunque con más modestia y sencillez.

Y así, sucesivamente, adaptándose a cada clienta y dando a todas esperanza y seguridad.

Algo así como lo que Dios hace con nosotros, adaptándose a nuestra condición y conciencia personal, dándonos solución a nuestros personales problemas y desaguisados, y enseñándonos con infinita paciencia a caminar correctamente por la vida.

Y cuanto al precio se refiere, igual que Dios y Dios igual que Jairo: la voluntad y con amor. Porque lo más sorprendente en Dios es que respeta nuestra voluntad y generosidad en el amor con que queramos pagarle los arreglos que nos hace.

Consecuencia: que la paciencia, afabilidad y buenos servicios de Jairo se hicieron populares en el barrio y la gente empezó a llamarle "san Jairo, el zapatero remendón".

A Jairo, tal apelativo no le quitaba el sueño ni le producía hinchazón de vanidad, pues solía decir: lo que la gente diga me tiene sin cuidado; yo no me juzgo porque nadie es buen juez en propia causa; ni me quitan ni me ponen: soy lo que soy y eso es lo que vale.

Hasta en eso se parecía a Dios, a quien no afecta lo que de Él digamos; algunos, hasta le culpan de las desgracias que nosotros mismos nos buscamos. Pero Él es lo que es:"Yo soy el que soy" (Ex. 3, 14).