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De la gracia de la predicación a la predicación de la gracia.

28 de noviembre de 2016
Etiquetas: Predicación

De la gracia de la predicación a la predicación de la gracia.

Un estudio sobre lo que significa predicar en la Familia dominicana, siguiendo la parábola del Buen Samaritano, por fr. Emilio Barcelón Maicas O.P.

El propósito de esta reflexión es acercarnos tanto al carisma y espiritualidad propias del predicador y de la comunidad predicadora (la gracia de la predicación) como al  mensaje  evangélico  de  nuestra  predicación  (la  predicación  de la 
gracia).
 
¿Qué nos aporta al  respecto el magisterio de los últimos capítulos generales? ¿Qué significa “predicar” en  la  Familia 
dominicana  según dicho  magisterio?  La   respuesta  a  estos  interrogantes  constituye el centro y el nervio de esta ponencia.
 
Intentaré,  como  no puede ser  de  otra manera,  ser  fiel a  los  camiinos  trazados  por el  magisterio capitular. Un magisterio rico, sugerente, comprometedor  y, sin duda    alguna, motivador de muchas esperanzas. Tal vez sea demasiado ambicioso en mi intento, pues esta reflexión abarca desde los capítulos de Madonna dell´Arco (1974) hasta el último celebrado en Cracovia (2004).1 En total once capítulos generales que comprenden tres décadas al interior del proceso de renovación postconciliar y en la dinámica de un mundo que nos interpela con sus luces y sus sombras.

En este intento, me voy a servir del icono de la parábola del Buen samaritano, como  hilo conductor e iluminador de mi exposición. Es una parábola de sabor cristológico: Cristo  Jesús es el Buen  samaritano de la humanidad herida.
 
Esta  parábola  nos  describe,  además,  la  espiritualidad y  la  dinámica  de la misericordia. El recurso a esta parábola 
constituye mi aporte personal y, como tal, subjetivo, sin por ello traicionar mi fidelidad al magisterio supremo de la Orden.   Así  en el pórtico de mi  ponencia  indico, en  apretada  síntesis, lo que serán los distintos apartados de mi reflexión:

Primero: Predicar implica “ver la realidad”: nuestro mundo, sus búsquedas y esperanzas, sus luces y sombras, los desafíos que ese mundo presenta  a la  predicación en cada  etapa histórica de su caminar. Es una tarea de observación la  realidad.  Todos  los  Capítulos  Generales  han vivido, de diagnosis y de análisis de aquel  evangélico:  “Vieron al 
herido al borde  del  camino”. Estos ojos abiertos a las tendencias actuales permiten  que la realidad humana y los fenómenos históricos se conviertan en retos y preguntas para el predicador. “He visto la aflicción de mi pueblo...” (Ex 3, 7-8). La historia y el mundo actual son los ámbitos donde se actúa la salvación.  Todo predicador,  pues, debe estar atento a la realidad, viendo y escuchando lo que ella nos dice. ¿El reto? Descubrir en las voces humanas la voz de Dios.

Segundo: esa visión de la realidad no ha dejado indiferentes o resignados a nuestros hermanos capitulares, ni han optado porel rechazo o la condena de nuestro mundo;por el contrario, se han dejado interpelar compasivamente por sus desafíos: ¿qué hacer   como predicadores?.  “Se  compadeció  del  herido”.  Esta  es   la  actitud  evan  élica que encontramos  en  el  magisterio  capitular  en  fidelidad  a  Santo  Domingo  y  a  nuestra  tradición  espiritual.  En  ellos se  prolonga  vitalmente  aquel:  “Tengo  compasión  de  la muchedumbre”
 
Tercero: la compasión ha conducido y comprometido a los Capítulos Genera es a bajar  de  la cabalgadura  de  las ideologías  o  del inmovilismo,  de  las  monturas de  las falsas  seguridades o de las cómodas instalaciones. La compasión grita itinerancia y conversión. Descabalgar equivale aquí a convertirse a la gracia de la predicación. “Se apeó de su cabalgadura”. En el magis erio capitular encontramos una llamada  insistente:   apearse  de todo aquello que obstaculice la gracia de la predicación  siguiendo a Cristo Jesús: “se
apeó de su forma divina” (cfr. Fil. 2).

Cuarto: el buen samaritano “se acercó al herido”. La misma actitud observamos en  los  Capítulos Generales. No han visto   ni  examinado las ambigüedades  de  nuestro mundo  desde la distancia, sino desde la cercanía y el encuentro. Y en ese contacto directo   han asumido  unas  prioridades concretas,  inspiradas  en  el Evangelio,  válidas  para  toda la  Orden  y  repetidas  insistente  o  esperanzadamente  por  todos  ellos,  partiendo  de  la  pedagogía  del  misterio  de  la  encarnación:  “Se  hizo  hombre”,  uno  cualquiera  como nosotros para recrear desde la cercanía y el encuentro.

Quinto:  “Sacó su  aceite y  vendas”.  Todo  su  magisterio,  siguiendo  la  parábola, lo  podemos identificar con el aceite y las vendas,   el cuidad    y la ternura, que derrochó  el buen samaritano con el herido. Ese aceite y esas vendas son para  nosotros los    rasgos  constitutivos  de la  predicación  dominicana: la  pobreza,  la  compasión,  la  profecía, la  reflexión, el diálogo.... Estas vendas, este aceite, este dinero, es el    que debemos sacar nosotros para curar a los heridos de nuestra historia. “En Cristo hemos sido  bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Ef.1, 3

Sexto:Y lo llevó a la posada”. La  posada de la fe, de la esperanza y del amor. La  predicación es para nosotros la posada de la misericordia teologal que convierte las heridas en vida al transformar la existencia humana según Dios. Este Dios, revelado en Cristo, es la solución del hombre. Esto es lo que hemos visto y compartido, y de esto damos testimonio  (predicamos) como  nos dice  San  Juan al final de su  Evangelio.  Así  vivió la  teologalidad de la predicación nuestro  Padre Santo  Domingo a cuya   fidelidad  evangélica apela continuam  nte el magisterio de los Capítulos Generales.

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