De la gracia de la predicación a la predicación de la gracia.
Un estudio sobre lo que significa predicar en la Familia dominicana, siguiendo la parábola del Buen Samaritano, por fr. Emilio Barcelón Maicas O.P.
El propósito de esta reflexión es acercarnos tanto al carisma y espiritualidad propias del predicador y de la comunidad predicadora (la gracia de la predicación) como al mensaje evangélico de nuestra predicación (la predicación de la
gracia).
¿Qué nos aporta al respecto el magisterio de los últimos capítulos generales? ¿Qué significa “predicar” en la Familia
dominicana según dicho magisterio? La respuesta a estos interrogantes constituye el centro y el nervio de esta ponencia.
Intentaré, como no puede ser de otra manera, ser fiel a los camiinos trazados por el magisterio capitular. Un magisterio rico, sugerente, comprometedor y, sin duda alguna, motivador de muchas esperanzas. Tal vez sea demasiado ambicioso en mi intento, pues esta reflexión abarca desde los capítulos de Madonna dell´Arco (1974) hasta el último celebrado en Cracovia (2004).1 En total once capítulos generales que comprenden tres décadas al interior del proceso de renovación postconciliar y en la dinámica de un mundo que nos interpela con sus luces y sus sombras.
En este intento, me voy a servir del icono de la parábola del Buen samaritano, como hilo conductor e iluminador de mi exposición. Es una parábola de sabor cristológico: Cristo Jesús es el Buen samaritano de la humanidad herida.
Esta parábola nos describe, además, la espiritualidad y la dinámica de la misericordia. El recurso a esta parábola
constituye mi aporte personal y, como tal, subjetivo, sin por ello traicionar mi fidelidad al magisterio supremo de la Orden. Así en el pórtico de mi ponencia indico, en apretada síntesis, lo que serán los distintos apartados de mi reflexión:
Primero: Predicar implica “ver la realidad”: nuestro mundo, sus búsquedas y esperanzas, sus luces y sombras, los desafíos que ese mundo presenta a la predicación en cada etapa histórica de su caminar. Es una tarea de observación la realidad. Todos los Capítulos Generales han vivido, de diagnosis y de análisis de aquel evangélico: “Vieron al
herido al borde del camino”. Estos ojos abiertos a las tendencias actuales permiten que la realidad humana y los fenómenos históricos se conviertan en retos y preguntas para el predicador. “He visto la aflicción de mi pueblo...” (Ex 3, 7-8). La historia y el mundo actual son los ámbitos donde se actúa la salvación. Todo predicador, pues, debe estar atento a la realidad, viendo y escuchando lo que ella nos dice. ¿El reto? Descubrir en las voces humanas la voz de Dios.
Segundo: esa visión de la realidad no ha dejado indiferentes o resignados a nuestros hermanos capitulares, ni han optado porel rechazo o la condena de nuestro mundo;por el contrario, se han dejado interpelar compasivamente por sus desafíos: ¿qué hacer como predicadores?. “Se compadeció del herido”. Esta es la actitud evan élica que encontramos en el magisterio capitular en fidelidad a Santo Domingo y a nuestra tradición espiritual. En ellos se prolonga vitalmente aquel: “Tengo compasión de la muchedumbre”
Tercero: la compasión ha conducido y comprometido a los Capítulos Genera es a bajar de la cabalgadura de las ideologías o del inmovilismo, de las monturas de las falsas seguridades o de las cómodas instalaciones. La compasión grita itinerancia y conversión. Descabalgar equivale aquí a convertirse a la gracia de la predicación. “Se apeó de su cabalgadura”. En el magis erio capitular encontramos una llamada insistente: apearse de todo aquello que obstaculice la gracia de la predicación siguiendo a Cristo Jesús: “se apeó de su forma divina” (cfr. Fil. 2).
Cuarto: el buen samaritano “se acercó al herido”. La misma actitud observamos en los Capítulos Generales. No han visto ni examinado las ambigüedades de nuestro mundo desde la distancia, sino desde la cercanía y el encuentro. Y en ese contacto directo han asumido unas prioridades concretas, inspiradas en el Evangelio, válidas para toda la Orden y repetidas insistente o esperanzadamente por todos ellos, partiendo de la pedagogía del misterio de la encarnación: “Se hizo hombre”, uno cualquiera como nosotros para recrear desde la cercanía y el encuentro.
Quinto: “Sacó su aceite y vendas”. Todo su magisterio, siguiendo la parábola, lo podemos identificar con el aceite y las vendas, el cuidad y la ternura, que derrochó el buen samaritano con el herido. Ese aceite y esas vendas son para nosotros los rasgos constitutivos de la predicación dominicana: la pobreza, la compasión, la profecía, la reflexión, el diálogo.... Estas vendas, este aceite, este dinero, es el que debemos sacar nosotros para curar a los heridos de nuestra historia. “En Cristo hemos sido bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Ef.1, 3
Sexto: “Y lo llevó a la posada”. La posada de la fe, de la esperanza y del amor. La predicación es para nosotros la posada de la misericordia teologal que convierte las heridas en vida al transformar la existencia humana según Dios. Este Dios, revelado en Cristo, es la solución del hombre. Esto es lo que hemos visto y compartido, y de esto damos testimonio (predicamos) como nos dice San Juan al final de su Evangelio. Así vivió la teologalidad de la predicación nuestro Padre Santo Domingo a cuya fidelidad evangélica apela continuam nte el magisterio de los Capítulos Generales.