Dominicos ¿Orden que vive la vida misma de los Apóstoles?
1ª proposición | Tentativa de respuesta para proponer al Capítulo General de la Orden de Predicadores del canonista Fr. Germán Correa, fraile de la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia
INTRODUCCIÓN
Ser, y luego ser enviados
Con gran acierto nuestras Constituciones muestran desde el principio su fundamento apostólico. El § I de la Constitución fundamental formula el Propositum de nuestra Orden como fruto de una inspiración divina. Dios –dice el papa Honorio III en su carta a santo Domingo de Guzmán, del 18 de enero de 1221– «os ha inspirado este piadoso deseo: abrazaros a la pobreza y profesar la vida regular, a fin de predicar, así liberados, la palabra de Dios (Dei exhortationi vacetis) y dar a conocer por toda la tierra el nombre de nuestro Señor Jesucristo».
Este propósito de la Orden no es un ideal, ni tampoco una propuesta: es un propositum que indica lo que nuestra Orden se propone hacer. Propósito complejo, pero que es uno solo y muy bien articulado. Su formulación comienza con una prótasis: «abrazados a la pobreza y profesando vida regular». Prótasis que está montada en dos participios latinos (amplexi, professi, que significan la causa real o el modo de lo que dice enseguida la oración principal. Esos dos participios son como las dos premisas (el griego ‘prótasis’ significa premisa) que conducen a la conclusión querida por Dios: predicar, así liberados, la palabra de Dios, predicarla con entereza y libertad.
Diciéndolo con menos palabras queda quizás más clara la relación de las premisas con la conclusión: piadoso deseo de abrazaros a la pobreza y profesar la vida regular, a fin de predicar, así liberados, la palabra de Dios. Lo que según las premisas libera para vacar a Dios, libera para vacar a la predicación con parresía. Ahí queda más clara la articulación de la predicación con la vida regular; así aparece la predicación como la desembocadura de la pobreza y la vida regular. He ahí, latente, un silogismo correcto. De la premisa de la vida regular no se podía deducir el ímpetu que lleva a salir a predicar. Pero sí de esa premisa acompañada de la pobreza mendicante. Con esta doble libertad obtenida, la conclusión es contundente y les inspira una enorme confianza a los predicadores.
Lo primero que señala el texto del papa Honorio III es la vida que profesamos. En contraste con él, ya el primer parágrafo redactado para la Constitución fundamental empieza por decir algo propio no de nuestra vida, sino de nuestra misión, una misión específica. La vida aparece por primera vez en el parágrafo IV, mencionada una vez más después de la misión.
Dos pasajes del evangelio según san Juan, muy semejantes, contienen palabras de Jesús que arrojan gran luz sobre estos textos constitucionales, tanto los primitivos como los actuales.
El primero se refiere a Jesús, “a quien el Padre santificó y envió al mundo” (Jn 10, 36). El segundo pertenece a la oración sacerdotal, en la cual Jesús ora por sus apóstoles y que incluye también la idea de santificación y de envío: “Como tú me enviaste al mundo, a él también los he enviado yo; y por ellos me ofrezco en sacrificio, para que también ellos sean santificados de verdad” (Jn 17, 18-19).