El coraje del futuro
Carta escrita por el Maestro de la Orden Vicente de Couesnongle en 1975, dirigida a todos los frailes para reflexionar acerca del futuro de la Orden de Predicadores, y la manera de «evangelizar por todo el mundo el nombre de Nuestro Señor Jesucristo», que es la pasión y fin principal de los dominicos.
Revisiones necesarias
Como respuesta a lo que la Iglesia y el mundo esperan de la Orden al comienzo de este último cuarto de siglo, será necesario sin duda reconsiderar nuestros compromisos apostólicos, en más de un campo. No somos ya muy numerosos. Mantener lo que hacemos plantea ya difíciles problemas en muchos sectores y debemos prever el futuro antes de que sea demasiado tarde. Por otra parte, nuevos campos de apostolado reclaman más urgentemente nuestra presencia. Son necesarias algunas decisiones y sacrificios.
Esto no debe desanimarnos. La historia de la Orden nos enseña que fuerzas reducidas, pero bien preparadas, pueden hacer grandes cosas cuando los objetivos son juiciosamente seleccionados. Las Constituciones nos piden criticar periódicamente nuestras actividades apostólicas (LCO, n. 100, 3 y 4). Emplear este año movidos por un gran deseo de renovación y para manifestar dinamismo y presencia a los jóvenes que pensasen entrar en la Orden, ¿no sería una de las primeras manifestaciones de este «coraje del futuro» del que hablo? Que cada Provincia, cada casa, cada religioso revise todas sus actividades, interrogándose: ¿Cómo empleo mí tiempo? ¿En qué medida estas actividades ayudan a los hombres a conocer a Dios y a buscar en Él el sentido de su vida? Debo continuar en la misma línea, y entregarme aún más. ¿Qué debo eliminar de mi vida?
Convendría interrogarse también sobre los nuevos tipos de predicación, sobre la manera de llegar a ciertos ambientes. ¿Qué hacemos de cara a los no creyentes, a los cristianos separados, a los miembros de las grandes religiones? Además, existen una serie de problemas referentes a la miseria, injusticia, incomprensión, conflictos y tensiones de toda clase, guerras. ¿En qué medida estamos comprometidos en estos sectores sobre los que insiste tanto hoy la Iglesia, viendo una exigencia de la predicación integral del Evangelio?
Estas revisiones necesarias que evoco exigen una revisión de nuestras comunidades, ya que tales cuestiones no se plantean sólo a cada uno de nosotros, individualmente, sino a las comunidades de las que formamos parte. La seriedad de nuestros intercambios sobre estos problemas, como sobre todo lo que constituye nuestra vida, depende de la calidad de nuestra vida comunitaria. ¿Qué hacemos, dentro de nuestros conventos, para ayudarnos los unos a los otros a crecer en la plenitud de Cristo?
Al principio de esta carta he recordado las sombras y las crisis que nos han afectado, las dificultades que tenemos aún y el sufrimiento que nos causan. Pero, lo más grave no es nuestra disminución de personal. Lo más grave sería que nuestra fe en la Orden, nuestra confianza en nosotros mismos y en nuestros hermanos, nuestro dinamismo, se viesen afectados, aunque en pequeña medida.
Queridísimos hermanos, invito a cada uno de vosotros a una renovación del coraje y de la esperanza.
Encarnar el proyecto de Santo Domingo en el mundo actual consiste en no dejarse abatir por la crisis que afecta al mundo y a la Iglesia. Debemos estar presentes para ayudar a nuestros hermanos los hombres a superar esta crisis y a descubrir lo que Dios quiere manifestarnos para hoy y para mañana.