El Rosario
Carta a la Familia Dominicana sobre la devoción del Rosario. Santa Sabina, 2 de septiembre de 1985.
Una tradición, que se remonta a nuestros orígenes, nos asegura que la Madre de Dios ha suscitado, difundido y protegido nuestra Orden, según el designio de la Providencia que la ha instituido. Me es grato, pues, expresarme confidencialmente sobre este tema, bajo el aspecto de la acción profética que María realiza en nuestra Familia cooperando a la regeneración de los hombres.
Así pues, pensar el rol activo y eminente que la Madre de Dios y nuestra desarrolla en la Iglesia; proclamar las maravillas que el Señor ha realizado por medio de Ella; cooperar al plan de Dios mediante la confianza nuestra en María, significa, para nosotros dominicos, hablar a la vez de la Virgen y del Rosario. Pero, no como de dos realidades distintas ni tampoco de argumentos marginales a la vida apostólica y por consiguiente, a la vida espiritual, formativa y comunitaria.
Se trata, en cambio, de afrontar con lenguaje nuevo el redescubrimiento específico de nuestra predicación apostólica y de nuestra relación de oración y de vida con la Virgen de Nazaret. Y, más aún, de seguir la actividad personal que Ella, bajo la acción del Espíritu Santo, realiza en la Orden y en la Iglesia en calidad de Madre.
Con esta carta, que os envío para la fiesta del 7 de octubre, creo oportuno dirigirme a toda la Familia Dominicana, atenta a situarse en la Iglesia con profunda exigencia de identidad por la propia misión. Y, precisamente en el momento en que se celebran los veinte años de clausura del Concilio Vaticano II, con un Sínodo para verificar el curso de la evangelización en el contexto de los grandes y profundos cambios de la sociedad actual.
Nos urge, por tanto, a nosotros la necesidad de renovarnos progresivamente en el carisma apostólico. Y renovarnos a través del "Compendio de todo el Evangelio" que es el Rosario.
La necesidad nace de dos actitudes mentales, que pueden encontrarse también entre nosotros: de una parte, todos estamos sensibilizados con los graves problemas sociales del momentos y se deja para la vida privada la dimensión mariana; por otro lado, se quiere confiar cada vez más a la oración el compromiso con la Madre de la Iglesia poniendo toda estrategia bajo su protección.
Ambas posturas las considero complementarias y de ningún modo alternativas, basándome, incluso, en mi experiencia misionera...