Entregados a la Misión
Carta sobre los votos religiosos
Los jóvenes acudían en gran número a la Orden en tiempos de Santo Domingo porque, con su pasión por la predicación, los invitaba a tomar parte en una gran aventura. ¿Cuál es hoy nuestra pasión y nuestra aventura? ¿Quiénes son los "cumanos" de nuestro tiempo? Nos enfrentamos al reto de fundar la Orden en muchos lugares de Asia, donde vive más de la mitad de la humanidad y nos preparamos para enseñar en China. ¿Hay acaso jóvenes dominicos prontos a estudiar el chino y a entregarse a esta misión sin importarles los sacrificios? En todas partes del mundo el Islam está extendiéndose. ¿Estamos en situación de entablar un diálogo fecundo con esta y otras religiones?
Como Domingo tenemos que predicar el Evangelio en las nuevas ciudades, aunque éstas son para nosotros las inmensas mega-urbes como Los Ángeles, Sao Paulo, México, Lagos, Tokio y Londres, que son desiertos humanos altamente marcados por el crimen y la violencia, así como por la infinita soledad de los que rodeados por millones de personas viven totalmente solos. ¿Cómo entrar en el nuevo mundo de los jóvenes; un mundo cada vez más unicultural, con hambre religiosa y escéptico a la vez, con un sincero respeto a los individuos y desconfiado hacia las instituciones, que no se mueve ante las palabras pero se rinde fascinado ante la tecnología de la información; un mundo de música y canciones? ¿Cómo podemos entrar en contacto con todo lo vital y creativo de esta nueva cultura, aprender de ella y acogerla para el Evangelio?
¿Cómo ser predicadores de la esperanza en un mundo que con frecuencia es tentado por la desesperación y el fatalismo? ¿Un mundo afligido por un sistema económico que está minando las estructuras económicas y sociales de la mayor parte de los pueblos de la tierra? ¿Qué Evangelio podemos predicar en América Latina o en África a medida que la Orden se establece allí, o en Europa del Este donde está renaciendo? Por otro lado tenemos la inagotable aventura intelectual de la vida de estudio, en la que batallamos con la Palabra de Dios, con las exigencias de la Verdad, con ese cuestionar y ser cuestionado, con la pasión por saber y entender. (Tema éste que merecería otra carta).
Queridos hermanos y hermanas, si de algo podemos estar ciertos hoy día es de que nuestra vocación como predicadores del Evangelio es más urgente que nunca (Avila 22). A estos enormes retos sólo podremos responder si somos gente con coraje que sabe romper viejas ataduras y emprender nuevas iniciativas con libertad; gente dispuesta a experimentar y correr el riesgo del fracaso. Una estructura compleja, como lo es una Orden religiosa, puede comunicar pesimismo y derrotismo, o ser una red de esperanza en la que ayudamos a que todos imaginen y creen algo nuevo. Si queremos esto último para la Orden, entonces debemos enfrentar varias preguntas.
¿Seremos capaces de recibir en la Orden a jóvenes dispuestos a aceptar estos retos con iniciativa y coraje, sabiendo que pondrán en tela de juicio lo que nosotros hemos hecho? ¿Aceptaríamos gustosos en nuestra Provincia a un hombre como Tomás de Aquino, que abrazara una nueva y sospechosa doctrina filosófica y que hiciera serias e inquietantes preguntas? ¿Recibiríamos a un hombre como Bartolomé de Las Casas, con su pasión por la justicia social? ¿Nos agradaría tener a fray Angélico experimentando nuevos métodos para predicar el Evangelio? ¿Le daríamos la profesión a Catalina de Siena con toda su franqueza? ¿Recibiríamos a Martín de Porres, perturbando la paz del convento con su ir y venir de gente pobre en él? ¿Aceptaríamos a Domingo, o preferimos candidatos que nos dejen en paz? ¿Y qué decir de nuestra formación inicial? ¿Ha producido hermanos y hermanas que han crecido en la fe y el entusiasmo, se han vuelto más osados y atrevidos de cuanto eran al ingresar, o les hemos "tranquilizado" y asegurado?
Si hemos de hacer frente a los enormes y atracti-vos retos de hoy, renovando el sentido de aventura de la vida religiosa, entonces hemos de tratar muchos aspectos de nuestra vida como Orden en cartas sucesivas. Ahora, en ésta, quisiera explorar sólo una cuestión, que he encontrado en todas partes de la Orden a donde he viajado, y es: ¿Cómo pueden los votos que hemos hecho ser fuente de vida y energía y sostenemos en nuestra predicación? Los votos no son todo en nuestra vida religiosa, pero muchas veces en relación con ellos los hermanos y las hermanas hacen inquietantes cuestiones que juntos debemos tratar. Se ha dicho con frecuencia que los votos son un medio. Esto es verdad, ya que la Orden no fue fundada para cumplir los votos sino para predicar el Evangelio. Sin embargo, los votos no son sólo medios en el sentido utilitarista del término, como un coche que se usa para trasladarse de un lugar a otro. Los votos son medios para que lleguemos a ser verdaderos misioneros. Santo Tomás dice que los votos tienen como finalidad la caritas (2.a 2.ac, q. 184, a. 3.), es decir, el amor que es la misma vida de Dios. Los votos sólo servirán a la persona si le ayudan a crecer en el amor, a fin de que podamos hablar con credibilidad del amor de Dios.
Los votos están en oposición fundamental con muchos de los valores de la sociedad, particularmente del consumismo, que rápidamente se ha convertido en la cultura predominante de nuestro planeta. El voto de obediencia contradice la idea de un ser humano cerrado en la autonomía y en el individualismo; ser pobre es signo de fracaso y de minusvalía en nuestra cultura; la castidad aparece como un rechazo absurdo del derecho humano a la sexualidad. Cuando abrazamos los votos es casi seguro que encontraremos en algún momento de nuestra vida serias dificultades para perseverar. Podrá darnos la impresión de que los votos nos condenan a la frustración y a la esterilidad. Si aceptamos los votos únicamente como medios para un fin, como una limitación necesaria en la vida del predicador, es muy posible que lleguen a entenderse como un precio muy alto que no vale la pena pagar. Pero si los vivimos como ordenados a la caritas, como uno de los modos de compartir la vida del Dios del amor, entonces creeremos que el sufrimiento será fructuoso y que la muerte que experimentamos nos abrirá un camino hacia la resurrección. Podremos entonces decir con nuestro hermano Reginaldo de Orleans: Creo que no tengo ningún mérito con haber vivido en la Orden, ya que siempre he encontrado en ella tanta felicidad (Jordán de Sajonia, Libellus, 64.).
En esta carta yo quiero ofrecer unas sencillas observaciones sobre los votos. Ciertamente están marcadas por las limitaciones personales y por las de mi propia cultura. Mi deseo es que puedan contribuir al diálogo a través del cual lleguemos a una visión común que nos permita animarnos unos a otros, y nos dé la fuerza para ser una Orden que se atreve a asumir los retos del siglo venidero.